Capítulo XXVII

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"El corazón cree todo o casi todo lo que lo hace latir, pobre inocente"

Mario Benedetti.

Marianne cerró la puerta de su habitación y apretó sus manos tan fuerte que le dolieron. Largó un sollozo que se escapó entre sus labios de todo lo que había soportado sin gritar. Es lo que ansiaba, gritar fuerte hasta quedarse sin voz. Se acercó a la ventana de su habitación, donde todo se veía oscuro y apoyó su mano contra el vidrio de la misma, deseando que el frío del mismo calmara el calor que sentía en su cuerpo, en su corazón. Cerró sus ojos y recordó cada palabra de su abuela y tenía razón, el comportamiento de Henry no era adecuado a un caballero. Todo en él era misterioso. Sus salidas de campesino, sus andanzas por el bosque, sus encuentros misteriosos... pero sus besos, sus abrazos, el calor de su pecho junto a su mejilla, sus palabras dulces, sus caricias, eso era real y era amor. No podía ser otra cosa. Mordió su labio inferior y saboreó el salado de sus lágrimas, su mente bullía de palabras dulces, de palabras agrias, de las palabras de su madre que resonaban nuevamente después de haberlas acallado a besos y caricias. No quería equivocarse. Casarse con Fairfax sería más seguro, pero situación más infeliz que esa no imaginaba. No podría soportar que la besara, que la tocara... no cuando había sentido el amor en labios de Henry, el calor y la suavidad de su piel. Se volvió a su cama y se acostó cerrando sus ojos y tratando de imaginar los ojos de su amor, los ojos de ese hombre que se había ganado su corazón para siempre y sólo tuvo la convicción de que prefería morir en el rancho de su padre a vivir sin él. Lloró, pero decidió que esas lágrimas agrias serían las que sellaran para siempre su convicción. Esperaría a Henry como le había prometido, y por la mañana hablaría con su abuela para decirle que su respuesta seguía siendo no.

Betsy llamó a la puerta y cuando Marianne le permitió entrar, basto mirarla para saber que algo no estaba bien.

—Señorita... ¿sucede algo?

—No... todo está bien, me duele un poco la cabeza y estoy muy cansada. —ella la miró sin sentirse del todo convencida. —Ayúdame a quitar la ropa para poder acostarme.

Cuando volvió a quedarse sola, cerró sus ojos convenciéndose de que debía dormir, presentía que aquel día sería muy largo. Pensó en aquella tarde y oyó su voz en su oído: "te amo". Sonrió mientras aquella lágrima se coló entre su nariz y sus ojos y se volcó sobre la almohada.

****

Se alisó el vestido y volvió a mirarse en el espejo, aún se veían debajo de sus ojos la sombra violácea de la noche que había pasado. Bajó las escaleras hacia la sala de té donde sabía que encontraría a Lady Georgiana sola, pues todos aún dormían.

—Marianne... ¿cómo has descansado? —preguntó con cierta burla en su tono.

—Muy bien, gracias.

—Me alegra escucharlo. Así debe ser una dama: fría en el pensamiento, sopesando las opciones y siempre elegir la correcta. —sonrió triunfante mientras acercaba la taza  a sus labios. Bebió un sorbo mientras Marianne habló.

—Sí, eso hice, pensé bien las cosas, rememoré todo en mi mente, y he decidido que no voy a casarme con el capitán. —el trago de té se le atoró en la garganta haciendo que se ahogara y que tuviera que carraspear para respirar con normalidad. Dejó la taza sobre la mesa sintiendo el ruido de la porcelana por el ímpetu con que las apoyó y se puso de pie acercándose a ella.

—¡Estoy hasta la coronilla de ti! Te he dado todo, te he tenido paciencia y hasta he querido hacer esto por las buenas, pero pareces no entender nada. —el tono que usó puso en alerta a Marianne pues se acercó tanto a ella y la miraba distinto, ya no era afilada, sino fría y carente de cualquier sentimiento. —Vas a casarte con ese capitán a como dé lugar.

—Dije que no, señora. —la miró fijamente a los ojos, tratando de demostrarle que podía ser rica, podía intimidar a todos, pero que no mandaría en su vida y en sus decisiones como pretendía.

—Muy bien, entonces ve despidiéndote de tu hermana y aférrate a sus recuerdos, porque es lo único que tendrás. —Marianne frunció el ceño.

—Emma vendrá conmigo, donde yo estoy, ella estará conmigo.

—Eso... si puedes encontrarla.

—¡¿Qué?!

—Lo que oíste. Piénsalo bien desdeñada y muerta de hambre... —sus palabras dolieron, aunque ya estaba acostumbrándose a la clara idea que su abuela sólo sentía desprecio por ella, y que sus intenciones distaban mucho de las que le había dicho aquella tarde cuando la conoció. —si te rehúsas a casarte con el capitán, si dices una palabra de todo esto a cualquier persona de esta casa o fuera de ella, si huyes, si se te ocurre si quiera suspirar sin que yo lo sepa, no volverás a verla nunca.

—Conseguiré el dinero para buscarla.

—¿De verdad crees que está en la escuela de la señorita Lowood? ¿Crees que yo gastaría semejante dineral en ella? —largó una estrepitosa carcajada que resonó en la sala mientras Marianne sintió un frío que corría por su espalda y le tensaba cada músculo mientras su corazón se retorcía al asimilar todas las palabras que oía.

—¿Dónde está mi hermana? —dijo con tono frío mientras las lágrimas se derramaban por la desesperación y el agujero que se abría dentro de sí misma.

—Te lo diré cuando tu casamiento con Fairfax esté consumado. Ahora vete de aquí, te encierras en tu habitación hasta que llegue el capitán, donde le darás el sí con una sonrisa en los labios y con el mayor de los placeres.

Marianne se volvió sobre sus pies temblando.

—Y no lo olvides... ni una palabra, o te sentirás culpable toda la vida de lo que pueda pasarle a ella.

Subió las escaleras de Burghley deseando volver el tiempo atrás, deseando volver a esa tarde en el bosque donde se encontró con los ojos de Henry por primera vez, deseó no haber llegado nunca a esa casa, deseó correr de la mano de Emma por el bosque luego de darse un baño en el pozo y entró en su habitación cerrando con llave tras de sí tal cual su abuela le había ordenado.

Miró a su alrededor todo el lujo de aquellas paredes, de aquella cama, el tocador, las molduras del bello espejo que antes había admirado y sollozó tomando su rostro entre sus manos, aquel lugar que antes había sido su mayor anhelo se había convertido en su jaula, una de la que no podía librarse. Se abrazó a si misma pensando en Henry y en que no podría volver a verlo, en lo que le dolería estar lejos de él y en que no podía darle ninguna explicación, pensaría de ella lo peor. Se recostó en su cama y deseó estar cerca de Emma, tenerla allí, saber cómo estaba.

Se apresuró a buscar en su vieja bolsa de viaje las cartas de ella, las tomó en sus manos y las repasó una a una

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Se apresuró a buscar en su vieja bolsa de viaje las cartas de ella, las tomó en sus manos y las repasó una a una. Ahora sí estaba segura de que no eran de ella, de seguro su abuela había escrito en su lugar. Las apretó en un bollo y sollozó abrazada a su viejo vestido. 

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora