Una grieta

2K 77 28
                                    


Aitana

Estaba muy nerviosa; sabía que llegaba tarde y, vistos los precedentes, eso sólo podía significar guerra. Pero hoy no me apetecía por nada del mundo, hoy sólo quería esconderme debajo de una manta y llorar como si no hubiese un mañana.

Pero no era posible, debía comportarme como la profesional que me exigía ser y seguir con mi vida como si nada, aunque por dentro se estuvieran cayendo, uno a uno, los cascotes de lo que antes latía en mi interior. Tampoco sabía si los demás se habrían enterado de lo que había pasado o no, aunque estando la noticia en todos los medios del país y algunos internacionales estaba casi convencida de que estaría al tanto hasta el pastor de ovejas del pueblo más perdido de España.

Aunque de algo sí tenía certeza absoluta, no quería compasión ni pena, a todos nos han traicionado alguna vez y si el resto del mundo seguía adelante, yo no podía ser menos. Así que, después de pegarle unos cuantos gritos durante el camino al taxista para que acelerase, respiré hondo y, con paso decidido, me adentré en la nave, ignorando como la mayoría de los presentes se giraban para observarme.

Mirada al frente, hombros atrás y barbilla en alto se reflejaban en el exterior.

Nudo en la garganta, dolor de estómago y picor de ojos representaban la realidad interior, la que no confesaría a nadie.

Al fondo lo veo, sentado al borde del escenario, con los pies entrelazados en el aire y jugueteando con el micrófono entre sus dedos dándole vueltas.

3, 2, 1...

Luces, cámaras, acción...

Me metí en mi papel, comenzaba la función.

Buenos días, perdón, había atasco- digo rápidamente al pasar por su lado en dirección a las escaleras- ¿empezamos?

Él me mira sorprendido pero en seguida se levanta y se coloca en su posición. No espero ni dos segundos para indicarle al técnico que lance el playback; lo que antes empieza, antes acaba.

Mis frases salen una a una sin matices, planas, neutras, de la misma manera en que mi rostro se expresaba; como si fuera un día cualquiera y esta canción, ahora mismo, no me estuviese arañando las entrañas.

A mitad del estribillo tuerce su cuello hacia la derecha y, levantando una mano, para la música. Yo alzo mis cejas, arrugando mi frente en señal de desconcierto, exigiendo una explicación. Pero esa explicación no llega, su lugar lo ocupa una pregunta tan escueta como certera:

-¿Estás bien?-

No sé si es la profundidad de su mirada, escarbando en mis ojos y haciendo caso omiso a la máscara que me había autoimpuesto, o el tacto cálido y envolvente de su mano alrededor de mi brazo, pero sea como fuere, da en la diana y hace que me quede muda.

El piloto automático no funciona y la Aitana artista lucha en mi interior por salir pero, es en vano, no tiene fuerzas suficientes.




Cepeda


La semana pasó sin más, monótona como siempre, continuando mi inhóspita rutina. La última bronca con Aitana, que ambos sabíamos que iba más allá del ámbito culinario, me había afectado más de lo que nunca admitiría. Quizás tuviese razón en que me cerraba en banda en torno a mis creencias y no permitía ir más allá pero tenía claro cuáles eran mis principios y jamás renegaría de ellos.

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora