Capítulo XXII

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"Yo quiero proponerle a usted un abrazo, uno fuerte y duradero, hasta que todo nos duela. Al final será mejor que me duela el cuerpo por quererle, y no que me duela el alma por extrañarle"

Gabriel García Márquez.

Marianne se cambió y bajó las escaleras tratando de pasar desapercibida en la casa, evitando que pudieran cuestionar su salida a esa hora y tal vez arruinar sus planes. Miró hacia ambos lados y le hizo señales a Betsy que desde el otro lado de la sala movía la cabeza asintiendo. Cruzó el pasillo y se ocultó detrás de un cortinado al escuchar a Philip que ingresaba al estudio. Cuando se aseguró que ya no estaba, salió de su escondite y se reunió con Betsy a quién tomó su mano y salieron por la puerta trasera de la casa a paso ligero.

—¿Les avisaste del caballo?

—Si milady.

—Marianne, sólo Marianne. —Betsy sonrió y apretó sus manos.

—Por favor señorita, cuídese.

—No te preocupes por mí, recuerda lo que debes decir si te preguntan, y no olvides cerrar con llave la puerta. —Betsy asintió.

Corrió hacia las caballerizas donde sabía que el caballo estaría listo. Montó en él y salió directo hacia el bosque porque aunque sabía que el camino era más largo, de esa manera evitaría que pudieran verla desde la casa.

Luego de atravesar la parte del bosque que la separaba del camino al riachuelo, emprendió galope aquel trecho para luego volver a meterse entre los árboles donde se comenzó a escuchar el ruido del agua que avanzaba y caía por la pequeña cascada. Sonrió al recordar cuantas veces había jugado allí con Emma a quien extrañaba inmensamente. Pensó en sus caminatas a Burghley bajo el sol y recordó a su padre, a quien despreciaba por su alcoholismo, por su violencia y su falta de amor, pero en su corazón había espacio para al menos sentirse un tanto preocupada por él, por saber cómo se encontraba. Se dijo a si misma que en algún momento se acercaría a la casa aunque sea para verlo y saber que se encontraba bien. El ruido del agua se hacía más cercano y estrepitoso al mismo tiempo que el latir de su corazón, que al divisar el agua corriendo sonrió y comenzó a temblar.

Llegó al pozo de agua donde solía bañarse y se detuvo mirando en todas las direcciones, esperando divisar un marqués de ojos claros que la hacía desvariar y cometer estupideces como esa. Estaba claro como el agua que veía correr, que si su abuela se enterara de sus aventuras y encuentros la enviaría con Kellet, y no estaba segura que de ser así Henry quisiera verla de nuevo.

Se sentó en una roca junto al agua mientras pasaban los minutos y comenzaba a impacientarse, definitivamente no tenía mucho tiempo antes de que se percataran de que no estaba en su habitación descansando por un presunto malestar. De repente la rodeó sentándose en frente y a pesar de que se sobresaltó, sus labios sonreían.

La observó, su piel tersa, su cabello y lo hermosa que se veía. Miró sus labios y se acercó a ellos besándolos suavemente mientras ella respondía a aquel beso con amor. Acarició su rostro con sus manos y se detuvieron a mirarse con un anhelo y amor que se escapaba por su piel.

 Acarició su rostro con sus manos y se detuvieron a mirarse con un anhelo y amor que se escapaba por su piel

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—Milord, ¿por qué siempre me hace esperar? —Henry sonrió.

—Disfrutaba observándote a la distancia.

—Más bien, yo creo que disfrutas haciéndote el interesante.

—Soy interesante —tomó la solapa de su levita y se irguió sacando pecho mientras ella reía. —¿Tuviste problemas para venir?

Marianne suspiró —Aún no lo sé. Al menos para venir hasta aquí no hubo complicaciones mayores, pero no sé al regresar.

—Sabes que desearía no ponerte en estos aprietos, pero anhelo poder tomarte de la mano, hablar tranquilos, conocerte... besarte... —ella sonrió ruborizada.

—Entiendo... De todas formas, temo por estas salidas, por lo que pudiera complicar mi estancia en Burghley. —Henry tomó su mano entre las suyas y las miró acariciando con su dedo aquel lugar donde aún se sentían ásperas por el trabajo de tantos años. Ella se sintió nerviosa y él la miró a los ojos.

—¿Tienes familiares aparte de los Campbell?—Marianne carraspeó levemente y bajó su mirada mientras él tomó su barbilla y la levantó para poder contemplar sus ojos y hablar directamente a ellos. Besó sus labios suavemente, casi como una caricia. —Cuéntame por favor...

—Sí tengo. —Volvió a quedarse callada y el rió.

—Parece que hay que sacar tus palabras de a una. —Ella cerró sus ojos un breve segundo porque quería contarle y a la vez temía qué pensaría de ella luego de saberlo. —Cuéntame más.

—Tengo una hermana pequeña, Emma.

—No he tenido el agrado de conocerla aún. —Frunció el ceño.

—Ella está en Londres, en la escuela de la Señorita Lowood.

—Jane fue a esa escuela, de las mejores de Londres.— Marianne asintió entusiasmada.

—La extraño muchísimo...

—¿Y tus padres?

—Mi madre murió cuando yo era pequeña y mi padre... es como si no lo tuviera. —Henry acarició su rostro suavemente.

—De igual manera me gustaría conocerlo. Finalmente es con él con quién debería hablar —Marianne sonrió ante aquella declaración porque denotaba claramente su interés por pedir su mano y eso la llenó de ilusiones.

—Dudo mucho que él quiera conocer a nadie...

—Tengo una curiosidad muy grande por saber algo, ¿dónde y cómo, es que una dama tan hermosa y elegante se ha hecho esto? —Henry sin soltar su mano la acercó frente a sus ojos y rozó con su dedo allí donde estaban ásperas. Marianne las quitó rápidamente y lo hizo sonreír curioso.

—Ayudando a Betsy con los cubos. —dijo con firmeza y sin mirarlo a los ojos.

—Aha... —No le creyó nada.

—Si es por preguntar, entonces dime ¿por qué adoras andar vestido de campesino rondando tierras ajenas?

—Cazando.

—Aha... —levantó una ceja y a él se le antojó una carcajada a la que ella se unió.

El sol se iba apagando despacio y obligó a Marianne a tomar la decisión de volver antes que pudieran notar su ausencia.

—Debo irme ya...

—Gracias por venir, necesitaba mucho poder verte y estar juntos. —Le ayudó a ponerse de pie.

Acarició un mechón de su cabello entre sus dedos sin dejar de mirarla, deslizó sus manos hasta su rostro y lo tomó acercándola, para terminar dándole un beso muy suave.

—¿Me abrazas? —Henry se desarmó ante aquel pedido y sonrió estrechándola entre sus brazos.

Montaron los caballos y la acompañó cerca de Burghley cerciorándose que nadie los viera.

—¿Podrás venir mañana?

—No lo creo. No quiero tener problemas con Lady Georgiana y tampoco quiero que sospeche de mi ausencia.

—¿Y cuándo podré verte?

—En dos días, a la misma hora. Sea puntual. —Sonrió y él hizo lo mismo mientras la vio alejarse.

—¡Te voy a extrañar! —gritó y ella sonrió. 

Henry se detuvo a observar que se alejaba. Deseaba pedir su mano con una certeza en su corazón que lo conmovía. Estaba seguro de lo que sentía como que era Lord Henry Hawthorne,  pero no podía olvidarse de Fairfax y de sus compromisos con la corona. Debía terminar todo aquello si no quería poner en peligro a Marianne y así poder comenzar una vida nueva, juntos, haciéndola su esposa y sin temer por ella o por lo que pudiera sucederle a él mismo.

Nunca Por AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora