Capítulo 1

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Como cada sábado por la mañana, Natalia, luego de haber desayunado y recogido un poco su apartamento, agarró su guitarra acústica del mismo color que su corta melena negra con la intención de ir a tocar a su habitual lugar y así poder ganar algo de dinero extra.

Como nunca salía sin eyeliner, es lo último que hizo antes de abandonar el bonito piso cercano a la zona de Lavapies de Madrid.

Con sus auriculares insertados en cada oreja, anduvo hasta llegar a su sitio común del Retiro. Postró su guitarra, aún enfundada, en el suelo y agarró su móvil dispuesta a enviarle un mensaje a su padre.

"Estoy en donde siempre, vuelvo sobre las dos para comer".

Se sorprendió cuando, segundos después, su teléfono vibraba indicándole que había recibido un mensaje.

"Está bien, me pillas en un descanso, luego te veo y ten cuidado".

Ah claro, su padre paraba a esa hora para desayunar, por eso le había respondido tan rápido. Guardó su móvil junto con los auriculares dispuesta a desenfundar su hermosa guitarra, la cual su padre le había obsequiado cuando era muy pequeña. No obstante, la mantenía intacta.

Abrió la cremallera, pero un sonido, o más bien una voz, atrajo su atención.

Una chica, muy guapa tuvo que admitir, se había posicionado justo en frente suyo. El corto cabello rubio claro captó la atención de la pelinegra. ¿Cómo podía tenerlo tan corto y que le quedase tan bien?

Natalia se vio obligada a sacudir la cabeza un par de veces para poder concentrarse. La muchacha cantaba realmente bien y tocaba una guitarra idéntica a la suya pero de un color rosa bastante llamativo.

¡Pero le había robado el sitio!

Así que, con mucha educación, se acercó a su lado, parando en seco al notar la gran diferencia de altura. La rubia debía medir a penas un metro sesenta y comparado con el casi metro ochenta de Natalia era una diferencia demasiado notable.

Alejando su sorpresa, picó el hombro de la chica con un dedo, quien tenía los ojos cerrados sintiendo cada acorde que emitía el instrumento acompañado por su bonita voz.

En cuanto la pelinegra llamó su atención, la muchacha abrió los párpados y dejó de cantar. No obstante, no paró en ningún momento de tocar la guitarra.

-Hola— comenzó ella con una sonrisa—, verás es que también he venido a tocar— señaló su guitarra en el otro lado del camino—. Siempre vengo a este sitio y he llegado antes que tú, lo que pasa que me he entretenido mirando el móvil, ¿podrías buscar otro sitio, si no es mucho pedir?— en ningún momento dejó de sonreír.

La chica rubia se mantuvo en silencio durante unos segundos que a Natalia le parecieron eternos, pero finalmente contestó y no con lo que la pelinegra esperaba escuchar.

-Lo siento, este también es mi sitio habitual, gano mucha pasta tocando aquí, así que perdona pero no pienso moverme.

Siguió rasgando las cuerdas del instrumento sacando a flote acordes que sabía enlazar perfectamente. Natalia pensó que debía llevar casi tantos años como ella tocando la guitarra.

-Ya, a mí también me hace falta el dinero— le explicó con suavidad—, pero puedes ponerte allí— dijo ella señalándole las escaleras de la plaza que se encontraban dentro del Retiro—. Mi amigo suele tocar allí y coge casi tanta pasta como suelo ganar aquí.

La muchacha se quedó observándola unos momentos y Natalia no pudo evitar sentirse nerviosa ante tal escrutinio.

-Pues ponte tú allí, guapa— le contestó tal cual.

Musa // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora