Trato de mantenerme cuerdo porque su sola presencia me ha desencajado. Aunque desde hace días me he hecho ideas en la cabeza de que se atrevería a venir, aún así finalmente se hizo realidad lo que no quería.
—¿Por qué viniste? —murmuro, actuando de manera cautelosa con tal de no causar una escena—. Estabas mejor allá.
—¡Vaya que nunca cambias! —expresa irónicamente dando un paso hacia mí— No te hagas el mal desentendido ahora, Myles, sabes muy bien a que vine.
—No sé para qué sigues insistiendo, no voy a desistir con lo que he decidido, ya te lo dejé muy claro la última vez —espeto, ya irritado.
—Todavía no piensas con claridad, hijo, sabes que tu prioridad es tomar la responsabilidad que te corresponde como sucesor de este patrimonio para asegurar tu bienestar y el de tu familia —masculla, a partir de la indignación que se genera en su mirada.
—Eso es lo que quieres, papá, pero aún no entiendes que no pienso tomar las riendas que nunca congeniaron y que no van a congeniar conmigo.
—Solo estas echando tu vida a la borda, Myles. Hay puertas y oportunidades que están a tu disposición, esperándote en Madrid, ¿y mandarás todo a la borda por una joven?
Ya esto es insoportable, ¿en serio tuvo que llegar a este punto? Estoy cansado de tener que objetar contra el mismo dilema más de una vez. Nunca pensé que mi vida se tornara tan caótica, donde no haya paz en un solo día sin pensar que los demás, como mi padre, cuestionen las decisiones que tomo, que se lanzen como aguijones con el fin de herirme, que solo destruyan la poca felicidad que hasta ahora he tratado de construir, porque en realidad me lo merezco, ya que hace doce años él terminó de destruirlo.
Nunca soportó el hecho de que sea feliz con lo que amaba, siempre quiso adentrarme a su desborde empresarial, a presionarme a ser partícipe de su mundo material que no cuadra conmigo.
Quien diría que mi vida iba a cambiar ese día cuando el motivo de nuestra partida hacia un rincón de Europa fue porque mi padre había empleado una sucursal allá para luego emprender su negocio desde ahí, eso como resultado favorecía el bienestar de nuestra familia. Sin embargo, eso no me complementaba. Vivir de lujos y demás comodidad no me habían proporcionado la felicidad que ahora estoy volviendo a recuperar; de reencontrar la vida que siempre quise al lado de la chica que quiero, pero ahora se está convirtiendo en algo imposible. ¿Qué más puedo esperar?
Levanto mi rostro para encararlo, portando una sonrisa de satisfacción ante la respuesta que voy a decir, degustandome con su ceñuda mirada.
—La respuesta a tu pregunta es un sí, papá. Sí dejaría una vida a la que no pertenezco por estar al lado de ella, sí tomaría mis propias riendas porque soy dueño de mis decisiones, y sí emprenderé mi propio camino haciendo lo que amo, lo que me apasiona aunque tú no lo aceptes —respondo, sientiendome aliviado y más seguro que nunca ante aquellas palabras.
Él niega, con incredulidad para luego pasar una mano por su rostro, frustrado.
—En serio, lo vas a lamentar Myles, aún así nunca agradeciste la vida que te he dado —sopesa, algo irritado.
—Lo que sí me lamento es de haber creido que me apoyarías, pero nunca lo hiciste, siempre te preocupaste por lo que te beneficiaba y nunca...
—¡Eso no es cierto! —refuta totalmente fuera de sí. Sus ojos me perforan detenidamente, mientras tomo el esfuerzo de mantenerme sereno —Eres un mal agradecido, todo lo que hago es por ti y por tu madre; cada vez que me siento en esa oficina es para programar y ejercer los planteamientos de lo que debe ser nuestra vida futura —señala, acercándose más a mí—. Trato de que seas una persona emprendedora, de que lleves a tu familia hacia adelante, pero te vale mierda lo que hago para que obtengas en tus manos una vida mejor.
ESTÁS LEYENDO
Dulce invierno ©
Teen Fiction"Eres el mejor regalo de este año y de todos los próximos"