Capítulo 11.

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Un sinnúmero de libros duerme en mi interior, buenos y malos, de todos los géneros

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Un sinnúmero de libros duerme en mi interior, buenos y malos, de todos los géneros. Frases, palabras, párrafos y versos, que, tan infatigables realquilados, resucitan de forma inesperada, vagan en solitario por mi cabeza y a veces se ponen a barajear allí a voz en cuello, sin que yo atine a callarlos.

Imre Kertész.

Liquidación.

—Comerás polvo —gruñe Hunter.

—No lo creo —con rapidez, presiono a fondo el botón que dispara el acelerador. Al segundo, el auto de mi avatar adelanta el suyo, dejándolo atrás.

Todos nos hemos sentado frente al televisor; Scott está detrás de mi sentado sobre un banquillo por lo que sus rodillas quedan a la altura de mi cabeza. Sus manos están apoyadas en mis hombros cual novio motivador. Hasta ahora, tengo que admitir que se ve bastante creíble.

El avatar de Hunter se acerca peligrosamente al mío, rosando un choque. Me muevo a un lado y acelero, pero se posiciona justo detrás de mí, muy cerca. Lo miro de reojo; mantiene su vista fija en la pantalla con concentración y dedos se mueven con agilidad sobre los botones del mando. En la última curva, quedamos punta a punta; Hunter con ánimos de victoria acelera rebasándome, pero antes de que lo haga del todo choco mi auto contra el suyo haciendo que se salga del carril para darme vía libre hasta la meta.

Salto cuando el confeti de victoria destalla por toda la pantalla. Scott sonríe y estira ambas manos, nuestras palmas chocan demorándose más de lo que deben; y la voz de Red retumba en mi mente.

Debe parecer que tienen afecto real, tal como una pareja de verdad.

Es cierto, pero aun no tengo suficiente confianza en él como tener ese tipo de relación donde los amigos pueden besarse y abrazarse sin ningún compromiso y sin sentirse incomodos.

También implica que debes besarlo.

Alejo la turbulenta voz de Red de mis pensamientos; no tenemos que besarnos, aunque se supone que las parejas deben hacerlo, no me parece necesario un beso en cada aparición de Scott y Marie.

Pratt me observo por un momento con el ceño fruncido y enojo en su mirada. Ha estado demasiado callado desde que llegamos aquí; no comprendo que le pasa.

El juego continúa durante un rato más, rotándose entre todos y luego de varias rondas después todos llegamos a la conclusión de que es hora de comer algo.

—Busquemos troncos —dice Scott. A Charlotte acaba de sugerir encender una fogata y de inmediato la idea comenzó a tomar forma.

—Hunter y yo vamos a comprar lo que necesitamos —dice Pratt haciendo girar las llaves de un auto. Elevo mi vista en cuanto lo escucho hablar; quiero hablar con él, Pratt suele ser mucho más extrovertido de lo que visto hoy y quiero saber porque esta así.

—Voy con ustedes —digo y con rapidez me acerco hasta ellos. Pratt alterna la mirada entre Hunter y yo, demorándose un segundo más en mi como si tratara de decirme algo.

—Está bien —asiente convenciéndose a sí mismo.

Nos detenemos en un minimarket no muy lejos del granero; Hunter agarra un carrito de compras y empieza a meter todo lo necesario como lo pueden ser bolsas de papas fritas, paquetes de galletas, refrescos y malvaviscos.

—¿Qué te pasa? —le susurro a Pratt cuando Hunter se adelanta a otro pasillo para buscar las bebidas.

—Nada —dice sin mirarme y con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de mezclilla.

—Pratt, vamos estuviste estado muy callado toda la tarde —reprimo el impulso de alzar un poco más la voz.

—¿Lynn puedes hacerme un favor? —pregunta y yo asiento al instante—. No te acerques mucho a Hunter.

—¿Por qué? —volteo hacia el final del pasillo, donde Hunter mete las botellas plásticas dentro del carrito de compras.

—Solo hazme caso —voy a protestar y a exigirle una respuesta contundente cuando Hunter se acerca a nosotros.

—Creo que ya tenemos todo —bajo la mirada a las cosas; fingiendo que las miro mientras muerdo mi lengua. Con la curiosidad despertando dentro de mí. Siento la mirada de Hunter sobre mí por lo que me muevo un poco hasta quedar de lado simulando ver unos paquetes de sopas instantáneas.

—Sí, vamos —dicho esto, caminamos hasta la caja registradora.

Cuando regresamos, la fogata está encendida; hay banquillos con mantas y una mesa alrededor. Veinte minutos después, llegaron al menos unas veinte personas más, incluyendo al baterista de Scott y las personas que yo no conozco, pero Marie si lo hace.

—¿Recuerdas cuando Scott se la pasaba cantando las canciones High School Musical? —me pregunta Arabella cuando ayudo a servir los refrescos en vasos desechables.

—Claro que se acuerda —suelta Hunter a mi lado—. Ella usaba todo rosa para ser como Sharpay Evans —lo siento acercarse más a mí para decir en un murmuro antes de alejarse—. Y debo decir, que te veías demasiado tierna —Sin voltearme, Hunter toma una bandeja y camina hacia donde están los demás.

—¿De qué hablan por allá? —Scott pregunta cuando me siento a su lado en el suelo; pasa su brazo por mis hombros y señala con la barbilla hacia el lugar donde hace tan solo segundos Hunter hizo ese comentario.

Sonrió más para los demás.

—Con que te gustan los musicales ¿No?

—No puedo creer que hayan mencionado eso... —sacude la cabeza.

—Tranquilízate, tú secreto está a salvo conmigo.

—Al igual que muchos otros —su mención hace que voltee a verlo; nuestras miradas de encuentran dentro de una esfera de estambre perdida en el limbo. El calor del fuego se refleja a la perfección en sus ojos mieles y por un momento todo lo que puedo ver es a un niño de once años cantando por diversión con sus amigos, sin necesidad de preocuparse por terceras cosas. y sin saber por qué, se siente como en casa. 


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Blasfemias del amor  ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora