8. Luna de mis noches eternas

587 56 2
                                    

Myles

No alcanzo a ver la salida, todo a mi alrededor es cubierto de agua helada. La busco, aterrorizado pero no la encuentro. La temperatura se torna más fuerte, que me congela los pulmones.  Pienso que ella puede estar pasando lo mismo. Eso me pone de patas para arriba.

Con el miedo estancado en mi garganta, me muevo para encontrarla. Miro hacia arriba pero solo veo hielo cubriendo la superficie, el lugar donde estoy está en penumbras y me dificulta ver algun rastro de ella. Sigo mirando, y nada. Ya la paciencia se me agota y el pulso se me está acelerando por el miedo a perderla. ¿En qué momento nos separamos? No lo comprendo.

Ya siento el dolor en mi pecho, y la falta de aire, aún así me contengo. No me importa, en lo único que pienso es en ella. Y moriría si le pasara algo.

Y como si esas palabras me escucharan, al darme la vuelta visualizo aquella cabellera castaña, bailando en el agua y su cuerpo... enmudecido, que pareciera como si estuviera muerta, flotando en el agua, y lo que más me asusta es no verla respirar, eso me cuela la sangre y me da una sensación tan horrible hasta el punto de desfallecer.

Con el corazón acelerado me apresuro a llegar. Cuando la tengo junto a mi, busco si aún respira y es cuando veo su rostro dilatado, más blanco que su piel, y... y no respira. ¡Dios!

Desesperado busco la salida, que gracias a Dios la encuentro a unos dos metros de nosotros. La sujeto a mi, y nado lo más rápido hasta que siento el aire otra vez, la claridad topandonos el rostro. Primero la levanto para sacarla, ya asegurándome que está afuera proceso a salir, y la tomo entre mis brazos para sacarla de ese lugar y llevarla entre los árboles. Me deshago del chaleco.

—Luna —la llamo ya agobiado, aterrado en todos los sentidos—, preciosa responde. —Empiezo a tocar su rostro para que reaccione, pero nada. Me acerco a su pecho para sentir sus latidos, y siento el alivio correr contra mi al saber que tiene pulso.

Sin demora realizo las compresiones abdominales para que pueda respirar, el problema es que no reacciona. Sin pensarlo dos veces, junto mis labios con los de ella, para introducir aire. Lo hago una y otra vez, hasta que reaccione. Ya siento mis ojos irritados y empañetados al ver que las esperanzas se me agotan. Y lo sigo intentando por cuarta vez, que sirvió para que volviera su respiración. Al instante abre la boca y empieza a tocer, sacando el agua que había tragado. Ese último suspiro alienta mi corazón, sintiéndose aliviado, ya que está todo descontrolado. Aflijido me acerco, temblando de miedo, sin soltarla, cubriéndola en mi pecho.

—M-Myles... —trata de hablar y eso me parte en dos, aún más. Se aferra a mi camiseta—. ¿Que me pasó?

—Tranquila, ya estas bien... —digo con la voz entrecortada. Casi me sale un gemido, mi garganta está que arde de tanto sofocarme por la desesperación. ¡Carajo no puedo verla así, me duele!

Su cuerpo tiembla, y la acerco más a mi, de repente siento mis mejillas mojadas y mis musculos contraidos del odio, de la angustia. Sentí que la perdía en ese momento y todo es mi culpa.

Mientras tengo la mirada a un punto fijo del lugar, irradiando rabia, percibo su mirada en mi, que me hace verla. También está llorando.

—Perdoname, no quise... —me disculpo, sintiéndome aún más culpable ante su expresión. Parece tan frágil, como siempre la he visto y eso me parte el alma.

Sus ojos aún no cambiaban su estado de palidez, sus labios también, su respiración agitada. Preso del dolor, sólo con verla de esa manera. Si no la hubiera llevado a ese lugar, nada de esto hubiera pasado.

Luego siento su tacto frio en mi mejilla, y sus ojos color cafe hacen contacto con los mios.

—No te sientas culpable, Myles. —Espeta, dejándome helado. ¿Como se dio cuenta? Sus palabras se calan en mi cabeza, golpeandome cada vez más fuerte.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora