Capítulo XX

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"No tenía ni un instante sin pensar en ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes..."

Gabriel García Márquez

Marianne estaba de pie al lado de la pista de baile, donde ya las parejas se acomodaban, él no aparecía por ningún lado, y sumado a que no lo había visto en toda la noche, se volvió sobre sus pies para volver a sentarse, avergonzada de semejante desplante y desilusionada de que nuevamente le hubiera fallado, tal cual había sucedido en el jardín. Una mano sostuvo la suya y la hizo volverse, allí encontró sus ojos azules y aquel porte masculino que la hizo temblar.

—Milady... —Ella lo miró arrugando levemente el ceño. —Le ruego me disculpe la tardanza, pero estaba con los caballeros en la sala de las cartas y sólo he venido hasta aquí a buscarla a usted, sólo a usted Marianne. —Ella no aguantó semejante declaración y sonrió mientras él replicaba aquel gesto con esa boca perfecta.

Caminaron de la mano hacia donde se encontraban las otras parejas y el vals comenzó. Marianne podía sentir su mano apoyada en su cintura y la proximidad de su cuerpo, la firmeza de sus músculos debajo de la levita y no pudo contenerse de mirar el espacio entre su hombro y su cuello donde sentía que era su lugar.

—¿Cómo ha estado?

—Muy bien, gracias...

—Déjeme decirle que está muy hermosa, y a pesar de que recién en este instante pisé el salón por primera vez en toda la noche, me resultó imposible no encontrarla de inmediato, pues resalta en medio de todas las damas. 

—Muchas Gracias... — Marianne sonrió nerviosa. — Aunque esas bellas palabras no compensan que me ha hecho esperarlo.

— Mis disculpas. — Siguieron el baile en silencio por un breve instante en que Henry habló nuevamente. 

—He pensado en usted... —ella lo miró a los ojos y él sonrió. —Mucho, para ser más exacto.

—¿Ah si? —él sonrió haciendo aquel movimiento con sus labios al estirarlos que la desarmó, y como hipnotizada por ellos, los suyos hicieron lo mismo.

—Sí. —afirmó secamente y con total convicción, con un tono de voz suave y tierno mientras la miraba a los ojos y hacían los pasos, que para ese instante ni siquiera sabía que hacían sus pies, sus ojos chispeantes y sus dientes perfectos la tenían totalmente perdida.

—¿Y qué pensaba?, ¿Algo bonito?

Él sonrió nuevamente pero no respondió, continuó con el vals sin dejar de mirarla y sintiéndola muy cerca.

Cuando el baile terminó, le ofreció su brazo y caminaron hacia el balcón que daba a los jardines, se quitó el antifaz, estaban solos y ella sumamente nerviosa cuando él la volvió hacia sí mismo y tomó sus manos entre las suyas.

—Siempre que pienso en usted es algo bonito Marianne.

—Mmm... me hace dudar milord. —lo dijo con una mirada pícara que Henry adoró.

—Nunca dude de mí.

—Casi le ofrezco su lugar a otro caballero...

—No me diga...

—Pues sí, desde que califico como bailarina correcta, ya tenía el carnet completo y por supuesto no pensaba quedarme sin bailar el vals.

— ¿Ah sí?... Por favor facilíteme el carnet para constatar quienes son mis contrincantes. —Marianne sonrió levemente y mientras erguía su espalda, le extendió el papel.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora