"En uno de sus intentos por ser feliz, ella lo perdió todo..."
Roy Herbach
Habían pasado tres días desde el secuestro y Marianne caminaba callada por la enorme salita de té mientras Anne comía una bocadillo y bordaba.
—Estoy muy cansada de estar aquí. ¿Hay algo que pueda ser más aburrido que estar bordando mañana y tarde? Cuento los días uno a uno para poder ir a Londres, allí sí que saben hacer bailes, reuniones sociales... —Suspiró y Marianne seguía silenciosa. —Marie... ¡Marianne!...
Marianne se sobresaltó ante el tono de voz con que Anne la llamaba.
—Sí... ¿Qué sucede?
—Te estoy hablando... —suspiró agobiada... — ¿En qué piensas?
—Estoy un tanto preocupada por Emma... no he recibido ni un solo mensaje de ella en todo este tiempo. ¿No es extraño?
—No... tal vez se lo está pasando de maravilla y tú aquí toda preocupada.
—Tal vez... pero me parece raro en ella. Hemos estado tan unidas siempre que me parece mentira que no me escriba aunque sea unas breves líneas.
—Escríbele tú.
Marianne asintió. Ya lo había pensado varias veces, pero no quería resultar agobiante para Emma que tal vez, como decía Anne lo estaba pasando muy bien, había conocido personas nuevas, y hecho nuevas amistades...
Se acercó a la mesita y tomó un papel y una pluma, disculpándose de su prima, subió a su habitación donde tendría más intimidad y escribió.
Querida Em:
Disculpa que interrumpa tus clases, seguro que estas disfrutando y aprendiendo muchísimas cosas, pero es que te extraño muchísimo.
Por aquí las cosas van muy bien, al menos eso creo. Me he esforzado por aprender todo lo que Lady Georgiana me ha enseñado y practico todos los días mis pasos de baile. No te imaginas el desastre que ha sido el primero y último al que asistí, aunque conocí a alguien, un caballero.
Sabes lo que pienso del amor... y he tratado de no hacerle caso a mi corazón, pero estos últimos días me ha reclamado por su presencia, por sus ojos y por su voz. ¿Será esto amor? No lo sé, pero estoy convencida de que podría ser un buen esposo, y ¿qué podría ser mejor que sentir algo por la persona a la que debo entregar mi vida? Tal vez mamá se equivocó, tal vez se enamoró del hombre equivocado, pero no quiere decir que el amor en sí sea malo. ¿Qué piensas? Te confieso que tengo miedo.
Pronto iremos a Londres, al menos Anne me ha invitado y tengo la ilusión de que la abuela me permita acompañarla.
Por favor, trata de escribirme, cuéntame cómo van tus cosas.
Te quiero mucho
Marie.
Leyó cada palabra nuevamente, con cuidado dobló el papel y colocó cera para sellarla. Sopló suavemente para que se enfríe y bajó entusiasmada las escaleras.
—Anne, ¿a quién debo darle mi nota para que la envíen a la escuela de la Señorita Lowood?
—Debes entregársela a Marlow, el mayordomo.
Así lo hizo, él la recibió con gusto y Marianne sintió al menos un poco más de tranquilidad. Mientras volvía por el pasillo, pasó por el estudio de Lord Campbell y se detuvo al escuchar una conversación que parecía de su abuela y Philip.
—No quiero que vayas a Londres, no ahora. Espera que termine de solucionar el problemita que tenemos.
—Ya no soporto estar aquí abuela, lo sabes, me entiendes...
—No te acerques a ella de nuevo, ¡no seas necio Philip! —Si estás decidido a morir haz lo que te venga en gana, pero he tenido que aguantar este último tiempo un montón de circunstancias que me desagradan y no imaginas cuanto, para que ahora lo eches a perder todo.
—Lo siento, no quería meterla en este lío abuela
—¿Lo sientes? Más vale ve asentando la cabeza y remojando tus ideas, porque ese hombre nos va a complicar la vida.
—¿De verdad cree que ella va aceptar?
—Estoy segura.
Se escucharon unos ruidos y pasos por lo que Marianne se apuró para que no pudieran verla allí. Se apoyó contra una pared, detrás de un cortinado y observó cómo Philip y su abuela salían del estudio rumbo a la sala de té. Aquella conversación quedó bullendo en su cabeza, frunció el ceño repasando las palabras una a una.
****
Lady Georgiana tomó la carta en sus manos y la escondió entre las telas de su vestido.
—No digas ni una palabra Marlow porque te largas de esta casa para siempre y te aseguro que no conseguirás trabajo en toda Inglaterra. —Asintió compungido y atemorizado por sus amenazas. Sabía que era capaz de eso y mucho más, y temió por sus intenciones a la vez que lo lamentó por Marianne, era buena persona y se le hizo un nudo en la garganta al pensar que ella desconocía quién era realmente Lady Georgiana Dixon.
—Si milady.
—Cada vez que te de una me la entregas directamente a mí. Ahora vete.
Marlow salió de la habitación y Lady Georgiana cerró la puerta tras él, sacó la carta y rompió la cera del sello.
Repasó las palabras una a una, releyó la alusión a cierto caballero y frunció el ceño. ¿Quién podría ser?
Temió que algo arruinara sus planes. Luego de leerla y repasarla, tenía una idea clara, Marianne debía comprometerse cuanto antes.
Se acercó a la mesita, tomó papel y pluma.
****
Henry caminaba por los jardines de Silky sopesando en su mente los próximos movimientos, en cuanto a Fairfax, debían involucrarse de alguna manera para entender un poco más qué era lo que tramaba y en qué estaba metido, tratar de encontrar pruebas que sirvieran para acusarlo. Pensó que al aceptar la misión, no había tenido en cuenta que Jane dependía de él, todavía no estaba casada y la idea de que algo le sucediera dejaría a su hermana sumamente vulnerable y sola. Habían pasado unos días desde el incidente en el bosque y cada noche se acostaba en su cama con el arma muy cerca, cada ruido, cada movimiento que pudiera resultar extraño lo alertaba. Quería terminar con aquel problema lo antes posible para poder descansar, tanto su mente como su cuerpo que comenzaba a pasarle factura. Y en aquellas noches en que no conciliaba el sueño, una mirada avellana, brillante y sumamente dulce se hacía presente para recordarle unos brazos alrededor de su cuerpo y la suavidad de su cabello rozando su rostro. No podía dejar de pensar en ella y en el deseo que tenía de saber cómo se encontraba.
Caminó a las caballerizas escurriéndose de Jane, tomó su caballo y salió a todo galope de Silky. Recorrió las tierras, el río y el bosque. Las nubes negras se acercaban y oscurecían el cielo, delatando la lluvia que se avecinaba.
El caballo resopló cuando se frenó y tomó conciencia que estaba en Burghley. No sabía en qué instante había decidido aparecer por allí, pero tampoco quería pensar demasiado. Su corazón le exigía verla, saber que se encontraba bien y pensaba hacerle caso. Rodeó la propiedad entre los árboles y se detuvo en el jardín trasero.
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Nunca Por Amor
Historical FictionCOMPLETA. Historia de amor de época de la Regencia inglesa. Marianne Kellet jamás se casaría por amor. Nunca cometería el mismo error que su madre y que tantas desgracias le había traído. Henry Hawthorne amaba su libertad sobre todas las cosas y des...