Capítulo 25

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Llevaba al rededor de un mes allí con su madre.

Y esa tarde de agosto se encontraba sola en casa, tan sólo con la compañía de Netflix, su guitarra y un tarro de helado de vainilla.

Se encontraba algo mosqueada. Su madre y su hermano la habían dejado sola porque Santi tenía una competición de atletismo a la que sólo podían acudir dos invitados, y Celia, que ahora era novia oficial de su hermano, no podía faltar.

Además, su madre prácticamente la había obligado a permanecer en casa, debido a que estaba esperando un paquete importante y necesitaba que la pelinegra lo recogiera.

Por ende se hallaba sola en su casa, ninguna de sus amigas podía quedar casualmente, así que se aburría más que una ostra.

No quería sonar egoísta, pero se le pasó por la cabeza que ella debería ir antes a ver a su hermano que la pelirroja. Sin embargo, más tarde, pensando en frío, se arrepintió.

Celia ahora era la novia de su hermano y tenía incluso más derecho que ella misma de ir a animar al muchacho, ya que Natalia a veces ni se había acordado de su hermano en anteriores ocasiones.

Como aquella vez que Santi tuvo una competición muy importante y a ella incluso se le olvidó enviarle un mensaje de ánimo.

Se sintió fatal aquel día, en Madrid llovía y el tiempo sólo empeoraba su culpabilidad.

Por tanto, la soledad de su casa la abrazaba, cosa que por desgracia la hacía hundirse en su miseria y, por ende, recordar a Alba. Había empezado a ver una serie en Netflix, pero no había conseguido atraparla, por lo que en algunas ocasiones se descubría pensando en la rubia.

Y se maldecía por ello.

Era cierto que en los últimos días no la había pensado demasiado, ya que había tratado de mantenerse distraída y en compañía de otras personas, evitando pensarla.

Pero, cuando llegaba la noche o se encontraba sola, como ahora, la pequeña golpeaba su mente en forma de relámpago cargado de recuerdos. Era entonces cuando se hundía, sin poder evitarlo ni quererlo.

Se llevó dos dedos al tatuaje que cubría su muñeca y lo acarició con suavidad.

No se arrepentía de llevar algo como eso en su piel, de verdad que no, pero sí que era verdad que la hacía ser más consciente de lo duro que es el amor cuando no sale bien. Sin embargo, la tinta en su piel sería como una advertencia para la próxima vez que ocurriera, si es que llegaba a pasar.

No pretendía volver a necesitar a alguien de esa manera.

Suspiró y agitó la cabeza, necesitando deshacerse ya de una vez por todas de cada uno de los pensamientos que la ataban aún a Alba.

Se levantó para guardar la tarrina de helado en el congelado. Cuando volvió y se disponía a sentarse en el sofá de nuevo, el timbre hizo ruido por toda la casa. Se levantó con desgana, y se acercó al chaquetero para agarrar una chaqueta.

Estaba en pijama y sin sujetador, tampoco era plan que el repartidor la encontrara de esa forma, aunque de todas formas se la sudaba bastante.

Agarró también la cajetilla de cigarros, dispuesta a fumarse uno tras firmar el pedido.

Pero nada más abrir la puerta, todo se le vino encima. Se olvidó de respirar, el paquete de tabaco resbaló de sus dedos y casi se ahoga con su propia saliva. La persona que tenía delante era de todo menos repartidora.

¿Qué hacía ahí?

Su corazón empezó a latir desbocado. Las manos le sudaban a gota gorda, incluso se le secó la boca. Cuando sintió que le faltaba el aire, tomó una bocanada grande sin borrar la cara de espanto de su rostro.

Musa // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora