Epílogo. Tristán.

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Epílogo.

Tristán.

Toqué con impaciencia la puerta de la casa, escondí mis manos en el bolsillo de mi sudadera y espere a que alguien fuera a atender.

Buenos días, señor.

—¿Se encuentra Gabriela?

El señor Lighter echó la cabeza hacia atrás, volteo a ver a su derecha y exhalo con fuerza.

Está en la sala con Charlie.

—¿Juntos?

El señor Lighter se encogió de hombros.

Tal parece que los milagros si existen.

—¿Puedo pasar? — Pregunté, con impaciencia.

—Claro.

El señor Lighter se movió a un lado para que pudiera deslizarme dentro.

Camine hasta la sala de estar, donde Gaby se encontraba sentada al lado de su hermano, con las piernas cruzadas y con un enorme tazón de palomitas de maíz entre sus manos. Camine, sigiloso tras el sofá, me plante tras ella y la bese en los labios.

—Oh, Tristán…

—Quiero enseñarte algo.

Gabriela no apartó la vista del televisor.

Rodee el sofá y me senté a su lado.

Encontré algo que seguramente te interesara.

Su mano dio leves golpes en mi rodilla, intentando calmar mi ansiedad.

—¿Qué es?

—Es una…

—¡Podrían callarse los dos! — Charlie gritó por encima de nosotros —. Estoy tratando de tener mi dosis semanal de violencia grafica y ustedes no me lo permiten.

Me acerqué al oído de Gabriela.

—Creo que está de mal humor. — Susurre.

—Es que estamos viendo el torneo de lucha libre. Esta interesantísimo. — Me respondió.

Gire la vista, decepcionado pero no desesperanzado. Podía esperar algunos minutos para enseñarle la sorpresa. No importaba. Me gire para observar el dichoso torneo sangriento de hombres en trajes ajustados, dando golpes como animales. En eso, cuando uno de los participantes hizo un gancho para el abdomen de su contrincante, no pude evitar recordar aquel día en el hospital…

***

Tiempo atrás…

El chico se inclinó para besar la frente de la chica de labios resecos que dormía sobre la cama. Siempre lo hacia. Cada vez que entraba para visitarla, su presencia significaba, básicamente, llanto y enojo. Y así era todo el tiempo, hasta que se cansaba de sollozar, o eventualmente, comprendía que la chica frente a sus ojos no podía ver su llanto.

Ese día, después de haber agotado su reserva de dolor y enojo, se metió al cuarto de baño para lavarse la cara. En un principio, decidió quedarse ahí el tiempo que fuera necesario, pero luego escucho una voz.

Tristán abrió ligeramente la puerta y asomó la mirada. Jamás creyó encontrar aquella escena.

Había un muchacho, alto, de cabello rubio e improbablemente musculado, justo al borde de la cama de Gabriela. Por instinto, sus puños se apretaron. Quería golpearlo. Quería desquitarse una a una las veces que dañó al ser que más amaba en el mundo. Pero, casi tan falsa como su apariencia, una lágrima broto de sus ojos y bajó hasta caer por la curva de su mandíbula.

THE CONSTELLATION IN YOUR BODY (Counting the stars #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora