Las luces... Los adornos... La nieve, las risas, y sobre todo la familia es lo que estoy experimentado, lo que estoy viviendo en cada sonrisa de las personas que mas amo. Lo que me contagia paso a paso y me lleva al lugar en donde debo de estar.
Porque el saber que estas presente en los abrazos de tu madre, en los cumplidos de tu padre, en las risas de tu hermana..., y en los ojos verdosos de aquel que ha devuelto ese pedazo de felicidad a tu vida, es estar definitivamente viva.
Es sentir esa sensación que estuvo ausente desde tantos años; viviendo una nueva vida que está lejos de aquel agujero en el que me había hundido, en el que me sumergía porque quería, en el que estaba a punto de terminar encerrada completamente, pero luego vino él y cambió todo, me dio la mano para no caer y llenó mi mundo de su sonrisa, de su cariño, y aún así ya lo estoy conociendo de una manera diferente a lo que fue nuestra niñez.
Verlo juguetear, reír y disfrutar ese momento que alguna vez nos fue arrebatado me llena de tanta nostalgia, de tanta alegría, porque es eso, ese sentimiento que todavía no conocía durante siete años y que ahora es permitido ser probado en mi vida. Pues cada mirada que desprende de sus ojos, me acierta que todo es posible para nosotros, que tal vez no todo era como yo pensaba. Porque las cosas pasan, los momentos vienen y se van ya que no somos dueños del tiempo, ni tampoco sabemos el futuro. Es solo el actuar y cada movimiento que haces, cada acción que realizas se suma como un dato más al futuro que luego con el tiempo se convierte en aquello que nunca imaginaste, que nunca esperaste. Es como dar un juguete, y con el paso del tiempo vuelvas a ser premiado con algo mucho más mejor o mucho más diferente.
Myles y yo, dimos un paso e hicimos una acción que luego fue sumado al futuro y dio como resultado algo diferente. Un nuevo recorrido a lo que teníamos antes, y ahora vivimos ese camino, ya no vivimos el pasado. Estamos en otro rumbo, con significados diferentes, pero manteniendo el lazo que nos unió desde el principio. La amistad, que fue el comienzo de nuestra aventura.
Y no sólo la amistad, porque dentro de esa parte está creciendo algo mucho más fuerte, algo que todavía no comprendo y que no sé si todavía es eso lo que queremos o lo que sentimos. Pero que estoy dispuesta a averiguar, estoy dispuesta a hacerlo realidad.
Mientras mi vista viene y va por toda la estancia mientras relleno el árbol de muchas bolas rojas y doradas de adorno, su mirada se clava en la mía por un momento regalándome una sonrisa, donde me permito perderme en el mar de sus ojos. En el intento de anclar una bola en las ramitas del árbol se me cae de las manos, salgo de mi trance y voy directo al objeto tirado en el suelo.
—Más cuidado, hermana —cermonea Ange al pasarme la bola—. Esto no fue de gratis, querida.
Bufo.
—Creo que llorarías más por esos tacones que por una simple bola de adorno. —Señalo con simpleza, levantando una ceja.
—Bueno, bueno, creo que esto ya está —exclama mamá mirando su trabajo.
Angélica en el instante no dice nada, y con un gesto que me causa gracia se aparta de mi lado dirigiéndose a un rincón de la sala donde se encuentra parte de las decoraciones. Luego de voltearme para retomar mi puesto, sin darme cuenta me estrello con una figura dura y ancha, percatandome que es Myles a espaldas de mi. Por un lado me pierdo otra vez pero ahora en como se ve buenisimamente a espaldas, se puede notar como sus músculos se contraen por debajo de aquella suera con rayas grises y negras. Haciendo marcar sus fuertes y trabajados brazos que hacen juego con el volumen de su cuerpo bien definido para un deportista de fútbol americano.
La excursión se acaba cuando se voltea para verme, percibiendo en su mirada una nota curiosa y burlona que me confunde, y al mismo tiempo siento mis mejillas encenderse por toda mi cara.
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Dulce invierno ©
Ficção Adolescente"Eres el mejor regalo de este año y de todos los próximos"