Capítulo XXXVIII

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"El miedo es inevitable, tengo que aceptar eso, pero no puedo permitir que me paralice"

Isabel Allende.

Cuando llegó a Burghley, estaba agitado, sudaba un poco por la desesperación de llegar a ella lo antes posible, por abrazarla nuevamente; y otro poco por el miedo de que lo rechazara. Ya había marcado la distancia entre los dos aquel día en Bath, y sus palabras, aunque concisas y sin un dejo de maldad, habían dolido como el peor de los desprecios o de los insultos.

Detuvo el caballo entre los árboles, tomó el arma y se acercó al jardín trasero, rodeó la casa, se detuvo en el frente y nada. No se veía rastro de ella, sino solamente a través de los ventanales la luz tenue de las velas alumbrando la sala donde cenaban. Temió que era tarde, y que la posibilidad de verla era remota.

Miró hacia atrás, hacia el camino, y tuvo la certeza que no podía irse de allí sin hablar con ella. Había cometido infinidad de locuras antes, una más valía la pena si con ella volvería a mirarla a los ojos, si podía escucharla, entenderla.

Se acercó entre las penumbras y tanteó las ventanas de la planta baja una a una hasta que pudo ingresar. Se detuvo en los pasillos de lo que parecía el camino a la cocina y a la despensa. Se oían unas voces distantes que supuso serían de los empleados.

Asomó su rostro entre las paredes y divisó la amplia cocina de Burghley. La señora Cole se movía de un lado a otro limpiando y allí estaban también dos sirvientas.

—Pero señora Cole, ¿qué culpa podemos tener nosotros? ¿Es necesario tener que soportar su mal carácter?

—No nos pagan por opinar Margaret —espetó la señora Cole.

—Pues yo creo que esa chiquilla...

—Lady, Margaret, Lady...

—Bueno... esa Lady... —la señora Cole puso sus brazos en jarra por la forma en que se expresaba y la observó con claro disgusto —yo creo que está loca... tirar su reputación por el suelo y ¿para qué? Debería dar las gracias que le han guardado el secreto frente al señor ese... porque sino, aquella boda quedaría en la nada...

Betsy entró en la cocina y Margaret hizo silencio mirando de soslayo.

—Señora Cole, Lady Georgiana solicita un té de valeriana, pues está con los nervios de punta. —acotó mientras se paraba al costado de la mesa.

—Muy bien, hazme el favor de traerme de la despensa un poco de Valeriana seca que está colgada con las otras hierbas.

Betsy se volvió por el pasillo e ingresó a la despensa, donde apenas entreabrió la puerta, Henry tapó su boca haciendo que su corazón se paralizara por completo. La volvió a si y se acercó a la tenue luz del candelabro que pendía de la pared.

Ella lo miró asombrada un breve instante antes de reaccionar.

—¡Milord! ¿qué hace aquí? —Henry le hizo señas con el dedo sobre sus labios.

—La espero afuera, al lado del gran árbol. Por favor necesito hablar con usted. —Betsy asustada movió la cabeza en negativa, pues no correspondía que saliera a esa hora y sabía que recibiría un gran castigo del ama de llaves, la señora Lovelace, si desaparecía en aquel momento en que la casa estaba conmocionada y patas arriba. —Por favor.

—¡Betsy! La valeriana...

—Enseguida señora Cole... —miró sus ojos azules suplicante, pensó en la ventura de su amiga y finalmente asintió.

****

Henry sentía el rocío de la noche sobre su cuerpo y las piernas acalambradas de estar esperando. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero el suficiente para pensar que la doncella no vendría.

Se estaba volviendo hacia su caballo cuando notó una pequeña luz que se movía en la oscuridad y se acercaba. Aguardó escondido entre los árboles.

—¿Milord? —Betsy llamaba en un medio susurro y Henry convencido de que era ella, se apareció justo en frente. —¡Milord! Me asustó.

—Lo siento... se demoró más de la cuenta.

—Lo lamento Lord Hawthorne pero se me hizo imposible salir hasta que Lady Georgiana se durmió y la señora Lovelace se dispuso acostarse. —Henry asintió.

—Necesito ver a Lady Marianne. Es importante que hable con ella. —Betsy bajó la mirada.

—Milord, me temo que ha llegado tarde...

—¿Cómo?

—Lady Marianne no se encuentra en la casa.

—¡¿Qué?! —Giró su cuerpo dándole la espalda en un intento desesperado de calmar a su corazón. —Pero... ¿cómo es posible? ¿dónde está?—se volvió a ella.

—No lo sabemos señor... Esta mañana no se encontraba en su habitación, y desde ese momento Lady Georgiana ha desesperado y ha enviado a buscarla. —Henry sentía su corazón en un puño.

—¿No le dijo nada? ¿No le dijo dónde iría? ¿No le nombró ningún lugar? —Betsy movió la cabeza en negativa pero bajó su mirada tratando de ocultar su mentira, algo que no pasó desapercibido ante los ojos experimentados de Henry. —Por favor le suplico que me lo diga... —Betsy recordó la manera en que él había tratado a Marianne en Bath y dudó.

—Lo siento... no lo sé.

—Señorita... se lo suplico... —Henry tomó sus manos en un intento desesperado.

—No puedo... lo siento señor... se lo prometí.

—¿Pero por qué? ¿qué está sucediendo?

—Lord Henry usted ignora tantas cosas... —aquella afirmación fue como una bofetada a sí mismo, pues eso es lo que sentía en ese momento en que la mujer que amaba había huido, que estaba en algún lugar sola, rodeada de peligros, asustada tal vez... y había ido a pedirle ayuda. Era algo que no se perdonaría nunca.

—Señorita, lo único que puedo decirle es que yo amo a Marianne, que me he equivocado en muchas cosas, tal vez cegado por las circunstancias de no entender y de sentirme traicionado. Pero le aseguro que la amo y que deseo estar con ella y ayudarle sobre todas las cosas. Se lo suplico por lo que más quiera...—Betsy se sintió conmovida de oír esas palabras de aquel caballero, militar, con aquel porte de hombre fuerte y guapo, pero que en ese momento se humillaba delante de una sirvienta en un intento de conseguir información que sólo ella podía darle, aunque había prometido no hacerlo. Se detuvo un instante mirando sus ojos suplicantes, en silencio, mientras él expectante esperaba algún indicio de dónde podría encontrar a Marianne. Betsy inspiró profundo...

—Lady Georgiana ha retenido en algún lugar desconocido a la señorita Emma mintiendo que estaba en la escuela de señoritas en Londres, ha amenazado a Lady Marianne que si quiere volver a verla se debe casar con el capitán Fairfax y por eso milady se vio obligada aceptar aquella propuesta que bajo ningún concepto deseaba, pues ella lo ama sinceramente. Ante la situación de verse sola y desesperada, sin poder contar con nadie, ha decidido marcharse en su búsqueda y sólo ha llevado algunos víveres, algo de dinero de unos ahorros míos y un caballo de Burghley. Se marchó esta madrugada con las primeras luces del día, y estoy sumamente preocupada por ella y por su seguridad. —Inspiró luego de soltar todo aquello que la asfixiaba por los nervios que había pasado durante todo el día. —Tomó el viejo camino real rumbo a Marble donde supone podría encontrarse, es su única esperanza. —Se detuvo para volver a respirar y miró a los ojos azules de Henry que no alcanzaban a procesar todo lo que ella le había dicho. —Milord le ruego que la ayude, que la busque y la traiga sana y salva. —se volvió sobre sus pies apresurada y Henry miró como la luz de la vela se perdía en la oscuridad.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora