Miseria

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El muy estúpido aúntenía el cinturón puesto, se estiraba, giraba a verme y hasta seimpulsaba sobre mi...¿con el cinturón puesto? Para mi mejor. Cuandosalté sobre él me sentía eufórica , ya estaba cansada de que enmi tierra, en mi casa menospreciaran mi capacidad de ser mujer.

Primero mamá ignorandomis sufrimientos, mis talentos, mis necesidades, luego papá siendosolidario pero justificando el comportamiento de mamá. Maríaculpándome por ser madre y ahora este majadero dándoselas de DonJuan para convencerme que era mejor partido que Ensuan, nadie eramejor que él para mí, nadie, esperaba convencerlo de eso.

Lo ataqué con todo mipeso, de frente, rodeé su cuerpo con mis piernas y con mi manoabierta choqué su perfilada nariz, mientras mi tronco lo acorralabacontra el asiento.

Se sorprendió, seconfundió y después trató de defenderse pero ya el dolor en lanariz junto con la sangre se lo impedían. No obstante que ya habíapodido quitar el seguro de la puerta pasé mis uñas por su cara ydetuve los dedos pulgares sobre sus ojos. Grité, me convertí en elmismo tipo de salvaje del que describían a Ensuan, los salvajesnosotros ¿y ellos?

Sacó fuerzas delhombre que no había sabido ser y me empujó con tal fuerza que lapuerta se abrió y caí afuera. De golpe, de bruces, pero a prisa melevanté y vi como trataba de enfocarme forcejeando con el cinturónde seguridad.

–¿Te has vueltoloca?

–¡Siii! –Le gritédesde afuera y lo vi logrando salir del auto–Y podría matarte siintentas retenerme junto a ti.

–Yvonne...

–¡Cállate! –Comencéa caminar en retroceso–¿Qué creíste? ¿Qué supusiste? ¿Hasvisto a mi esposo? ¿Tienes idea de lo felices que somos?

Con la manga de lacamisa se limpió la cara e imagino que pudo verme mejor.

–Yo quería hablarcontigo.

–¡Yo no! ¡Déjameen paz! –Iba tan a tientas hacia atrás que tropecé y caí,llevaba a millón la adrenalina así que caí abanicando los brazos,sentí el dolor en la espalda y grité frustrada, ¡tenía quelevantarme!

–Creo que se te pasóla mano esta vez Yvonne. –Advirtió y en instantes lo tuve frente ami con rayas en la cara y ojos enrojecidos.

–¡Suéltame, no metoques!

No pudo tomarme lasmanos, lo golpeé con el puño en la cara y evitó que me incorporarafrenándome con su peso, raspándome con el suelo bajo mi espalda.

–¡Para, para Yvonne,pareces una loca!

–No, no voy a parar,no voy a parar.

Seguía sacudiéndomesometida a su fuerza cuando de repente se detuvo, se quejó y sedetuvo, se detuvo y se desplomó a mi costado izquierdo. Quedé, alprincipio, por segundos, desconcertada ¿qué pasó? Creo que tuvelos ojos cerrados, los abrí y me aparté empujándolo. Ahí, frentea mí, parada estaba María de Lourdes con un bate en la manoderecha, que oportuna y asertiva.

–¡María! –Mearrastré de nalgas y desde el suelo la miré. –¿qué...que...

–Te estaba atacando¿no? –me extendió la mano derecha luego de pasarse el bate a laizquierda, la tomé, era un alivio verme libre de José ahora queestaba inerte boca abajo en la tierra.

–Gra...gracias María.–La abracé de golpe, me alegraba verla, me salvó, ella no meabrazó. –nos aves lo oportuna que eres.

–Lo sé...lo vi.–Respondió con frialdad separándonos. –¿qué hacías aquí contu ex esposo?

–Se metió a la casacon la tonta excusa del arrepentimiento y me obligó a seguirlo,gracias a Dios logré convencerlo de que se detuviera por aquí–Señaléel auto y luego vi el de ella estacionado en sentido contrario a unos200 metros. –y que suerte que tu pasaras y nos vieras. –José semovió en el suelo–debemos irnos, llévame a la casa por favorMaría. –Le tomé la mano y la obligué a seguirme hasta elauto–Seguramente Graciela estará confundida, Ensuan se preguntaráque pasó. –Llegamos a su auto que aunque estaba encendido manteníalas luces apagadas–Y con papá debo hablar seriamente.

Más allá de BetelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora