4. Tú

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-¡Hija ya puedes bajar!-Escucho a Mamá por el pasillo, anunciando que ya está lista la cena.

No le repondo, ya que escucho sus pasos por la escalera. Entonces tomo mi tiempo para terminar de arreglarme.

Cuando me acerco a la estancia, ya mi familia se encuentra en la mesa, tal vez esperándome. Así que sin tardar mucho me siento en mi lugar para evadir comentarios quejosos de los presentes por mi tardanza. Pero de pronto, el lugar se torna tenso y silencioso. Me doy cuenta cuando Angélica de vez en cuando me mira. Papá y Mamá ni se diga, pero más Mamá que él. Sé que para Papá lo que hablamos hace horas ya está dicho. En cambio, sé que Mamá muere por saber lo que habíamos platicado, la entiendo, puede estar preocupada, pero se limita a preguntarme para darme mi espacio, sabe que no me gusta hablar de ese tema.

Entonces es cuando escucho a Angélica hablar.

-Mamá, Papá ¿quienes de la familia vendrán para la cena familiar? Porque me gustaría hacer algunas tarjetas de Bienvenida a nuestros parientes. -Comenta mi hermana y antes de que Papá dé su versión, mamá intercede.

-Tus tios y primos, cariño. -Responde y Papá la observa, serio.

-Ni te atrevas a decirlo. -Advierte él y ella le da una mirada retadora.

-También el tio Oscar viene. -Dice mamá mientras gira de mi padre a Ange.

El tio Oscar, es el ex mejor amigo de Papá; Mamá se lleva bien con él y por eso lo recibe, pero Papá se niega luego de lo que pasó entre ambos.

-¿Y ahora que te hecho, mujer? -suelta, indignado- Ese hombre no pisa esta casa.

-A haber Emmanuel, es tu mejor amigo...

-Ex mejor amigo, no lo quiero aquí, Elena -exclama furioso, Ange y yo reprimimos las ganas de reir ante la escena-. Si él hubiera aceptado sus errores lo hubiera perdonado y aceptado, así que mi respuesta es no.

-Papá, él ya reconoce sus errores, dale otra oportunidad. -Esta vez hablo yo, pero por su mirada me retracto.

-¡Agh! que amargado eres, Emmanuel. -Escupe Mamá y enojada sale de la estancia.

Trato de volver a interceder, no obstante me quedo callada al notar que por una palabra más se complicaría el estado de Papá. Giro hacia Angélica quien sigue comiendo como si nada y luego hacia él, aún con su rostro fruncido y agarrándose el puente de la nariz.

Suspiro y soy la segunda en salir de la estancia, ninguno de los presentes prestan atención a mis movimientos, así que prosigo. Busco con la mirada a mi madre, pero no está en ningún lado, confirmándome que tal vez haya subido a su habitación. Apesadumbrada camino hacia la ventana, ya que lo primero que me roba la atención es la nieve que aún no para de caer. De repente me viene el recuerdo de esta tarde. Todavía me ha quedado la emoción de volver a sentir la nieve otra vez. Curiosa paseo mi vista hacia afuera; es tanta las ansias de experimentar ese deseo que me motivo a tocar la nieve y salgo de la casa, luego de abrigarme.

El cuerpo se me eriza ante el tacto que me abrazo a mi misma sin pensarlo dos veces. Miro hacia el cielo y puedo ver como la nieve va descendiendo en trositos blancos y cae en mi cara. Es tan hermoso y emocionante que al mismo tiempo me siento relajada y volviendo a encontrarme en aquel lugar, rodeada de esos grandes árboles, girando como una niñita ingenua. Y como acto reflejo imito esa escena, llevandome de mis pensamientos y girando con tanta emoción.

Como me había alejado de esa sensación tan hermosa y relajante, que me hace sentir tan bien y al mismo tiempo, sentirlo a mi lado.

Me detengo y sonrio de nostalgia al sentirme tan liberada, esa es la palabra, sentirme en este momento como aquella niña que bailaba en la nieve hace muchos años. Entonces me doy cuenta que toda mi atención se dirige hacia aquella cruzada que va hacia la loma, hacia el lugar que por mucho tiempo me obligué a no visitar.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora