Recuerdos

2.2K 71 20
                                    

Lunes, 2 de octubre de 2019

Cepeda

Una ligera rozadura en mi tobillo me desvela y termina con mi sueño, dejando la batalla a medias y a mi equipo de gladiadores en clara desventaja sobre las colinas de aquel recóndito paraje ahora que perdían a su guerrero principal.

-Tengo que dejar de ver Spartacus- pienso mientras froto mis ojos con mis puños para tratar de encontrar una visión nítida de dónde me encuentro que me permita ubicarme.

Pero no es necesario.

La paredes color salmón, a juego con la laca de uñas que visten las manos que descansan sobre mi pecho, y el olor a cítricos que emana de su pelo, que se pierde escondido en el hueco de mi cuello, son señal inequívoca de dónde estoy.

Fuencarral.

Claudia.

Otra vez.

Separo con cuidado su cuerpo, tratando de no despertarla, pues no quiero enfrentarme a la charla del día después cuando en realidad no somos nada. Es lo más incómodo del mundo y el humor de perros que preveo me acompañe durante el día no haría más que empeorar las cosas.

-No tenía que haberme quedado a dormir, joder- es lo que pienso mientras mi puño impacta de forma sonora sobre mi frente antes de agacharme a recoger mis calzoncillos, que habían terminado su viaje nocturno debajo de su escritorio.

Busco por la habitación el resto de mis prendas, antes de adentrarme rápidamente en la ducha, a la vez que mi mente se esfuerza por recordar los detalles de la noche de ayer:

A medida que el día se acercaba, el nudo que sentía en el estómago se iba haciendo más rígido, tensándome, devolviéndome sensaciones que creía haber superado, asfixiándome...

Había tratado de desconectar viendo una serie.

Infructuoso.

Había optado por salir a correr.

Infructuoso también.

Y cuando estaba intentando descargar mi ira contra el saco de boxeo que adornaba mi salón... una llamada de Claudia invitándome a una copa en su casa.

"Quizás el alcohol sea la mejor manera para mantener mi mente alejada de esta absurda realidad".

Ese fue el estúpido razonamiento que me trajo hasta aquí.

Y quien dice una copa dice cinco; pero ambos sabíamos que fueran las que fuesen no eran más que un pretexto ridículo para acabar en la cama.

Miro el reloj que se dibuja en la pantalla de mi móvil, una vez consigo liberarlo del bolsillo trasero de mi pantalón.

11:22

Llegaría a tiempo, pero debía darme prisa si no quería que algún inoportuno atasco me hiciese llegar más tarde de las doce al recinto de San Sebastián de los Reyes que Universal había fijado como centro de ensayos.

Salgo del baño sigiloso, rezando porque siguiera durmiendo, y me dirijo a la entrada. Nunca dejaba una nota o un mensaje de despedida. "Nosotros" no éramos así, "esto" no era así y ambos lo sabíamos y lo habíamos aceptado.

Diviso mi coche aparcado en una de las calles perpendiculares a su portal e inmediatamente meto primera y pongo rumbo a mi destino.

La M-603 discurre ante mí pero mi mente sólo es capaz de pensar en lo que comienza hoy.

Hoy tendré que volver a coger una guitarra entre mis manos y tendré que volver a cantar. Y no sólo es cantar; sino cantar aquella canción que había compuesto vaciando mis entrañas, mendigando una oportunidad a la mujer que más tarde harías trizas mi corazón. Mi piel se eriza y trago saliva de forma brusca intentando no revivirlo, intentando olvidar aquel dolor que aún sigue anclado en algún lugar de mi pecho.

Aunque hay un pequeño resquicio difuso entre la amalgama de emociones que me alcanzan; una que no llego a identificar y que hace que me suden las manos sobre el volante al imaginar otra vez el tacto rígido de las cuerdas de la guitarra contra las yemas de mis dedos y el sonido de mi voz saliendo amplificado través de un micrófono.

Pero eso sería esta tarde; antes tendría que lidiar con la que ayer parecía la Pantoja sentada con las gafas de Sol puestas en aquella sala.

-No había cambiado nada- pienso y mi mente se escapa a aquel 13 de diciembre de 2018 cuando mis pies volvieron a pisar aquella tarima flotante de la Academia.

Recuerdo los nervios incontrolados que sentí cuando desde la ventanilla del coche de producción pude ver el edificio grisáceo del antiguo Hospital de Tórax de Terrasa destacando entre el paisaje.

Mi raciocinio lo tenía claro, no quería estar allí; no debería estar allí. El único motivo por el que mis pulmones estaban respirando en aquel momento el aire fresco de la periferia de esa ciudad del este del país eran las palabras amenazantes que Tinet me había dedicado y que se quedarían grabadas a fuego entre mis costillas para siempre: "Cerrar las puertas de la Academia es cerrar las puertas al mundo de la música".

Malditas cláusulas y maldito yo por haberlas firmado inocentemente guiado por unos sueños que parecían vislumbrarse al alcance de mi mano.

Pero el resto de mi cuerpo no seguía las pautas dictadas por mi cabeza. Las piernas me temblaban, los ojos se me empañaban y mi voz salió entrecortada en cuanto Noemí me condujo a la que en su momento fue mi casa y que ahora me esperaba habitada por nuevos inquilinos, que no tardaron en acercarse tímidamente a saludarme.

Tenía prohibido salirme del guion establecido por lo que a la mayoría de sus preguntas les devolví respuestas en forma de simples monosílabos que hacían que mis uñas se clavasen contra las palmas de mis manos. Les estaba mintiendo en su cara.

Nunca se me habían dado bien las palabras, así que en cuanto pude opté por pedir una guitarra y agotar los minutos que allí me quedaban cantando una de las historias de mi vida: "Llegas tú".

Las caras inexpresivas de la mayoría de los concursantes se fueron tornando en modestas sonrisas, algunas indiscutiblemente falsas, a medida que los acordes se escapaban de mis manos.

Menos una.

La chica del flequillo.

Su rostro se fue oscureciendo con el devenir de la canción y una mueca de expresivo asco se plasmó en su cara.

Cerré los ojos y terminé la canción cometiendo algún que otro error al puntear la guitarra y escapé de allí enseguida, despidiéndome con la excusa falsa de que se había pasado la hora y llegaban tarde a su próxima clase.



Resoplo y mi destino aparece ante mí.

11:55

Salgo del coche y me dirijo al edificio dónde uno de los responsables de producción me informa de que ella aún no ha llegado, así que opto por salir y fumarme un cigarro apoyado en la pared de la entrada, tratando de calmar mi persistente ansiedad.

12:13

Y allí sigo, después de algún que otro cigarro más y con mi rabia incrementándose por momentos.

Odio a la gente que llega tarde.

12:17

Por fin un coche aparece y de él se baja la estrella. Un mono de cuadros rojo viste su figura y unos botines negros le otorgan unos centímetros más de altura.

Se acerca a la puerta y al pasar por mi lado no puedo evitar expulsar el humo y decirle con desagrado:

-Llegas tarde-

Ella gira ligeramente su cabeza y por encima de su hombro, con altivez, responde:

-O tú llegas pronto-

Y con la misma, retoma su paso hacia el interior de la sala contoneando su figura.

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora