16- Lazos de amor

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Luego de nuestra larga caminata por el vecindario, decidimos visitar una cafetería con el fin de tomar algo de beber. Mientras esperamos nuestros pedidos, empezamos a charlar, él contándome como fue su experiencia al entrar a la preparatoria y luego a la universidad. Empiezo a reírme por las anécdotas que dice acerca de sus amigos.

—No puedo creer que hayas convivido con unos tremendos locos —digo, aún riendo.

—Tremendos locos, pero muy buenos amigos.

—¿Y cómo los conociste? —abro los ojos inquisitiva y sus ojos me escrutan cuando deja de ver la mesa y me regala una sonrisa.

—Quisiera mejor no decirlo —comenta, cohibido, mientras toquetea la mesa con sus dedos.

—¡Vamos, cuenta! —le animo. En ese momento llegan nuestras bebidas, Myles le agradece al camarero antes de marcharse. Sin demora tomo de la deliciosa malteada de fresa, a la vez que lo veo probar la suya.

—Lo que pasa es... Cuando los conocí fue en un momento vergonzoso —se detiene para beber otro trago y yo toda estupefacta y desesperada porque continúe se la arrebato de la boca.

—¡Dime más! —el rueda los ojos. Yo lo miro enfadada. Se queda observandome e irritada gruño— Dime, si es porque me voy a reír, te prometo que no lo haré.

Él niega, y como yo tengo su malteada empiezo a amenazarlo.

—¿No tienes otra cosa más con que amenazarme? Puedo comprar otro —gruño otra vez antes de pegar mi frente en la mesa.

—Bien, te diré —asevera de pronto, y vuelvo a mirarlo con una sonrisa. Espero a que comience, paciente; luego  observa a un punto fijo, menos a mi—. Una vez que terminé de jugar fútbol, ellos entraron a los bañadores, tomaron mi ropa y me capturaron con un celular— respira profundo y posa sus ojos en mis manos—. El problema es... que salí en esa foto vestido de mujer.

Había escuchado bromas ridículas, que a veces no tienen gracia y en algunas asquerosas, pero ésta si valió una gran carcajada que no pude reprimir. Me tapo la boca automáticamente, mientras capturo algunas personas a mi alrededor que me miran raro, e incluso un niño con un gesto que me da risa porque se me hace conocido de un meme que siempre comparten en las redes sociales. Vuelvo mi vista hacia a él y como si fuera un chasquido de dedos la gracia se me esfuma. Está molesto, y me arrepiento de haberme reído pero es que es tan gracioso, aunque sí, me pase de la raya.

—Ay, lo siento —intento disculparme, pero recibo su ignorancia.

—Siempre caigo en tus redes de mentiras —suelta, sin emoción aparente, a la vez que se me va el ánimo.

—Que mala amiga soy, rompí mi promesa, pero es que nunca había escuchado algo tan divertido que las ocurrencias de Angélica —digo riendo a medias.

—Si eso lo encuentras divertido, ya verás lo que pasará... —un ruido en la estancia lo interrumpe y me mira extrañado. Su mano derecha va directo a su bolsillo delantero y veo que saca su celular. Sin mirar quien llama, se levanta de su asiento y camina hacia la salida luego de avisarme para que lo espere. Como nuestra mesa se encuentra cerca del cristal puedo observar su guapísima figura, al tiempo que se inclina hacia adelante para apoyar su mano en un árbol mientras habla por su celular.

Pasaron más de cinco minutos y no ha vuelto luego de esa llamada. Se ha demorado lo suficiente y eso me preocupa, pues hace un momento lo perdí de vista al distraerme con un lindo bebé al frente mio, se veía tan tierno que empecé a hacerle muecas, a la vez que me deleitaba con su inocente risita. Lo que me llevó a pensar en la posibilidad de algún día tener un ser tan precioso en mis brazos, agarrar sus suaves manitas y que todas las mañanas pueda ver unos hermosos  ojitos verdes como los de Myles, que me enamoren toda el día. Sería algo hermoso.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora