Capítulo XLII

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"A veces pienso que tu risa es un poema que Dios escribió el día que se enamoró del mundo"

Ron Israel.

Caminaron entre los árboles hasta que divisaron una construcción que se hallaba en el frente de la propiedad. Era de piedra, pequeña y humilde. Desde donde se encontraban podían ver una parte de un huerto con algunos cultivos y una silla de la casa principal que había pasado a convertirse en un trasto viejo ubicado en el frente. Marianne sintió su corazón a mil solo al darse cuenta que allí vivía alguien. Apretó con fuerza  la mano de Henry y entrelazó sus dedos aferrándose, como lo hacía a la ilusión de que Emma estuviera allí. Él la observó un breve instante para darle confianza, y entendiendo lo que asaltaba a su corazón, una mezcla de miedo e ilusión.

Un hombre mayor salió por la puerta principal y se detuvo apoyando sus manos en su cintura y luego estirando su cuerpo y sus brazos al cielo desperezándose

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Un hombre mayor salió por la puerta principal y se detuvo apoyando sus manos en su cintura y luego estirando su cuerpo y sus brazos al cielo desperezándose.

—Henry... —él se volvió a ella y puso su dedo en sus labios para que hiciera silencio.

Un grito y un regaño se oyeron dentro y por la puerta trasera salió una niña con el cabello claro, unas polleras largas y gastadas al igual que su blusa.

Marianne ahogó un grito y Henry se apuró a poner su mano en su boca silenciándola mientras las lágrimas de la mujer que amaba se derramaban por sus ojos, recorrían su mejilla y se volcaban sobre sus dedos. La abrazó escondiéndola en su cuello.

—Mi amor, tranquila, confía en mí. —dijo a su oído casi en un susurro. Ella inspiró profundo y llevó sus manos a su pecho apretándolo para contener sus sollozos que amenazaban con salir al mismo tiempo que Henry la dejaba allí y rodeaba la construcción.

Marianne miraba a Emma que buscaba una vieja escoba y volvía a ingresar a la casa. Se apoyó contra el árbol y la tensión paralizaba todo su cuerpo.

Henry rodeó la casa y divisó al hombre mayor que tomaba el rastrillo para trabajar la tierra. Sigiloso como siempre, se acercó a él y antes de que su sombra sea vislumbrada por el anciano, Henry apoyó el cañón de su arma sobre su sien.

—No se mueva señor si no quiere perder parte de su cabeza. —El hombre enderezó su cuerpo despacio y visualizó a Henry. —Soy soldado del ejército de su majestad y vengo en busca de la niña, Emma Kellet que fue sustraída de su hogar y del cariño de su familia para ser retenida en este lugar. ¿Quién es el responsable de semejante infamia?

—Se- señor... nosotros solo cumplimos órdenes... —Henry esbozó una leve sonrisa por darse cuenta que su discurso de gran soldado había sido exitoso y el hombre había sido amedrentado con simples palabras.

—Llame a la niña. —espetó con voz firme.

—¡Dorothy! ¡Dorothy! —gritó mientras Henry apoyaba el cañón con más fuerza sobre su sien.

Una mujer de baja estatura, regordeta y de cachetes colorados apareció por la puerta principal poniendo sus brazos en jarra en su cintura.

—¿Qué quieres...? —se detuvo en seco al ver a su esposo encañonado.

—Señora haga el favor de llamar a Emma Kellet. —la mujer hizo ademán de volverse a la casa —No se mueva. Llámela.

—¡Niña! ¡Niña! Ven acá.

Emma asomó por la puerta y Henry contuvo las ganas de abrazar a esa pequeña que significaba tanto y que se veía sucia y despeinada.

—Ven aquí Emma. —dijo Henry y ella lo miró con dudas y temor.

La mujer le dio un empujón haciendo que trastabillara por las escaleras de tres peldaños y terminara apoyando sus rodillas y sus manos en la tierra.

Se acercó despacio a Henry que se agachó despacio sin quitar el arma de su lugar y se acercó a su oído.

—Camina hasta el árbol que está detrás de la casa donde te espera Marianne. —susurró y los ojos de la pequeña brillaron y miró a Henry ilusionada mientras él le guiñaba un ojo.

Corrió hacia la parte trasera de la casa mientras Henry volvía a enfocarse en ese par de individuos.

—Muy bien... ahora me acompañarán con las autoridades para dar cuenta de sus actos.

—Señor por favor, le suplico que tenga piedad. Nosotros sólo cumplimos con nuestro trabajo. Vivimos de lo que tenemos aquí y no sabíamos quién era la niña ni por qué debíamos cuidarla. Sólo creíamos que se trataba de una huérfana sin hogar. —Henry sabía que mentían, pero tampoco quería complicar las cosas.

—Desde ahora en adelante, no volverán a tener aquí a ninguna persona ajena a ustedes dos. Estaré vigilando y si alguna vez compruebo que desobedecen, les aseguro que antes que puedan pestañear estaré aquí encañonándolo nuevamente y le afirmo que no seré tan benevolente como ahora. —el hombre asintió nervioso y la mujer hizo lo mismo.

Henry bajó su arma y se dirigió despacio hacia la parte trasera para perderse entre los árboles y encontrar a Marianne abrazada a su hermana, llorando y sonriendo a la vez. La imagen lo conmovió. Marianne lo miró y se puso de pie para correr a sus brazos y abrazar su cuello mientras él levantaba su mano sobre su espalda y la atraía con amor.

—¡Gracias! Gracias amor... —Le besó los labios.

—Ehemm... —Emma interrumpió haciendo que Marianne y Henry se volvieran a ella. —Marie... ¿creo que deberías presentarnos? —sonrieron y ella soltó su cuello para hacer las presentaciones.

—Em, él es Lord Henry Hawthorne, el hombre que amo. —Henry la miró y sonrió. —Henry, ella es Em, la pequeña de las Kellet.

—Y la más inteligente... —agregó Emma

—Sí, la más inteligente. —Los tres sonrieron y se tomaron de las manos para buscar los caballos y emprender la vuelta.

—¿A dónde iremos Marie?

—A la hacienda, nuestra estadía en Burghley se acabó.

—No, de ninguna manera, se vienen conmigo a Silky House. —Marianne lo miró con dudas, con amor y con un deseo de que esas palabras fueran una realidad. —Cuando Em se recupere, hablaremos con la señorita Lowood. ¿Qué te parece Emma?

—¿Esta vez de verdad? —los tres sonrieron.

—Sí Em, de verdad. —dijo Henry con firmeza pero con una sonrisa en el rostro que Marianne amó y agradeció. —Haremos un viaje a Bath para que compren todo lo necesario para ser la señorita más hermosa de todo Londres y para que tu hermana compre su vestido de novia. —miró a Emma que iba tomada de la cintura de Marianne sobre su caballo.—¿qué te parece?

—Perfecto Henry.

—¡Emma! —la reprendió Marianne. —Lord Henry.

Emma y Henry sonrieron.

—Henry está bien. —interrumpió él mientras sintió los ojos reprobatorios de Marianne y Emma ponía los ojos en blanco.

—Me cae muy bien Lord Henry —terminó Emma y los tres largaron una carcajada.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora