Capítulo XLIV

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"Muchas personas entrarán y saldrán de tu vida, pero solo los verdaderos amigos dejarán huella en tu corazón"

Eleanor Roosevelt

Hudson estaba sentado en la biblioteca y había vuelto a tomar aquel papel en sus manos, pensando en la posibilidad de que todo sea como había deducido, y de ser así, quería decirle a Henry lo antes posible, para dar aviso a Foreign Office y terminar con aquello antes de que la situación empeorara.

Jane abrió la puerta sorprendiéndolo y haciendo que se ponga de pie.

—Señorita Jane, ¿necesita algo?

—Estoy un tanto preocupada por Henry, ya volvimos del viaje y pensamos que estaría aquí, pero nada que aparece.

—Ha ido a la hacienda Kellet.

—¿Para qué?

—Para pedir la mano de Marianne. —Hudson sonrió. —pero ahora que lo menciona, salió hace ya mucho rato, es extraño que no esté de nuevo por aquí.

—Por Dios, ¿este hombre no se puede estar quieto? Es que no le es suficiente con que le hayan disparado, sino que sigue tentando a la suerte.

—Milady no se preocupe, Henry es así, antes de lo que creemos estará dejando su caballo en el establo.

Jane no estaba del todo convencida, pero salió de allí a reunirse con Marianne y Emma que muy contentas desempacaban los vestidos.

****

Habían puesto grilletes en sus manos y lo golpeaban en el costado. Cuando ya estaba agotado y tan adolorido que solo anhelaba acomodar sus brazos al lado del cuerpo, pues le ardían, le dificultaba respirar y se sentían tan adormecidos que dolían, Fairfax avanzó dentro de la habitación.

—Lord Henry, necesito que me provea información sobre cierto compañero suyo, colega por decirlo de alguna manera. —Henry abrió sus ojos que tenía apenas entornados y lo miró fijamente. —De Winchester. —Fairfax hizo una sonrisa.

—¿Winchester?

—Sí. Sé que hay un... digamos, un militar con ciertas habilidades especiales que sirve a la corona de incógnito. ¿Le gusta así?

—No sé nada.

Uno de sus hombres volvió a golpearlo.

—Vamos Hawthorne, no sufra tanto sin sentido. Después de todo, su nombre me lo dio Paul Sanders. ¿Para qué sufrir en vano? Todos terminan cediendo...

Henry no respondió nada, pero dentro de su cabeza todo cobraba sentido. Aquel hombre estaba terminando con sus compañeros, al menos con todos los de la zona, por eso había desaparecido John Spellman, Paul Sanders... y Southampton, estaba seguro que allí había desaparecido Arnold Gibbs. Todo cerraba, y aquel papel que había encontrado en el candelabro de su casa, aquel que había tenido frente a sus ojos infinidad de veces, ahora podía verlo claro como el agua. De su lengua y de su resistencia dependía la vida de Benton Lee, y mientras soportara, no lo traicionaría.

****

La noche había alcanzado a Silky House y Jane estaba volviendo loco a Hudson con su perorata por lo que sin siquiera discutir, encaminó hasta las caballerizas para tomar su caballo y salir en su búsqueda, después de todo, él también estaba preocupado, más aún después de cavilar tanto en todo lo que suponía de Fairfax y sus intenciones.

Montó el caballo y salió por el camino principal hacia la hacienda Kellet, pero luego de avanzar un tanto por el camino principal, un movimiento llamó su atención y entonces se concentró en aquello que de pronto resopló, al notar que se trataba del potro de Henry, temió lo peor. Miró en todas las direcciones posibles, desesperando por no poder ver con lo avanzado de la hora. Recorrió el camino hasta la hacienda, y al llegar intentó interrogar a Kellet, pero estaba tan borracho que era imposible mantener una conversación con él. Sólo saco en limpio que efectivamente, Henry había estado allí. Desesperado por todo lo que asumía, cabalgó de nuevo a Silky y mientras Jane y Marianne lo enfrentaban con mil preguntas, envió un mensajero a quienes tenía apostados en casa de Fairfax.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora