Capítulo XXXIII

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"De todos los riesgos que he corrido por usted, el único que no hubiera corrido nunca es el de no haberlos corrido"

Ángeles Mastretta

Dudando, se acercó a él y trató de levantarlo. Sus ojos nublados de alcohol se encontraron con los suyos.

—Vamos padre, ayúdeme.

—¡¿Qué haces aquí?! —gruñó en su rostro y su aliento fétido la invadió.

—Vamos padre... ayúdeme por favor. —con pesar, se incorporó levemente y apoyado en sus hombros caminó hacia el camastro.

Todo se veía sucio y abandonado.

—¿Te cansaste de la vida gloriosa? —sonrió con burla, pero Marianne no dijo nada. Levantó la olla y fue a buscar agua. Encendió el fuego,  y rebuscó entre la casa encontrando algo que pudiera servirle para hacer un caldo. Sólo encontró dos papas arrugadas y un zanahoria blanda. —¿Qué sucedió con la vieja? ¿Te echó?

—Descanse padre... descanse.

Limpió un poco la mesa y la casa que estaba cubierta de polvo, telas de araña y toda clase de alimañas mientras se cocía aquel caldo escaso pero que le daría a su estómago algo de sustento. Cuando estuvo listo, sirvió en un plato y se acercó al camastro. Despertó a su padre que se incorporó levemente al sentir aquel calor en sus labios. Abrió sus ojos y ella le acercaba la cuchara a su boca.

—¿No vas a decirme que haces aquí? —ella levantó los ojos y se encontró con los de su padre, que eran como los suyos propios, avellana.

—Vine a ver a mamá.

John sonrió.

—Dime la verdad. ¿Qué te hizo la vieja Dixon? ¿Ya se le borró la cara de buena abuela?

Marianne miró a su padre sin entender por qué había permitido que se fueran con ella si sabía cómo era, pero luego recordó que John Kellet no era el mejor padre que una pudiera tener.

—¿Cómo se encontraba Marble House? ¿Sigue tan grande y hermosa como siempre?

—Burghley Padre, Burghley. —Kellet frunció el ceño y cerró sus ojos perdidos. —Beba y descanse...

Terminó de darle el caldo, lo acomodó en su cama y miró el sol. Ya era hora de volver.

Buscó el caballo y volvió a trote lento a su jaula, que la esperaba junto a su carcelera y de seguro iba a tener que darle las explicaciones que supuso le pediría.

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—Francamente Jane, tu hermano es un maleducado.

—Dafne, no se ha sentido muy bien...

—Lo que quieras, pero dejarme tirada en medio del jardín, esperándolo, se me hace descortés.

—Mil disculpas por favor, de seguro cuando se sienta mejor te invitaremos a pasar un tiempo en Silky. —Lady Dafne asintió mientras con un dejo de desilusión por su paseo, se subió a su carruaje y partió.

Jane miró hacia la casa y dio un suspiro. Ingresó en la biblioteca donde encontró a Henry parado frente a la ventana en silencio y Hudson sentado en el sillón al lado de los estantes repletos de libros. Lo miró y enarcó las cejas en búsqueda de alguna respuesta, pero Hudson levantó los hombros en señal de que nada había dicho y nada había pasado.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora