11. Una pieza de felicidad

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—¡Chicos, que bueno que bajaron! —exclama mi madre al vernos.

Angélica se aproxima a mi padre para ayudarlo con la mesa, veo que también Myles se le une. De paso aprovecho y me acerco a Mamá, pero luego nos encaminamos a la cocina.

Sin pasar desapercibida su entornada mirada me siento en el mesón mientras alcanzo una manzana del frutero hacia mi boca. Como si nada la veo moverse de un lado para otro y de vez en cuando pasar su mirada a mi dirección teniendo aún ese semblante como que no quiere la cosa, algo que me divierte y a la vez me confunde.

—Mamá, ¿tienes algo que decirme? —Comento al fin, causando que su semblante cambie a una desconcertada.

Suspira y se da la vuelta dejando sus quehaceres, poniendo toda su atención en mi.

—Quiero que me cuentes todo lo que tiene que ver Myles y tú —enfatiza con un gesto reprobatorio. Levanto las cejas de sorpresa, analizando sus palabras.

—¿Qué tengo que contarte? —resuelvo con simpleza.

—Ayer escuché su discusión cuando se reencontraron —responde mirándome detenidamente—, y esta mañana también. ¿Pasa algo, hija?

Claro, Luna, a ti se te olvida que vives con más personas.

No me lo esperaba. Admito que me he cohibido cuando se trata de esos temas, cuando se trata de él, pero ya no siento esa inquietud porque Miles está a mi lado; aunque las cosas cambian de una manera diferente con respecto a mamá, porque nunca tuvimos una platica acerca de ello. Pues con el que tengo una conversación más profunda, es con mi padre, siempre estuvo ahí para brindarme su apoyo, su consentimiento y sus consejos.

Sí, a veces es complicado conllevar una conversación tan intima con tu padre, pues siempre son las madres las indicadas para ser esa persona que te escuche y que te entienda, que te apoye en aquellas decisiones, sin embargo refiriéndose a mi, acojo a mis padres de  maneras diferentes, cada uno tiene un valor sentimental hacia mi persona e importante en mi vida.

Tal vez es hora de abrirme más con mi madre, tal vez es hora de tener una comprensión entre madre e hija.

—Se podía decir, que empezamos con el pie izquierdo, mamá. —Admito, mirando hacia un lado. Escucho sus pasos hasta que la veo a mi lado.

—Luna, cariño. Desde que tenías catorce años nunca intervine en tus sentimientos, nunca te insté a que te liberarás conmigo porque para ti hasta  fue difícil hacerlo con tu padre —dice y entre el medio de sus palabras se me aprieta el pecho—. Lamento no haber intercedido en esos momentos que más necesitabas de mi, de mi apoyo incondicional, porque en esas épocas fui muy frágil, sabes, no tenía el valor para cargar esa aflicción por ti, por ayudarte.

—Mamá... —trato de hablar, pero las palabras se me estancan en la garganta al ver sus ojos cristalizarse.

—Sin embargo estoy feliz, me siento agradecida porque recibiste el apoyo que tanto necesitabas —sorbe la nariz, cuando voltea la vista hacia la ventana y de nuevo hacia mi—, no puedo creer que Emmanuel haya sido más fuerte que yo, no lo supero. —añade, entre el medio de una risita sincera, también me echo a reír de nostalgia.

—Papá fue un buen apoyo...

—Y lo es, siempre me impresiona cada día, y no puedo dejar de agradecerle tanto a Dios de tenerlo a mi lado, porque tu padre es una caja de sorpresas y de las grandes. —Sonrie, soñadora.

Mi pecho se encoje un poco más al escucharla expresarse con tanto apego, cada día no puedo dejar de agradecer a los padres que tengo a mi lado, ellos son lo más apreciado y hermoso que he tenido, no sé que haría sin ellos si no los tuviera conmigo.

Dulce invierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora