7. Lago de hielo

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Con ansias de salir, termino de amarrar mis botas negras, enfundarme con mi chaqueta de cuero y una bufanda que hace juego con ella. Miro frente al espejo mi desordenado cabello, decido dejarlo al descubierto, haciendome una coleta.

Cuando ya estoy lista, avanzo hacia su puerta. Antes de tocar miro mi reloj de muñeca, apenas son las ocho y diez, puede estar despierto. Enérgica toco la puerta, esperando su respuesta. Al segundo toque me preparo, pero ya no tiene caso, porque Myles aparece justo antes.

Asombrada recorro con mi mirada todo su cuerpo, como una acosadora. Aquel atuendo le sienta bien y si que me sorprende, de veras. Va cubierto de una chaqueta, pantalones y guantes negros, todo le queda tan ajustado que se detalla su ejercitado cuerpo, dandole un aire seductor. Además con esa combinación parece uno de esos hombres empoderados, de la mafia. Pero uno guapo y encantador.

Oh, oh, acabo de decir...

—¿Estás lista? —llama mi atención, para luego guiñarme un ojo.

—¿No me ves? —presumo con obviedad, a lo que él responde con una sonrisa ladina.

—Es cierto, mala mia. —Tuerce sus labios en una mueca, haciendome reir y su mirada baja a mis manos— ¿Y tus guantes? Hace mucho frío allá afuera.

Ay no, que estúpida, se me olvidó los guantes. Y miren que describí eso de él hace rato y ni tomé consciencia.

Que despistada.

—Oh, se me había olvidado, me esperas aquí, no tardo. —Me doy la vuelta, rápidamente, mientras le escucho decir que estará buscando algo en su habitación.

Luego de dos minutos de haber buscado como una loca el otro juego de guantes, me encamino con ellos en busca de él. La puerta está medio abierta lo que me incita a entrar. Dudo en hacerlo, pero ya es tarde cuando empujo la puerta y me quedo estática al presenciar lo que mis ojos están viendo.

Myles se encuentra sentado en la cama con la carta que me había escrito aferrada en sus manos. Me había olvidado completamente de ella y en la tarde de ayer se había quedado por accidente aquí.

Él como de la nada gira hacia a mi, mirándome con expectación. Trago en seco.

—La mantuviste contigo, todo este tiempo. —Musita pasando un dedo por el papel. Mi vista recorre sus movimientos.

Trago lento, mientras nerviosa, sujeto la manija de la puerta.

—Vivía por la ilusión que me dio esa carta. —confieso, aún con mis ojos puestos en ella.

—No quería que mi despedida fuera escrita en una carta —aclara con un dejo de culpa y toda mi atención escruta su rostro—; quería que lo último que viera fuera tu rostro, Luna. Que lo último que llevara en mi cabeza fueran esos ojos.

Estoy que estallo. No me esperaba aquello; sus palabras me desequilibraron, no obstante lo peor de todo, es verlo de esa manera, que eso haya dejado una marca en su ser.

Papá tuvo razón.

—Myles no fue culpable de su propio destino, otras personas decidieron por él. Aunque, si fuera por su cuenta, creeme que no se hubiera alejado de ti.

Myles...

Me acerco a pasos lentos hasta él, encontrandome con su ojos verdes, que llaman toda mi atención.

Aferro su mano libre, como siempre lo hacía, ganandome una sonrisa de su parte.

—Ya no tienes porqué hacerlo —anoto— me tienes de vuelta, no me tendrás lejos.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora