Capítulo 5

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En cuanto Natalia y su padre salieron por la puerta de casa, Alba pudo respirar con normalidad, sin ser consciente de que ahora le quedaba por enfrentar lo peor: el interrogatorio de su madre.

Ángela comenzó con suavidad, algo poco característico en ella.

-¿Y qué te parece Natalia? Una chica muy guapa, ¿no?— Alba, aún así, ya se olía por dónde iban los tiros, por lo que optó por intentar cambiar de tema. Conocía demasiado bien a su madre.

-No es mi tipo, pero me ha llamado la atención que también le guste la música, lo que me recuerda que he estado componiendo una nueva canción y me gustaría que la escucharas, a ver qué te parece— su madre sabía perfectamente lo que intentaba hacer, así que insistió más en el tema.

Ambas comenzaron a lavar los platos que entre todos habían recogido.

-Natalia también compone, a lo mejor cuando vivamos todos juntos podéis ayudaros mutuamente— presionó con sutileza—. ¿Os conocíais de algo?

Alba se paró en seco, sus mejillas ardían al recordar la intensa noche que vivieron dos días atrás. Al darse cuenta de su descaro, carraspeó y siguió secando la vajilla que su madre le iba pasando. Ángela, por otro lado, sabía leer muy bien el lenguaje corporal de su hija, por lo que supo rápidamente que había dado en el clavo.

-Claro que no...

-Alba, sabes que las mentiras no funcionan conmigo— le hizo ver su madre, a lo que ella suspiró resignada.

-Vale, me has pillado— reconoció en voz baja—. El otro día me la crucé en El Retiro cuando fui a tocar, acabaron robándole la guitarra. Más tarde me choqué con ella al girar una esquina, ¡y por su culpa acabaron despidiéndome de la cafetería esa!

Ángela observó a su hija durante unos segundos, intentando descifrar la veracidad de sus palabras. Al no notar ningún rastro de mentira, asintió conforme, pero todavía sentía que Alba le seguía ocultando algo.

Sin embargo, no quiso presionarla más.

-No empezasteis con buen pie, ¿eh?

Alba negó rápidamente mientras colocaba uno de los vasos en el mueble. Como era poco que fregar no usaron el lavavajillas y, por lo mismo, terminaron rápido.

-Siendo sincera, me va a costar mucho acostumbrarme a vivir con ella— confesó con una leve sonrisa—, pero voy a hacerlo por ti, te mereces ser feliz, mamá— abrazó a su madre con dulzura, sintiendo el calor que su cuerpo emanaba. Pensó que podría quedarse así para siempre, la quería muchísimo.

Ángela abrazó a su pequeña con la misma intensidad, depositando un beso en la coronilla de su cabeza.

-Todo es acostumbrarse, finalmente acabaréis llevándoos bien.

Alba pensó que ojalá su madre tuviera razón, no obstante no creía que fuera así, pues su progenitora desconocía la verdad completa sobre lo ocurrido.



Natalia sentía que no podía más. Debía hablar del tema con alguien o explotaría. Por eso el lunes, nada más llegar a clase, le contó a María todo lo que había pasado, incluyendo lo que se había guardado tan firmemente para sí misma: haberse acostado con Alba.

No paró de relatarlo hasta haber terminado. A su narración sólo le siguió silencio. Silencio y una larga mirada, hasta que María levantó las cejas y silbó.

-Estás jodida, tía— comentó su amiga—. No puedo creerme que el miércoles follaras y no me dijeras nada, eres una perra mala— fingió mirarla con odio.

Musa // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora