Capítulo XXXIV

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"No sé por qué, pero hoy me dio por extrañarte, por echar de menos tu presencia. Alguien dijo que el olvido está lleno de memoria."

Mario Benedetti

Hudson miró por la ventana, el sol estaba tan bajo que apenas se veía la mitad de aquel círculo anaranjado en el horizonte. Jane estaba nerviosa, Henry había salido aún temprano y no había miras de que regresara.

—Por favor Hudson, no esperemos más... vaya a buscarlo por favor. —suplicó Jane que de los nervios caminaba de un lado a otro de la sala.

—Tal vez regrese más tarde...

—Se lo suplico, quedó muy mal luego de su encuentro con  Marianne y temo que algo le suceda.

—Está bien señorita, pero tranquila por favor...

—Gracias. —ella se acercó a él y tomó su mano apretándola. Hudson buscó su caballo y algunos hombres debido a lo avanzado de la hora, y emprendieron galope sin saber si quiera por donde comenzar, tal vez el pueblo, donde ya lo había encontrado unos días atrás totalmente borracho.

Cuando iba saliendo de Silky, vio algo extraño en el camino y aguzó la mirada, ya que debido las primeras sombras de la hora avanzada no alcanzaban a distinguir qué era aquello.

Al aproximarse, levantó su mano para que se detuvieran al notar que aquello en el suelo, en medio del barro y el camino, era su amigo. Desesperado, se bajó del caballo junto a los demás y corrió a su lado. Cuando divisó la camisa ensangrentada, inmediatamente reconoció el olor de su carne quemada mezclado con el acre de la pólvora. Lo volteó para constatar que respirara y lo abrazó desesperado.

—¡No se queden ahí! ¡Ayúdenme! —gritó. 

****

Cuando llegaron a la casa, Jane al ver a su hermano así desesperó y se abalanzó sobre él.

—¡Henry! ¿Qué sucedió? —Sollozó.

—Milady... —Hudson tomó sus manos entre las suyas mientras sus lágrimas se derramaban como torrente y él dejaba asomar las suyas. Jane se abrazó a él.

—Ayúdelo por favor... —susurró a su oído y Hudson asintió. —Voy a mandar a buscar al médico.

—Es inútil... no podemos esperar más tiempo. Haré lo que pueda. —Jane cubrió su rostro con sus manos mientras acomodaban e Henry en la cama y quitaban su ropa.

Hudson había curado a Henry y a sí mismo innumerables veces en su carrera militar, pero ahora era distinto. No sabía cuánto tiempo había estado allí tirado, ni cuanta sangre había perdido.

Su mano temblaba ante la inconciencia de su amigo y suspiró cerrando sus ojos y pidiendo a Dios que lo ayudara.

Levantó la cabeza de Henry y le dio un trago de láudano, volcó coñac en la herida e hizo un preparado de malvavisco que utilizó para desinfectar y desinflamar la herida. Constató que tenía un orificio de entrada y otro de salida que se encontraban a la altura de su omóplato y en cierta forma se tranquilizó que al menos la bala no hubiera quedado dentro. Realizó una cataplasma y envolvió su cuerpo con vendas, tal cual había hecho en la guerra.

Se sentó a su lado y apoyó su rostro sobre sus brazos, con un desasosiego que lo invadía por completo.

—Henry... no se te ocurra dejarme amigo... ni lo pienses...

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora