20. Quédate

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Todavía me cuesta procesar la información. Todo esto es extraño. ¿Por qué Myles no me lo había contado? Además de su actitud esta tarde, no tengo duda de que tal vez eso sea; esto es confuso.

Me levanto del asiento sin mirar a Myles, quien es el que se alerta de inmediato entre todos. Respiro profundo y sigo mi actuar.

—Es bueno volver a verlo, señor Demian —expreso actuando con simpleza—. Que tenga buen día.

Ciertamente no me salió otra manera con la cual no escucharme algo antipática, sólo quiero verme ya lejos de aquí. En el instante de poner un pie en el exterior, escucho a mi novio seguirme. Sigo mi camino hasta estar  más lejos de la casa y cuando ya estoy segura me detengo cerca de un árbol aún a espaldas de él, inmutable.

—Perdón por no habértelo contado —comenta, ahora a mi lado—. Pero para serte sincero no quería decírtelo en ese momento.

—¿Por qué? —pregunto, confundida. Decido estar frente a él y en el momento en que lo hago me encuentro con una actitud apagada, eso me empieza a preocupar.

—Hace unas horas discutimos. La verdad, es que no quiero a mi padre aquí —confiesa, abrumado. Hace silencio unos segundos y se sienta debajo del árbol, yo sigo sus pasos para acompañarlo.

—¿Quieres contármelo? —inquiero, posando una mano en la suya. Él suspira.

—Él no aceptó que viniera hasta acá —dice, ubicando su vista en mí—, por eso vino, quiere que vuelva a Madrid.

Al escuchar tal comentario me inquieto ante la idea de saber que en cualquier momento ya no esté. Un nudo en mi garganta me impide hablar así que me limito a flexionar mis piernas y descansar mi barbilla en medio de mis rodillas, mirando hacia otro lado. Mi cabeza empieza a generar un sin número de ideas que terminan destrozándome aún más, queriendome empujar hacia la realidad de que algún día él podría irse y tal vez no regresar.

—Ey, tranquila —dice pasando su brazo por mi cintura para atraerme hacia él —. No te voy a dejar ¿entiendes? No voy a volver a perderte.

—¿Y si no es así? —suelto sin más, triste. Aquellas palabras están consumiendo mi mente y de verlo a los ojos es afirmar esa duda— Es difícil ocultarlo, Myles, pronto volverás a Madrid, tu tienes una vida allá.

—No, yo tengo una vida aquí, contigo. No puedo dejar a mi novia ¿recuerdas? —murmura, acariciando mi mejilla.

—No puedes abandonar tus estudios, Myles. Creeme que lo último que quiero es que te vayas, pero no puedo obligarte a que arruines tu vida aquí por mi culpa, no me lo perdonaría —refuto, reprimiendo las ganas de llorar.

—Siempre habrá otra manera de arreglar las cosas. Ten paciencia, habrá una solución —espeta, escondiéndome entre sus brazos. Sus manos levantan mi rostro lentamente y sin reparos uno mis labios con los suyos—. Tu eres mi hogar, Luna —musita, sonriendome de esa manera tan encantadora, inundandome en su cálido abrazo.

—Como antes, siempre, quédate.

~*~

Abro la puerta de mi habitación con una sonrisa en mi rostro. Al cerrar me recuesto en la madera y empiezo a recordar el rato que tuvimos en aquella esquina. Los problemas se esfumaron y sólo mi cabeza vacila una sola cosa: felicidad.

Ansiosa camino hacia la cama y me lanzo a espaldas como una chiquilla divertida. Había olvidado lo que se siente estar así. Pero más que eso, sentir que tu corazón se salta un latido cada segundo por cada vez que te encuentras en frente de aquel que se ha robado tu  corazón entero, que te comparte todos los dias lo que siente por ti y que lo demuestre con sus caricias, con sus besos, con cada palabra dicha, y sólo por él, es hermoso. Eso es estar...

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora