Capítulo XL

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"Al final solo se tiene lo que se ha dado..."

Isabel Allende

Henry durmió apenas un rato, la intranquilidad que sentía le impedía descansar, se retorcía en su cama de un lado a otro para finalmente suspirar y mirar el techo de su lujosa habitación en Silky y pensar claramente todo lo que había vivido en los últimos meses. La imagen de Marianne en el bosque con aquel vestido remendado y su posición altanera y de gran dama le hizo sonreír. Sus manos llenas de asperezas y hollín lo conmovían y lo intrigaban, ansiaba conocer su realidad, su vida, tal cual había sido antes y qué sucedería después. Rogaba a Dios poder encontrar a Emma y así recuperar lo que había sentido suyo y que alguien le había arrebatado, le había quitado.

Había perdido aquellas cartas y la única oportunidad que le quedaba era encontrar a esa pequeña, porque estaba seguro que si no la encontraban, no le quedaría a Marianne más que entregarse a ese hombre. Apretó sus ojos ante aquella idea, porque ahora que conocía la verdad, le dolía pensar en la inocencia de ella entregada a un hombre sin escrúpulos como Fairfax.

Ese era otro tema a resolver, ese hombre que se había escabullido entre sus manos como no le había sucedido nunca. No sabía si por mérito propio o por él tener sus pensamientos dispersos en ella, pero lo único que tenían hasta el momento era la certeza de que era un oportunista, aprovechador y mujeriego empedernido, pero de resolver aquella misión ni cerca. No tenía idea ni indicios de qué estaría haciendo en contra de la corona, pero sí, que tenía el carácter y la baja calaña de hacer cualquier cosa con el fin de conseguir el beneficio propio.

El cielo comenzó a clarear por el sol que amenazaba con salir por el horizonte y Henry acomodaba sobre su caballo su arma, víveres, una manta, una cuerda y se montó. Acomodó su cuerpo sobre el lomo de su caballo y Hudson aparecía por las caballerizas.

—¿Ya nos vamos?

—Olvídalo, te necesito aquí con Jane. No podría irme sabiendo que queda sola. Hay alguien en mi casa que es aliado de Fairfax, y no puedo dejarla sola. Temo por ella.

—Y yo temo por ti.

—No te preocupes, evitaré los caminos principales y sólo te pido que si algo llegara a pasarme, no descuides a Jane, cuídala y vela por ella. —Hudson asintió y le dio una palmada a las ancas de su caballo para que emprendiera galope.

—¡Abre bien los ojos Henry! —gritó.

****

Marianne siguió el camino entre los árboles y cerca del río, tenía hambre y de lo que había llevado ya no le quedaba nada. Se acercó a la ruta principal y luego de un día de camino, a lo lejos divisó la antigua casa.

Era una mansión hermosa, pero a pesar de que Anne había asegurado que allí vivían algunos empleados, se veía abandonada. El jardín prácticamente no existía, solo los pequeños senderos entre la hierba y los arbustos que habían crecido. Se acercó con cautela, pues no sabía que encontraría allí, pero su corazón se aceleró ante la idea de abrazar a Emma.

Todo se veía deshabitado, silencioso y abandonado. Entró por la puerta principal y las habitaciones estaban vacías, las pinturas de las paredes desteñidas y lleno de basura y alimañas. Lamentó que la casa donde su madre había crecido se encontrara en aquellas circunstancias y tampoco entendió por qué su abuela no la había vendido en lugar de dejarla así. Tragó saliva asustada y decepcionada por haber hecho ese viaje y no ver ni rastros de Emma. Era su última esperanza, Fairfax ya debía haber vuelto, y si sospechaba de su huida, las oportunidades de casarse con él se borrarían como la posibilidad de encontrar a su pequeña. Luego de recorrerla por completo y constatar que nadie se encontraba allí, se sentó en el piso de la sala principal y lloró apretando sus rodillas contra su pecho. Necesitaba tanto a su hermana, se sentía tan sola y desesperada por la incertidumbre que cubría su vida y su futuro que dolía aún más que el hambre que apretaba sus entrañas. Se sintió culpable de que en el deseo absurdo de anhelar un futuro que creía mejor había perdido lo más importante, el amor de su hermana. Estaba sola, y con mucho miedo de lo que pudiera suceder. Cuando el sol se fue escondiendo, salió a los jardines en busca de algo de madera para encender el fuego, pasaría la noche allí y luego emprendería el viaje de regreso.

****

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****

—Al fin llegaste... ¿Tan estúpido eres Philip que justo decides irte cuando todo estaba casi listo?

—Tranquila abuela ya estoy aquí...

—¿Tranquila? ¡¿Tranquila?! La desdeñada esa se ha ido, ¿cómo pretendes que esté tranquila? Ayer Fairfax ha estado aquí y le he dicho que estaba indispuesta, pero cuánto tiempo más crees que va a creerme... Y gracias al cielo tu padre no está aquí, porque si no se me acabarían las ideas.

—Va a regresar, ¿cuánto tiempo crees que puede estar por allí sin dinero y sin comida? Pronto tendremos noticias de ella.

—No la conoces... es testaruda y de carácter firme como tu tía. No creas que me fue fácil convencerla de que se casara... —Philip enarcó una ceja.

—¿Qué has hecho abuelita mía? —dijo con tono irónico y Lady Georgiana lo miró con claro disgusto.

—No preguntes... mientras menos sepas mejor... pero por favor te pido que acalles tus bajos instintos y te concentres en lo importante, porque si ese capitán quiere destruirnos puede hacerlo fácilmente.

****

Henry cabalgó lo más rápido que las patas de su caballo le permitieron, y a pesar de que le había dicho a Hudson que evitaría los caminos principales, no lo hizo. Sabía que no había vía  más rápida que aquella y en lo único que pensaba era en alcanzar a Marianne, verla bien, abrazarla y pedirle perdón por todo lo que había dicho y hecho.

Cuando el sol estaba bajando, se detuvo al costado, bebió agua y comió algo de lo que llevaba mientras dejaba que el caballo descansara un poco. Miró entre los árboles lejanos y pudo divisar Marble House.

Miró el camino recorrido y esa sensación que lo había acompañado desde el primer momento no lo abandonaba. Alguien lo seguía, estaba seguro. Montó nuevamente y siguió camino antes que la oscuridad le ganara.

Al llegar a la antigua mansión, dejó el caballo escondido entre los árboles y con sigilo se acercó a la puerta de ingreso con su arma en la mano y el corazón encogido en mil dudas y una ansiedad que lo consumía todo.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora