El veneno

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–¿Es tan obvio queme encanta su vino? –Le pregunté levantando la copa y sonriéndoleamistoso. Sin embargo, amistad no era justamente lo que esta señorabuscaba y ni siquiera lo inspiraba. Sus ojos azules llevabandelineador negro, esta señora estaba maquillada a toda hora,inclusive dentro de la casa, su hija menor también tenía ciertorubor en las mejillas y los ojos resaltados, Graciela tenía ojos decielo despejado, de días soleados, de océano tranquilo, de olascálidas, definitivamente nada que ver con los de esta mujer.

–Es obvio quenecesitas algo para drenar la ansiedad de salir de esta casa, deregresar a tu país.

Fue directa. Noesperaba menos de ella. Se acercaba a mí elegantemente, con ademanesde señora de edad que no pierde el estilo ni en los peores momentos,ni en esos donde tiene que mirar a la cara a un yerno con el que nocongenia.

Levanté mi vaso, denuevo me serviría un poco más de ese rico vino que justamente estatarde tenía un particular sabor que si me calmaba el estado deansiedad que causaba que mi esposa estuviese embarazada en Madeira,lejos de la seguridad de nuestra casa, de mi país, mi familia yestar enredados aquí.

–Tomaré otro poco¿gusta?

–No gracias, el vinome adormece.

–Ah. –Vertí máslíquido–A mí me ha mantenido atento.

–A cada quien le daun efecto diferente–Sí sonrió pero extrañamente–Yo pensé quesus gustos entraban más dentro del jugo de naranja, pero he notadocomo cambió a este nuevo vino vecino.

–Observadora. –Yotambién la había observado, las pocas veces que se dejaba ver y lasque no yo trataba de descifrarla. Era una mujer de ensaladas verdurasy pescad, poca azúcar y realmente nada de bebidas, en cambio sí demucho té.

–¿Siempre es ustedtan simpático Ensuan? Le pregunto porque desde que llegó aquí noha dejado de mostrar su mejor cara aunque ara mí demasiado falsa, nosé si eso consiguió conquistar a mi hija o aferrarse al únicoidiota que le dio una oportunidad de escapar a sus fracasos.

–En realidad...–Toméotro sorbo un poco sorprendido, me dijo idiota en un portugués queentendí perfectamente, yo sin embargo volví a sonreírle. –hasido mi idiota sonrisa razón por la cual muchas madres me queríanpara sus hijas, me sorprende no haberlo logrado con usted después deconocer a su yerno Antonio y ex yerno José. –No parecía para nadainquieta, nada nerviosa, nada incomoda–Pero en el caso deYvonne–Acaricié mi barba inevitablemente larga en estos momentos,por los días sin atenderla, y esta vez sí sonreí recordando aYvonne cuando nos conocimos–a ella no la conquisté con unasonrisa, yo tuve que estar muy serio para lograr que saliera de aquíy se largara conmigo.

–Entonces Ensuannecesito que vuelva a utilizar esa seriedad para llevársela lejos deregreso a su casa.

Me encaraba, cosa queprefería, alguna vez, durante nuestra estadía en esa casa, mepregunté si dormía con mi suegro, mi cerebro respondió no deinmediato. Eran dos personas diferentes y si es cierto que losopuestos se atraen y que el amor supera todo, pero aquí sucedíaalgo más y lo confirmé cuando lancé otro golpe de vino a migarganta, sintiendo además algún tipo de mano extraño en micabeza. No eran diferentes por ella si no por él. Mi suegro siparecía dócil la mayoría del tiempo pero luego que lo vieracaminar por la casa noté ciertos gestos de empresario que para nadase parecían a la inocencia y docilidad con que se presentara sentadoen una silla de ruedas. Al contrario, parecía alguien que consiguelo que se propone y una de las muestras que nosotros estábamos aquí,creyéndonos su estado de salud delicado y aquella actitudvulnerable, seguido de una pasión obsesiva por Graciela.

–¿Qué me dice?–Parece que mi largo silencio la inquietó–sé cuánto desea irsede aquí porque no convence a Yvonne de que su padre la manipula paraque se quede, que su verdadera intención es que decida manejar laempresa aún más comprometida que antes al lado de Fernando.

Más allá de BetelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora