21. Fuego y cenizas

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Sentada en la cama me dedico a observar el emporio y el destello del amanecer. Pensando en si salir o no concentro toda mi atención hacia un lado de la habitación. Desde ayer no he reconciliado el sueño y la causante de esto es Paula. Sigo evocando las mismas palabras y por cada vez que lo hago siento el temor acercarse sin remedio; tengo miedo de que tal vez lo que diga sea cierto, y estoy amarrada a esta cama sin tener el valor de enfrentar al chico que amo porque temo que su respuesta destroce la felicidad que hasta ahora he mantenido a flote.

Fustrada me levanto de un tirón, yendo hacia la puerta sin retroceder ni un solo instante. Cierro la puerta, estando en el pasillo y escuchando solo mis pasos. Saco la conclusión de que todos están en el piso de abajo, tal vez esperándome. No puedo negar que los nervios aún no se han ido de mi cuerpo y que el corazón empieza a bombearme como una locomotora; sostengo el collar que Myles me había obsequiado mientras trato de afirmar mis pasos, respirando profundo. Cuando piso el último escalón escucho voces desde la cocina.

De pronto me topo con esos ojos esmeralda a mitad del camino, doy un respingo en mi lugar a la vez que él se acerca a mí con una sonrisa que por un momento llega a tranquilizarme.

-Hola, preciosa -su suave mano toma la mía, aceptando algo cohibida. Las palabras de Paula vuelven a aparecer en mi mente, sintiendome insegura. Agobiada me aferro a él-. ¿Qué pasa, Luna?

-No es nada -digo, escuchandose un sollozo que no logro reprimir. Se que lo he alertado porque su cuerpo se tensa, así que me limito a no dejar ver mi rostro. Él sin embargo se abstiene a verme así que se dedica a acariciar mi cabello.

-Oye, hice unos deliciosos Waffles, como te gustan -murmura, rozando con su nariz la parte de mi oreja. Yo correspondo a su afecto acurrucandome más a él -. ¿Que dices?

-De acuerdo -zanjo, mirándolo nuevamente y recibiendo un beso en la frente.

Alcanzo a ver a mi hermana que está a espaldas de nosotros; Ángel está al frente y me sonríe. Trato de responderle de una forma amigable pero solo me sale un ademán sin muchos ánimos.

-¿Y cómo amaneció mi bella hermana? -alude, Angélica llevando a su boca una taza de chocolate. De paso la mia cae frente a mí, pero solo me acerco a absorber el aroma.

Unos minutos después aparecen mis waffles, causando que se me agüe la boca de solo verlos. Hasta ahora todo está tranquilo, los chicos hablan cosas de chicos mientras Angélica y yo terminamos de comer; de vez en cuando comparte miradas con ellos, en cambio yo, pierdo mis pensamientos otra vez en algún lado de la estancia. Antes de salir me obligué a enfrentar a Myles con todo esto aunque luego tenga que tomar fuerzas de no sé dónde para soportar lo que vendrá al respecto. Aún así sigo teniendo miedo, solo no quisiera volver a equivocarme.

No quiero arruinar mis vacaciones, menos las de mi hermana con mis preocupaciones, y que una de ellas vuelva a ser Paula, es como si fuera un grano entre las nalgas y ellos no tienen que lidiar con eso. Creo que hay tiempo suficiente para aclarar las cosas y este no es el momento. Sí.

Pestañeo varias veces cuando mi hermana chasquea sus dedos con el fin de llamar mi atención.

-¡Al fin reaccionas! -exclama, con desgarbo-Ya acabate tu desayuno, saldremos.

Recorro la vista alrededor de la mesa, desconcertada, al ver que mo están los demás.

-¿Y los chicos? -ella rie sin ganas, entendiendo que mi actitud es cómica para ella. Ruedo los ojos.

-Fueron a chequear si todo está en orden allá afuera, así que tranquila, a Myles no se lo comerá un oso o algo así -suspiro, irritada.

-Ja, ja, qué chistosa -digo con sarcasmo, levantándome de mi asiento para llevar los platos al fregadero.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora