13. El lugar de las estrellas [parte II]

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Al subir el último escalón nos detuvimos admirando el lugar, mi vista se fue directamente hacia él, para percatarme de una inmensa sonrisa que se refleja por toda su cara. Me viene a la mente  en que se parece a un niño risueño y termino por sacar una risa, también ganándome su escrutinio junto a un gesto divertido.

—¿Por qué te ríes? —Inquiere cruzando sus brazos, fingiendo estar molesto. Lo miro aún con el gesto de burla por toda mi cara.

—Porque... Eres especial hasta para hacerme reír —sus labios se curvean en una pícara sonrisa, al tiempo en que acorta la distancia entre nosotros.

—Solo tú lo eres —dice sosteniendo mi rostro con ambas manos, de repente su semblante se torna triste, y eso me tensa—, nunca cambies eso, a pesar de todo lo que pase y los golpes de este mundo, nunca cambies. —Se inclina un poco y deja un beso en mi frente.

Eso no me lo esperé, ¿por qué ha veces actúa tan extraño? No lo entiendo, esto está raro.

Cuando me atrevo a preguntarle, se voltea de prisa, caminando hasta la orilla del acantilado. Me permito tomar toda mi atención para verlo reír como si en ese momento recordara algo mientras ve con asombro la vista de la ciudad.

Levanta sus brazos a los lados y mira al cielo, permitiendo que la nieve descienda a su cara. Una sonrisa se cuela en mi rostro, por tanto tiempo, verlo feliz. Sus ojos van directo a los mios y sonríe complacido.

—Es como lo recordaba, Luna... —exclama volviendo a mirar la ciudad y rápidamente me pide que me acerque; cuando ya estoy a su lado toma mi mano, sintiendo como transmite sus emociones y la calidez que sólo él puede darme—. ¿Cómo me había perdido de esto?

Imitándolo me abro paso a la vista de la ciudad, respiro profundamente mientras cierro los ojos, sintiendo la brisa y el sonido del silencio a mi alrededor.

—Habia olvidado lo hermoso que es esto, nunca debí alejarme— con tristeza en eso último, bajo la cabeza, pero más me acongoja el sentir su agarre aflojarse y soltarme con frialdad.

Abro los ojos, y lo observo, buscando tal vez enojo o una queja, pero refleja nada más que confusión y su sonrisa se desvanece.

Pasa un minuto en que no emite palabra, observándome con intriga y curiosidad, pero más que eso con una nota de tristeza, que forma un nudo en mi pecho. Bajo la cabeza, despacio, porque ni para ver sus ojos he de soportar. En ese instante lo escucho suspirar y vuelvo a mirarlo.

—¿Por qué lo hiciste? —Inquiere, anotándose un poco de inquietud en su voz. Nerviosa miro mis pies.

—Es que... —sin importar el miedo que se apodera de mi, me obligo a mirar hacia adelante, específicamente en sus ojos, los que me miran con tal expectación, sombríos, curiosos, de todas las formas posibles, aunque pretenden de una manera cohibirme —. Nada hubiera tenido sentido, nada sería igual.

—¿Qué me quieres decir? —Vuelve a aferrar mi mano, tomando con otra mi barbilla para que lo mire. Al ver su rostro contraído, le sonrio sin gracia y luego volteo hacia la ciudad.

—Pues, todo lo que me unía a esto y a ti, te lo habías llevado —respondo en el momento en que el frío arremete contra mi cuerpo.

—Luna...

—Sí, lo hice mal, no actúe de forma razonable, soy muy ingenua, también muy obstinada, pero... —espeto, exasperada, desprendiendo enojo en todo mi ser, y más por haber llegado a esto—, no sería lo mismo sin ti.

Y nada, solo silencio, algo que me confunde; me confunde el verlo sin ninguna expresión surcada un su rostro. Claro, me esperaría de él cualquiera cosa, enojo, queja, pero esa mirada va más allá de lo que pienso, más ajena a lo que me permito imaginar, y no lo puedo descifrar.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora