22. Destrozados

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Su voz sigue sonando una y otra vez en mis pensamientos, en como llamaba mi nombre con desespero y me veía corriendo sin detenerme ni un segundo; no pensé en hacerlo, solo quería huir.

Ahogo un sollozo mientras trato de respirar apesar de que estoy expuesta al denso frío que yace en la loma. Luego de salir de casa decidí venir aquí sin reparar en mi familia o en él; necesito estar sola.

Cierro los ojos descansando mi barbilla entre las rodillas de mis piernas flexionadas y dejo vagar mi vista en las luces de la ciudad. Pasa unos minutos en donde escucho nuevamente otra notificación en mi celular. Introduzco mi mano por el bolsillo de mi cazadora y saco el aparato, reconociendo varios mensaje de Myles, otros de Angélica y mi padre. Deprimida vuelvo a guardar el teléfono sin contestar. Mirando las luces voy encontrando cabos sueltos, desde el día en que discutimos hasta hoy, que estuvieron a la vista y no comprendía. Sus actitudes, su lejanía al principio, esas palabras claves en cada conversación que decían muchas cosas que a verdad no quería decirme directamente; el tema con Paula, el regreso de su padre a Dallas y luego aquella llamada de la rubia. Soy una estúpida. Estuve ciega, él se iba y yo no quise aceptarlo, solo dejé que al final terminara doliendome más que las advertencias que pasaron cada día en frente de mí. A veces caía en la realidad y se lo decía constantemente, pero sus palabras y la forma en como las expresaba rompían esa barrera de duda, confortandome y otorgando esperanzas a mi corazón de que no se iría —gimo del llanto junto al temblor de mis labios—; me equivoqué otra vez.

Bajo mi rostro un segundo, mirando la cadena que me regaló donde están la luna y el sol unidas una del otro. Viniendo un sollozo que no pude reprimir, con manos temblorosas libero mi cuello del accesorio para apreciarlo un momento, sin embargo la impotencia que siento toma el control de mi cuerpo provocando que lance la cadena sin tomar conciencia de donde haya caído, volviendo mi vista al frente.

Suspiro.

—Se ve hermosa desde este ángulo —doy un respingo en mi lugar, giro automáticamente y encuentro a Ángel. Mi ojos lo miran con confusión y curiosidad.

—¿Cómo supiste que estaba aquí? —pregunto, alejando una lágrima. Su mirada que ahora está contemplando la ciudad recae en mí, sonriendo sin despegar sus labios. Después se sienta a mi lado, viniendo de él un profundo silencio durante algunos minutos que acepto sin objetar.

—No fue difícil encontrarte, tienes personas a tu alrededor que le importas y te conocen tan bien como para saber que estarías aquí —confiesa. Giro un segundo hacia él, mirándolo fijamente al ver que no lleva sus lentes puestos.

—¿Por qué viniste tú? —inquiero, nuevamente. Él hace un gesto abrumador y desvía su vista hacia otro lado.

—Creo que haces muchas preguntas —zanja, con un tono burlesco. Sonrío; él vuelve a verme—. Por el momento mi compañía es lo único que aceptas.

—¿Que te hace pensar eso? —levanto una ceja, retándolo.

—Es en serio, Hillmore, ya parale con tus preguntas. Creo que estoy mareado—dice, simulando hastío a lo que yo curveo mis labios en forma de reproche.

Nos quedamos unos segundos más en silencio y luego veo su mano descansar en la mía, tensandome. Pienso en apartarme pero habla de pronto.

—Lamento lo que estas pasando, y creo que no te mereces esto —niego, ya apartándome. Él respeta mi espacio, comprendiendo lo que he pensado—. Solo quiero que sepas que no solo cuentas conmigo, también con todos los que te quieren, Luna.

—Gracias, Ángel, aprecio tu amistad. Pero estoy bien—murmuro, serena aunque mientiendo en esa parte. Él asiente, pacífico.

—Él no quiere esto para ti, Luna —musita, tensando el instante. La poca paz que tengo se va como si el aire se tratase y consciente de su intervención procedo a ignorarlo.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora