Capítulo IV

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"En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que queremos ser"

William Shakespeare

Lady Georgiana se encontraba con el bordado en sus manos, reposando en el sillón de la sala cuando le anunciaron la presencia de Fairfax, con lo cual, irguió su espalda, se tocó el peinado con sus manos y se alisó el vestido mientras esperaba el ingreso de aquel hombre que en ese momento era dueño de la reputación y el buen nombre de los Campbell.

Minutos después ingresó con su uniforme militar guiado por el mayordomo. Era un hombre de unos cuarenta y tantos años, con cabello ondulado, largas patillas y bigote. Se acercó a ella y tomó su mano haciendo una reverencia para luego dejar en la misma aquel beso que le resultó de lo más desagradable.

—Distinguidísima dama... —saludó mientras ella lo miraba con desdén. —Quiero expresarle el agrado que me produce conocerla, al igual que esta majestuosa propiedad. ¿Es acaso la más grande del condado? —dijo con sobrada exageración lo que denotó su falta de modales.

—Señor Fairfax, los dos sabemos que el motivo de nuestra reunión no es agradable, al menos no para mí. —sus palabras directas lo sorprendieron y produjeron en sus ojos aquel brillo de codicia que Lady Georgiana captó al instante. —Quisiera que esta reunión fuera lo más breve posible, entenderá usted que no quisiera que Lord Campbell se percatara de su presencia y el motivo que lo trajo hasta aquí.

—Muy bien Milady, me encanta tratar con personas directas como usted y que saben hacer buenos negocios. —cruzó una pierna sobre otra y estiró el brazo sobre el respaldar del elegante sillón, mientras ella lo contemplaba nerviosa y a la vez, deseosa de que aquel hombre se largara de su tierra. —Sabrá usted los motivos que me han traído hasta aquí y...

—¿Cuánto quiere? —lo interrumpió y él se sorprendió pero inmediatamente hizo una sonrisa de satisfacción.

—Entenderá que la reputación de la dama en cuestión está en juego, al igual que la de su nieto... en fin, creo que unas cinco mil libras estarían muy bien. —al escuchar aquella suma tan importante, Lady Georgiana tosió y se enderezó lo más que pudo en su asiento.

—¿Es usted consiente de lo que está pidiendo?

—Claro que sí —miró a su alrededor admirando el lujo de cada detalle. —Y entiendo que estoy siendo benevolente.

—Mire señor Fairfax, se me hace extremadamente difícil reunir esa suma, pero...

—No he terminado... —ahora era él quien la interrumpía a ella, produciendo en su rostro mayor asombro aún que su falta de educación, sus palabras.

—Entenderá usted que debido a mi carrera militar, a mis compromisos y mi excelentísimo comportamiento y deber para con el reino, no he encontrado una mujer a mi medida, y en estos momentos, la imagen de su hermosa nieta en el baile en Bath me ha sobrecogido y sorprendido, deseando poder comprometerme con ella lo antes posible.

—¿Está usted loco? —para ese momento, los modales de Lady Georgiana habían sido sobrepasados por la audacia de aquel hombre sin escrúpulos. Jamás dejaría que Anne se casara con alguien menor a un duque, marqués, conde o barón. Nunca. No lo había tolerado de su propia Amelia, mucho menos soportaría ser ella quien cometiera semejante sacrilegio para la reputación y buen nombre.

—No pido, sino lo que vale mi silencio.

—Lo que puedo ofrecerle es...

En aquel instante, Marianne asomó su nariz por la sala, y al notar la presencia de su abuela y aquel hombre, abrió sus ojos sorprendida y angustiada por el problema que podría representar ese momento para ella, ya que su abuela había sido clara con Anne de que no deseaba si quiera verla. Inmediatamente se disculpó y se volvió sobre sus pasos chocando con su prima que estaba detrás de ella.

Lady Georgiana aguzó su mirada, inmediatamente supo de quién se trataba, era igual a Amelia, su mismo cabello ondulado y dorado como el sol, pero carente totalmente de modales y eso le hacía recordar de dónde venía y lo lejos que estaba de pertenecer a su familia. En ese instante entendió cuál sería la mejor solución.

—Lo que puedo ofrecerle es una suma de mil libras anuales y entenderá usted que mi nieta no está disponible, pues ya se encuentra comprometida con cierto caballero de alcurnia — mintió —y por lo que a mí respecta, entregársela como esposa sería lo mismo que dejar que Philip enfrente por sí mismo las consecuencias de sus actos, por lo que no está dentro de las posibilidades. Pero... tengo otra nieta, que tal vez, si es de su agrado podamos cerrar este bochornoso asunto. —Notó en el hombre cierta mirada que le daba entender que aquella posibilidad de concretar fuera factible —De todas maneras, dadas las circunstancias, su silencio no me es suficiente, quisiera que me entregue las pruebas que posea sobre el incidente, en caso de que aceptara mi oferta.

—Entiendo... lo pensaré. De todas maneras Milady, usted comprenderá que quisiera conocer a la señorita si es posible, para constatar que sea de mi agrado.

—Por supuesto, sólo le pido un poco de tiempo y a su debido momento se harán las presentaciones pertinentes. —Fairfax asintió y sonrió.

—Muy bien, ha sido un placer tener esta conversación con usted, tendrá noticias mías muy pronto. —Ella recibió el beso de despedida en su mano y vio como aquel hombre se iba de su casa.

Marianne se encontraba sumamente angustiada mientras su prima hacía muecas de fastidio.

—Basta ya querida... no te preocupes que no será para tanto.

— ¿De verdad lo crees? —tomó su mano en una súplica desesperada de que aliviara sus angustias.

—Hablaré con ella, ya verás. Le explicaré que desconocíamos su presencia en la sala, creo que no es tan grave.

Marianne temblaba, no solo por lo que significó al fin conocer a su abuela en persona, sino por lo que podía significar en su vida aquel error. Tal vez no le permitiera volver a Burghley y eso significaba perder todas sus expectativas de sobreponerse a la penosa realidad de su vida y la de su hermana, a alejarse de su padre que cada día se volvía más violento, y de soñar con un futuro mejor.

—Anda ya, mejor vuelve a tu casa. La próxima semana ven como siempre. Si hay algún problema te lo haré saber. Tranquila.

Marianne hizo una breve sonrisa asintiendo y se volvió sobre sus pies para tomar el camino de regreso.

Caminó unos pasos y mientras el sol brillaba aún en el cielo aunque perdiendo intensidad, no pudo contener más sus lágrimas que insistieron en volcarse sin más remedio y ella las dejó en libertad. Le ardían los ojos y su mirada se nubló. Miró al cielo y rogó a Dios que no permitiera el enojo de su abuela, que le diera una oportunidad en medio de una vida llena de oscuridad. Puso un pie tras otro por el sendero al bosque apurando levemente el paso para llegar antes que su padre apareciera por la casa.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora