24. Nuestro comienzo

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Sus labios empiezan a remover todo mi sistema, a probarme de una forma tan lenta como si dudara en sentirlos bajo su tacto. El ritmo disminuye y lo siento separarse. Abro los ojos negando, desde mi posición me echo a llorar, aunque ahora ambos estén mirándome, no me importa y no me detengo.

—L-lo siento... —emito entre sollozos; lo vuelvo a mirar pero no logro distinguirlo bien por las lágrimas—. No sabía que hacer, perdón.

—Sh... —sus brazos me sostienen y me atraen a su pecho. Empieza a acariciar mi espalda pero no dejo de llorar por más que quisiera. Siento su mano ahora en mi cabello y luego sus labios dejando un beso en ella—. Todo está bien, amor. Tranquila.

A lo lejos escucho unos pasos alejarse pero lo ignoro por completo. Su voz deja de hacerse eco en mis oídos y me separo un momento mirando su camiseta empapada antes de encararlo.

—¿Ya lo sabes? —asiente, tranquilo. Sus labios forman una sonrisa, quedando aturdida un segundo. Al instante vuelven las lágrimas—. ¿Estás enojado conmigo?

—No. ¿Por qué he de estarlo? —se agacha un poco para estar a mi nivel mientras sus manos acunan mi rostro. Sus orbes verdes hacen conexión conmigo y mi labio tiembla. Hipeo— No me importa lo que haya pasado; me basta con saberte a mi lado.

Sus palabras me hacen llorar otra vez, miro sus ojos una vez más y la intensidad que hay en ellos es tan indescriptible. Lo que sé es que ya no hay dudas; ya no quiero acallar porque lo necesito a mi lado, en mi vida, en mi corazón y que sea él, solo él.

—Te amo —dicen mis labios entre el llanto. Mis ojos se nublan y de un manotazo las quito. Veo como sus ojos brillan y una sonrisa se escapa de sus labios, maravillado. Sin verlo venir, sus labios vuelven a unirse con los mios y luego nuestras frentes.

—Yo también te amo, tanto —sonrio con nostalgia y me escondo en su pecho. Sintiendo sus manos en mi cintura, sosteniendome con tanta firmeza sin querer soltarme, porque yo tampoco pienso hacerlo—. No sabes cuánto es lo que siento al escucharte decir eso.

—Eres todo lo que necesito. Myles, tú me haces sentir cosas que nunca llegué a sentir por alguien más. Contigo me siento plena, segura, soy yo —murmuro,  mordiendo mis labios de forma momentánea, tratando de estabilizar mi respiración al tenerlo tan cerca.

—Siento lo mismo por ti —dice con aquella voz gruesa que enciende todas las partes de mi cuerpo—. Contigo estoy en casa, como si nunca me hubiera ido; tú me recuerdas a ese chico de hace doce años. Ese que se sentía pleno, seguro y amado, por alguien como tú.

Nuestras miradas vuelven a conectar con intensidad, él la aparta un momento para mirar mis labios y con eso todos mis estribos se pierden, siendo yo la primera en iniciar aquel contacto. Sus labios me buscan ahora con fiereza, con más aprensión. El deseo nos invade pero no podemos, no aquí. Es entonces cuando Ángel llega a mi mente y nos separamos, aún con la sensación picandonos.

—Ángel, ¿dónde está? —pregunto, cohibida. Escuchamos un silbido a una esquina de la estancia. Está en el área de la cocina, detrás de la barra, mirándonos de manera picara con una manzana en su boca.

—Pensé que tardarían en acordarse de mi presencia —alza una ceja, burlón, y mi mejillas se encienden.

Empiezo a buscar el hilo y los miro a ambos con el ceño fruncido.

—¿Estuviste aquí todos estos días? —me dirijo hacia Myles, pasando una mano por mi brazo.

—Los dejaré solos —anuncia nuestro amigo, abandonando el apartamento.

—Hay muchas cosas que debemos hablar —murmura, bajando la cabeza hacia mí. Bajo la mirada, comprendiendo, a lo que su mano acaricia mi mejilla—. Fue lo único que se me ocurrió.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora