Capítulo XI

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"Usted no sabe cómo yo valoro su sencillo coraje de quererme"

Mario Benedetti

— ¿Y cómo te ha ido anoche?

—Como siempre... sumamente aburrido y hubiese preferido quedarme aquí en Silky.

— ¿Fairfax?

Henry levantó los hombros.

—Normal... no sé... no vi nada que llamara demasiado mi atención.

Tomó el florete y le extendió uno a su amigo.

Comenzaron la práctica, y con un ataque recto lo increpó mientras él hizo un toque con pase esquivando la punta del florete, un contrapase de Hudson y terminó con el florete a la altura del ombligo. Suspiró para volver a ponerse en guardia y luego de una serie de pases, lo empujó y haciendo un toque con oposición, terminó con el florete en el cuello.

—Vaya, vaya... Hoy estamos más abstraídos que de costumbre.

Henry lo empujó para ponerse en guardia nuevamente y con mayor vehemencia lo atacó, para que luego de la respuesta de su amigo, y un toque con coupé, terminara con el florete en el vientre.

—Mejor dejemos la práctica para mañana. —su amigo sonrió.

—¿Quieres contarme algo?

—No.

—¿Ha sucedido algo que necesite saber? Nunca estás tan desconcentrado.

—Más bien señor Hudson, debe ser porque mi querido Lord Henry ha estado practicando mayormente sus habilidades en el baile. —Jane interrumpió, mientras Hudson se acercó para hacer una reverencia.

—Milady... —beso su mano.

—Jane, ¿no tienes algún bordado para hacer?

—¿Por qué me corres? Le estoy comentando a tu fiel amigo cómo te ha ido ayer —sonrió con picardía mientras Hudson la miraba embelesado, aquella sonrisa le parecía el cielo mismo.

—Jane, si no quieres que desprecie a cualquier caballero que asome su nariz por aquí pidiendo tu mano, mejor ve a tocar el piano, bordar o pasear por el jardín.

Ella le dirigió una mirada seria, se volvió sobre sus pies claramente ofendida y se largó de la habitación.

—Mmm ¿Cómo es eso del baile?

Henry le dirigió una mirada asesina a su amigo, que lo hizo levantar las manos rindiéndose mientras sonreía por lo bajo. Se puso de pie y salió de la habitación en busca de su hermana para disculparse con ella.

—Jane... ¡Jane!

—¿Qué quieres?

—Perdón... —tomó su mano y la besó. —Sabes que no me gusta que se metan en mis asuntos, y mucho menos que comentes cosas sin mi consentimiento.

—Lo siento, no pensé que te molestaría, después de todo era una broma y me dijiste que no había ningún interés en Marianne. —Aquel nombre se le antojaba repetitivo en las últimas horas y suspiró. Tal vez, la posibilidad de no pensar en ella sería más difícil de lo que pensaba.

—No lo hay.

—Muy bien, así está mejor, porque esta mañana desperté con la clara idea de  organizar un  baile. ¿Qué te parece?

—No... Jane por favor. ¿Me imaginas a mí de anfitrión?

—Vamos, por favor, hace tanto tiempo que no invitamos a nadie a la casa que cada día me siento más sola. Aunque sea algunos amigos a pasar unos días por aquí. Hazlo por mí Henry... —Él miró los ojos suplicantes de su hermana y se le hacía prácticamente imposible negarse.

—Lo pensaré.

—Muy bien, por ahora me parece suficiente.

****

Luego de unos días de aquel incidente del baile, Marianne dejó el bordado a un costado pensativa. Hacía muchos días que su hermana se había ido a la escuela de señoritas y no había recibido ni una sola carta de ella. La extrañaba demasiado, y necesitaba saber cómo se encontraba, si ya tenía amigas, qué cosas le habían enseñado y decidió que pronto sería ella quien  escribiría. 

—Marie ¿quieres que demos un paseo a caballo? —Anne la distrajo de sus pensamientos.

—Me encantaría. —Aunque pensó que tal vez no sería lo mismo montar los purasangre de los Campbell que el caballo de la hacienda, que estaba tan viejo y raquítico. —Espero no caerme...

—No te preocupes, los caballos de aquí están preparados y no tendremos problemas, tampoco nos alejaremos demasiado de la casa. Aparte creo que te vendría bien aprender a montar en la silla correcta y como debe hacerlo una dama. 

Marianne asintió y se prepararon para salir.

Al poco tiempo estaban en las caballerizas mientras uno de los sirvientes se acercaba con los dos corceles.

Anne montó y Marianne hizo lo propio, salieron por el camino hacia el bosque a paso lento.

—Pronto iremos a Londres.

—¿Crees que pueda acompañarte?

—Supongo que sí... debes practicar tus pasos de baile, porque de lo contrario nos arruinarás a las dos. —Marianne asintió ilusionada. —No creas que allí es como los bailes en Bath. Los nobles más importantes se presentan, no imaginas los vestidos, las orquestas... es un sueño. 

Marianne claro que pensaba que aquello debía ser un sueño, Londres... siempre había soñado conocer más allá de Bath y ahora que las cosas en su vida estaban patas arriba, todo venía de golpe y parecía que se cumplirían todos sus anhelos juntos.

Anne emprendió galope y Marianne la siguió. Se adentraron en el bosque, por los caminos, entre los árboles y en los claros que encontraban. Su prima se adelantó y por un momento se encontró sola. Miró en todas direcciones para ubicarse y tratar de encontrar a Anne, pero no la veía.

—¡Anne! ¡Anne!... Grito e hizo silencio para escuchar respuesta, pero nada. —¡No es gracioso! —Volvió hacer silencio y entonces notó que los pájaros cercanos volaban y no se oía más que silencio. Se quedó muy quieta y notó el movimiento entre los arbustos.

—Anne... no es gracioso... definitivamente no lo es, y si no sales de allí, me vuelvo sola a casa.

Nadie respondió, sentía la presencia de su prima en el lugar. Hizo una mueca de disgusto y se encaminó hacia Burghley, pero entonces a lo lejos oyó que la llamaba, allí se dio la vuelta rápidamente mirando atrás y de entre los arbustos un hombre apareció. Abrió sus ojos y apuró el paso del caballo dando dos golpes con sus pies en su costado, pero antes de que pudiera tomar galope, otro individuo que apareció de frente, la tomó de la cintura bajándola y tirándola en el suelo y haciendo que su respiración de pronto se dificultara. Se concentró en aquel dolor que dominaba sus músculos, mientras cubrían su boca con la mano. El otro la alcanzó, vendaron sus ojos y amordazaron su boca. Dentro de sí, el miedo se convirtió poco a poco en terror. Se retorcía de un lado a otro mientras la llevaban cargando y sin saber a dónde. Luego de un tiempo de caminata, la colocaron en una carreta y encaminaron hacia dentro del bosque por caminos que no podía ver, pero que por el movimiento brusco de las ruedas denotaba lejano y escabroso. 

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora