Día de la Virgen

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Un bate. Las luces delauto alejándose. El sonido de los huesos de sus manos quebrarse. Ladetonación de un arma. ¡Salte! Estaba solo en la habitación delcómodo departamento de Adriana.

Seguramente Yvonne sequedó hablando sola después que llegamos del hospital y me recostéen la cama mientras ella le daba una compota a Graciela.

Me estaba conversandoalgo sobre su madre, o sea, Vanda.

Había sido mi idea quese fuera a Betel con nosotros, no era justo que se quedara con unfuturo incierto ahora que conocíamos la verdad. De hecho era partede la felicidad que necesitaba Yvonne para nunca más extrañarMadeira.

Con los días el calorhabía disminuido y el clima ahora templado me agradaba.

Continué sentado en laorilla de la cama, los últimos días habían resultado una pesadillafamiliar, algo que pudo haber terminado muy mal y que por milagro noresultó así. Mi suegro todavía no tenía idea de lo que habíadesencadenado, según podía haber notado yo en sus expresiones.

Más de treinta añosde silencio guardó Vanda. Dejó de sr mujer y se negó a ser madre.Un caso increíble.

–Ah, ya despertaste.–Yvonne entró sola al cuarto donde guardamos nuestras cosas poresos días luego de lo sucedido

–Sí, y no es unalivio seguir aquí. –Admití viéndola pasar vestida con un trajede chaqueta y pantalón blanco sin ninguna camisa debajo.

Se postró frente a mícon las manos en la cintura, la cabeza en alto, orgullosa parecía,boca roja, ojos delineados, cabello hacia atrás por gelatina y uncintillo plateado, luego suelto ondulado– ¿Y eso? No nos vamoshoy, por desgracia. –Bostecé a pesar de que me gustaba lo queveía.

–Hoy es el día de laVirgen e iremos a la celebración.

–No creo que seaprudente. –Me espantó el bostezo. –Tu estás convaleciente,Graciela asustada y tu familia es...

–Dilo, está loca.–Bajó la cabeza apenada.

–Es malvada Yvonne.–Completé. –¿Qué podríamos hacer en una celebración de losTeixeira? Es mejor descansar y mañana estar listos desde tempranopara irnos al aeropuerto.

–Puede que sea lo mássensato Ensuan. –Me dio la espalda para mirar por la ventana, tuveuna buena vista de su trasero forrado en el pantalón blanco. –Peono sería justo que nos fuésemos sin despedirnos de nuestrasamistades.

–Yo no tengoamistades aquí. – Me puse de pie y fui hasta ella sólo mirándolapro detrás. –Insisto en que no vayamos. –Pude oler su perfumedesde esa distancia, ella aún miraba por la ventana. El departamentode Adriana quedaba en el centro, tercer piso, por todas las ventanasse podían ver las calles. Era cómodo. Tenía tres habitaciones, dosbaños y cocina sala comedor juntas. A Graciela le gustaban lasgalletas que Adriana le daba y había suficiente espacio en la salapara que ella anduviera. Vanda y ano era la misma, ahora estaba consternada, no sé qué pensaba, pero sí sentía vergüenza. Y noera para menos, vivió con el Don de la casa y creo a esta hermosurade caderas anchas y nalgas redondas que ahora aprisionaban la telablanca del impecable pantalón.

–Entiendo que tesobran razones para no ir hoy Ensuan pero yo lo necesito, es parte demi despedida–Ella hablaba, yo la miraba, la olía y me excitaba,ella estaba perfecta, se había arreglado a pesar de todos losdolores externos e internos que sentía.

–Si algo bueno hay enesto son las largas conversaciones que tendremos durante la nochetocando el tema. Hay mucho de que hablar. –Le dije muy cerca.

–No sabes loavergonzada que estoy contigo. Eres mi esposo y quería darte lamejor impresión de mi casa, mi familia, de la isla.

–De la isla la tengo.–Toqué sus hombros y fue hasta entonces que notó que yo llevabarato distraído en ella. Creo que dejó de respirar, pude sentir comosu cuerpo dejaba surgir sudores excitantes, escalofríos distintos.Bajé las manos por sus brazos forrados en tela blanca y sinesfuerzos la hice girar. Olía tan bien, ese nuevo estilo en sucabello me gustaba así que toqué las puntas.

–Lo hizo Vanda.–Comentó sin dejar de mirarme. Bajé y la besé, sin importarme suboca pintada, su detallado arreglo. Tomé su cara entre mis manos yla obligué a enredar su lengua con la mía. Sólo la punta excitómi cuerpo y lo que había estado viendo antes de ella me volaba lossentimos. Me llevaba a quitarle la chaqueta, sólo ropa interiorbordada blanca encontré, enloquecí aún más. Sintiendo sus manosen mi cabello, escuchándola respirar a fuerza, tratando de sacarmela franela sin perderse nada de mi cuerpo. La levanté y la tendísobre la cama, ya había desabrochado su pantalón, lo saqué con suayuda y arrebaté su panty blanca y sinuosa, tenía hematomas por loscostados que iban de verde a morado, los besé antes de medio bajar,mi pantalón a las rodillas. La tenía ahí, desnuda para mí, sinquejarse por si se desarreglaba, su cuerpo ardía, sus ojos casi nopodían mantenerse abiertos, sus manos me tocaban tan bien, ella medeseaba, ella me necesitaba y eso me enloquecía.

– ¿Estas lista?–Pregunté besándole la entrepierna, estaba sudada, con divinoolor a ella esperando mi roce. Respondió apenas con un murmullo y mesubí a montarla. Horizontales en la cama, piernas por fuera, subí yentré, todo, sin ninguna barrera que impidiera mi paso.

Una exhalación salióde su garganta, apenas si se movió.

–Tienes la medidaperfecta Ensuan. –Confesó delirante, rendida, no estaba dispuestaa esforzarse pero no hacía falta. Bastó lo que dijo, como lo dijo ycomo me apretaba su interior para darle todo de mí, todo para ella,todo lo que necesitaba, quería y le gustaba, un buen sexo con besosde amor.


–¡Buenas tardes,bienvenidos!

Antonio nos recibiócon una espléndida sonrisa, ojos chispeantes e impecable traje azulclaro.

Todo alrededor era unabelleza. Colorido. Organizado. Perfumado. Música alegre, porsupuesto en portugués. Mujeres vestidas de manera típica, hombresllevando cosas de aquí para allá y una mesa blanca con flores entremarrón y rojas donde de pié mi suegro y mi suegra, vestido de uncrema claro, peinados a la perfección. A pesar de los moretones queyo les causara sonreían como robots, ojos de daga que pedíansangre a gritos cuando entramos Yvonne y yo tomados de la mano. Porsupuesto yo también vestía de blanco con una flor azul pastel en elbolsillo, que debió ser roja como mi labio inferior al que Yvonnemordió cuando llegaba al clímax esa mañana. No sólo se quedaronasí porque llegamos de esa manera, porque si estábamos aquí, comode portada. También porque unos pasitos atrás Vanda, llevando unvestido verde claro cargaba a nuestra hija con aspecto radiante.Sonrientes también un Fernando dispuesto hacer negocios llevando dela mano, aunque no muy cómoda, a una Adriana, él de traje rosaclaro y ella con un vestido ajustado gris. Las miradas estaban sobrenosotros, fotógrafos improvisados, amigos, clientes, todos esperandoterminar al fin la celebración de la Virgen.









Más allá de BetelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora