Rotina

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Los días pasaban con enorme rapidez últimamente.

Cuidar a una niña no era tarea fácil, trabajar para mi hermano, como siempre, era estresante, conseguir señal últimamente para comunicarme mucho más difícil, así que en cuanto amanecía procuraba aprovechar al máximo el día. Atendía a Graciela si era la primera en despertar pero si no era así, le dedicaba tiempo a mi esposo. Hacerlo seguía siendo un placer y ahora más, que a petición mía llevaba tres meses sin tocar su barba y ésta estaba poblada, a veces enredada, suave, con hebras rojas que me raspaban no sólo la boca, sino también el cuerpo. Verlo desde arriba y oler su cabello cuando mis dedos se entrelazaban en él mientras besaba mis senos y seguía descendiendo era vivir en el paraíso. Reflejarme en sus ojos miel una vez pasara el vientre e insinuar a donde iría ahora, era delirante y luego su barba rozar mi vagina y sentir la humedad de su lengua significaba morir para estar viva, satisfacer no sólo mi cuerpo si no mi corazón que se rendía a él y gustaba de satisfacerlo en cada encuentro. Me veía obligada por mis deseos de sólo verlo acercarse con esa mirada directa, con la mueca de una boca que me haría suya hasta siempre.

No sé si a mí alrededor eso era evidente. No se si alguien más se habría sentido así pero con el tiempo descubrí como le gustaban los gestos de mis manos arreglando mi cabello, como si lo rozaba con mi seno por accidente no tan casual me miraba de inmediato y anhelaba quedarnos a solas. Si algo tenía el poder de interrumpirnos o privarnos era Graciela pero reíamos y la atendíamos porque ella era la creación de ese amor que sentíamos.

Conseguí hacer un horario para Fernando y Antonio y otro para Betel, aunque éste último era violado por Isabel que siempre proponía nuevas salidas. La tercera habitación ya estaba lista y el parque ya tomaba forma, más cuando los domingos venían más niños a compartir y jugar con Graciela. Betel estaba en su apogeo, Ensuan trabajaba muy duro junto a Leo y Liborio, ambos eran tan fieles, tan buenos amigos y tan complacientes con Graciela que a veces temía que creciera grosera y caprichosa, pero hasta ahora con sus casi dos años era un ángel. Siempre de buen humor, dispuesta a comer, a jugar, a besar y a abrazar. Lamentablemente María de Lourdes hacía dos meses había perdido a su tercer bebé y eso tenía muy tristes a todos en casa, ella ya no iba a trabajar hundida en la depresión y su esposo entonces optaba por llamarme y pedirme fotos y videos de Graciela, la que se lucía en cada uno con esos sonidos de bebé hermosos que seguramente a Antonio derretían.

-¿Por qué no la traes Yvonne? –Me dijo un día en que la niña balbuceaba Pata, el nombre de la nueva compañera de Yogui, a partir de Pata dio papá y luego mamá y después Leo, siguió con Niña y al final fue con Bela a Isabel y Libo a Liborio, estos últimos ya estaban impacientes.

-Nada me gustaría más Antonio-Le confesé.

-Habla con tu esposo y vengan, tu hija está en una edad que provoca comérsela.

Y era cierto. Ver a Graciela era querer apretarla, Irene era una experta cargándola y Catalina con Georgina la llevaban de paseo por la fuente en el coche. Tenía ojos azul intenso, cabello rubio abundante ahora que crecía y mejillas sonrosadas. Isabel presumía con ella a través de las redes para que sus primas nos vieran, así como Leo y Liborio la preferían a cualquier novia. Para Antonio poder tenerla en los brazos era satisfacer una necesidad, a veces me escribía tanto que Ensuan ponía mala cara y aunque lo defendía, Antonio había comenzado a verme diferente. Y eso seguramente a mamá tampoco le gustaría, así como sufría porque María de Lourdes no retenía los bebés, sufría porque yo si tenía una y muy parecida a ella.

Mis amigas de Madeira estaban fascinadas con ella y con lo feliz que era yo acá, cuando tenía tiempo hablaba con ellas y comparábamos el comportamiento de nuestros bebés, claro que Graciela era la más pequeña de modo que yo aprendía de ellas. Ellas también me invitaban a que las visitara, así que tenía suficientes razones. La tercera era Fernando, él si me lo pedía por favor y yo ponía de excusa la edad de Graciela.

Más allá de BetelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora