Capítulo 17

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Abril llegó pisando fuerte y, aunque ya el frío había pasado un poco, las lluvias no cesaban, cosa que retenía bastante a los ciudadanos a salir de sus casas.

En lo que llevaban de mes, que ya era más de la mitad, Alba y Natalia habían salido unas tres veces.

Ese viernes no fue distinto. Fuera del piso de las chicas llovía a cantaros. Las dos acababan de volver de la universidad y, en el trayecto que habían caminado desde el coche de Alba hasta el portal, no habían podido evitar ponerse chorreando.

-Joder, como odio la lluvia— se quejó Natalia tras quitarse el abrigo, que pesaba mucho más por el agua absorbida. 

Alba, imitando a la pelinegra, entró hasta el salón con la presencia de su novia detrás. Estaban tiritando, empapadas. Las gotas resbalaban por sus rostros trazando caminos húmedos, ¡y sólo habían caminado unos cincuenta metros!

La mayor de las dos agarró el mando del aire acondicionado para encenderlo.

-No creo que tarde demasiado en calentar la habitación— habló la más baja—. Somos gilipollas, mira que olvidársenos los paraguas...— miró a la tatuada— Nat, dúchate tú primero, no vayas a pillar un resfriado.

La aludida alzó las cejas y negó con la cabeza.

-Tú ya estás resfriada, empeorarás— la tomó de los hombros y empezó a empujarla hasta el baño.

La pequeña se paró en seco, frenando el empuje de su chica. Se giró y la tomó por las mejillas, obligándola a colocarse a su altura.

-Estoy casi curada, pero tú puedes resfriarte, así que obedece— le sonrió y, con ternura, le besó la punta de la nariz. Natalia cerró los ojos, disfrutando de la cercanía y las emociones que un simple gesto como ese, si provenía de Alba, le hacía sentir.

No objetó nada, pero aceptó a regañadientes. Fue a su cuarto, a buscar el pijama, y se encerró en el baño en donde no tardó demasiado. No quería hacer esperar mucho a su pequeña, o de lo contrario podría ponerse peor.

Salió enfundada en el abrigado pijama a la vez que le daba una voz a su novia para que hiciera lo propio. Alba, que ya se encontraba con algo menos de frío, se metió en el baño casi corriendo, tenía muchas ganas de cambiarse de ropa.

Mientras la rubia se permitía relajarse y disfrutar de su cuerpo sumergido en el agua caliente, Natalia se secó el pelo. Como era obvio, terminó antes de que Alba saliera del baño, así que entró a su habitación a tocar el piano un rato.

Recordó que hacía un tiempo su chica le había pedido que la enseñara. Se maldijo mentalmente por olvidarlo, entre la universidad y que sólo deseaba besarla todo el tiempo, ni se había acordado. Se apuntó mentalmente enseñarla al día siguiente.

Su móvil se iluminó, indicándole que debía conectar el cargador, así que se levantó del banco del piano y se dirigió al salón, en donde se encontraba el objeto. Pero, al salir de su cuarto, divisó la puerta del baño un tanto entreabierta.

Y lo que admiró la hizo salivar como un canino.

Alba, sin percatarse de los ojos ardientes de Natalia, estaba enfundada en una diminuta toalla blanca que contrastaba con su clara piel desnuda. Ajena a todo, se secaba el pelo húmedo con una toalla y el efecto del vaho producido por el agua caliente, sólo conseguía volver la imagen más tentadora para la pelinegra.

Apretó los puños con fuerza, ordenándole a sus piernas que se largara de allí. Sin embargo, el magnetismo que era la pequeña, le hacía ignorar cualquier pensamiento. Deseaba acercarse a ella y arrancarle aquella toalla de un tirón, pero se contuvo.

Musa // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora