–¿Te gustan loshospitales? –Adriana levantó por fin los ojos de su regazo y seencontró con los de Fernando, llevaban casi veinte minutos en lasala de espera del hospital, todo impecable y solo.
–Disculpe. –Lohabía escuchado con claridad pero necesitaba tiempo para asimilar sumirada.
–Pregunte si tegustan los hospitales.
Fernando llevaba ratoobservándola, las manos en el regazo, mirada baja, ojos bienabiertos, falda un poco subida, una cuarta de la rodilla, escotediscreto.
–¿A quién le podríagustar un hospital? –Se encogió de hombros–Definitivamente no,no me gustan.
–Yo estuve hace pococon mi padre en uno, dormí un par de noches ahí y me pareció tancalmado, silencioso, relajante.
–Existen otroslugares silenciosos y tranquilos, los prefiero a un hospital.
–¿Cómo uncementerio?
–No. –Rió y eso leagradó, reía como hacía meses se había reído en variasoportunidades y él se confundió. –No me gustan los cementerios,pero si algún sitio de la isla donde nadie pueda molestarme. Su casaestá alejada del bellísimo señor.
–Mi casa está llenade miradas ruidosas–Respondió y se levantó, Adriana pensó queera el fin de la conversación.
–¿Qué le dijo eldoctor? –Rompió ella el silencio seis minutos después–Llevamucho rato.
–Lo estará operando,perdió mucha sangre y estaba infectado, deshidrato, lo que le pasófue muy grave, todavía no sé qué fue pero fue grande.
–Y dijo que lohizo...la señora María.
–Eso me dijo porteléfono. –Su gesto de la boca lo hizo observarla y caminó hastalos asientos cerca de ella. –Quiero pedirte disculpas por cómo tetraté en la oficina.
–No...no esnecesario...usted...
–¡Por favor Adriana!–Levantó apenas la voz pero la asustó. –Te insulté, te molestécuando te hablé de esa manera, di la verdad.
–Yo no debo metermeen los asuntos de su familia. –Apena si lo miró, MaríaFernandosuspiró y se alejó. – Estoy segura todo esto tiene unaexplicación...señor.
–¿Me diríasFernando? –Se volteó a verla de pronto.
–No...no lo sé, yo...
–¿Te lo prohíbe tunovio?
Adriana tomó aire ylo encaró, era difícil llevarlo. Se prohibió a sí misma sentiralgo por él pero no era nada fácil y lo veía a diario.
–¿Por qué insistetanto? ¿qué gana preguntando lo mismo para al final ponerme en milugar como la empleada que soy?
–Debo parecerte unfastidiosos, debo parecerte un jefe abusivo un aprovechado, hastatraerte aquí te debe parecer una manipulación de mi parte paratenerte cerca pero no es así.
–Sé que no es así.–Siguió encarándolo–Sé que no ocuparía su tiempo en pensaren manipularme o ser abusivo o controlarme, sé muy bien señorFernando que está sorprendido por mi decisión de no salir con ustedpero consideré que era mucho menos evitarme el dolor del fracaso.–Se levantó y lo enfrentó desde más cerca, ya era demasiadotarde para arrepentirse y callar, además tenía sus ojos océanomirándola directo a la boca, el escote, las mejillas, las manos, losojos–porque eso iba a suceder cuando reconociera por su cuenta otal vez por su padre o madre que yo no estoy a la altura de unTeixeira o que no me quedo callada ante un insulto, hubiese perdidomi trabajo, perdido mi estabilidad económica y mi paz personal...porusted.
ESTÁS LEYENDO
Más allá de Betel
RomanceYvonne y Ensuan deciden visitar Madeira tras enterarse de la enfermedad del padre de ésta, enfrentando los retos familiares que ya una vez la alejaron de allá.