Capítulo XVII

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"Yo no pedí sentir esto por ti, te fuiste metiendo poco a poco y ahora no sé qué hacer con eso, con esta necesidad de saber de ti, de pensarte, de sentirte, de amarte..."

García Márquez

Marianne tomó el desayuno en la pequeña sala de té. Su semblante estaba triste, se sentía cansada de hacer todos los días lo mismo, de extrañar a su hermana y del fallido encuentro con Henry el día anterior. Lo había esperado en el jardín trasero, a la misma hora tal cual habían quedado pero no había acudido al compromiso. Tal vez sus intenciones no eran tan nobles como había imaginado, tal vez estaba a tiempo de detener todos los sentimientos que crecían dentro de su corazón y lo abrazaban como una hiedra aferrándose a él. Bajó la taza luego de beber un pequeño sorbo y la apoyó en el delicado plato de porcelana.

—Marie, cambia esa cara... ¿te sientes mal?

—No, estoy bien, no te preocupes. Anne, ¿tienes idea cuando viajaremos a Londres?

—Creo que la semana entrante. ¿Por qué lo preguntas?

—Es que necesito irme, liberar un poco mi cabeza y de paso me gustaría visitar a Emma.

Anne asintió mientras Philip entraba por la puerta de frente completamente borracho.

—¡Philip! ¿Qué haces en ese estado? —dijo Anne claramente perturbada mientras Marianne abrió los ojos grandes desconcertada por el comportamiento tan impropio de su primo.

Anne se acercó a él que la corrió moviendo su mano en negativa.

—Déjame... déjame que puedo solo...

Marlow se aproximó con una bandeja de plata y al ver a Philip se apuró ayudarlo para que pudiera subir las escaleras antes de que Lord Campbell pudiera verlo.

—¿Qué le sucede? Nunca lo he visto así Marie... Me preocupa.

—Tal vez estuvo en el club hasta tarde, y a veces los caballeros beben de más... No te preocupes, de seguro no es nada.

Marianne se acercó a la mesita y vio que sobre la bandeja que Marlow había dejado estaba la correspondencia. Se tentó a tomarlas y revisarlas, pero Anne estaba allí y de seguro reprobaría su actitud. Aquella actividad correspondía a Lady Georgiana.

Paseó de un lado a otro de la salita esperando desesperada que su abuela irrumpiera en el lugar, pero nada sucedió.

El mayordomo bajó las escaleras y ella casi lo increpó apurada.

—Marlow, por favor, deje las cartas a Lady Georgiana.

—Si milady, enseguida. —la miró con una suerte de pena y frunció los labios apretándolos para que no pronunciaran palabra alguna. Tomó la bandeja y partió hacia la habitación donde descansaba Lady Georgiana.

Al poco tiempo, bajó nuevamente y entregó el sobre a Marianne, que lo tomó apretándolo entre sus manos y se apuró acercarse a la ventana para leer con calma.

Rompió el lacre y deslizó sus dedos sobre el papel mientras sus ojos se posaban en aquellas letras desconocidas.

Querida Marianne:

Discúlpame por no haber escrito antes, quiero que sepas que estoy muy bien y estoy aprendiendo muchas cosas que jamás hubiera aprendido en casa.

Respecto al caballero que me comentas, ten cuidado. No te arriesgues a pasar un mal momento que pudiera arruinar tu reputación para siempre. Te deseo la mayor felicidad y por eso es que debo aconsejarte que no te guíes por el corazón, sino escucha los consejos de la abuela que de seguro van a ser buenos y sabios. No olvides que dependemos de ella, en todo, para todo.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora