El viaje

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No iba a negarlo. Tenía miedo. Ir allá, con su familia me llenaba de temores y no sabía qué tipo de temores.

Después de ese sábado cada vez que sonaba su condenado teléfono temía que tuviésemos que salir con o sin maletas a Europa. Para mí se aprovechaban de la situación, si es que esta existía.

El cuñado que no conocía horarios, la llamaba a placer y el hermano le hacía ofertas provocativas que en este país nadie desaprovecharía, y ya Yvonne conocía un poco de ésta economía y lo beneficioso que sería aceptar sus ofertas.

Sin embargo, cumplí con mi deber como su esposo, llamé a Jasper y le pedí se encargara de los pasajes y pusiera en orden algunas de mis cosas para poder viajar sin problemas. Él, como yo, no se mostró muy contento con la idea del viaje, pero si llamó a su amigo y se puso al tanto de la situación de mi suegro, ya estaba en habitación para el día miércoles y nuestros pasajes tenían fecha para el domingo, no podía darle más larga, Yvonne no quería llegar y regresarse de inmediato, necesitaba de tiempo con su padre y ellos con Graciela. Lo que sí dejó claro Jasper es que para octubre debíamos estar en el país, por su boda.

Cuando le dije que todo estaba listo para ese día no supe descifrar su gesto, alegría y tristeza, sorpresa y miedo. Yo, como el resto de los días, sólo me ocupaba de escucharla con las noticias de allá, la atención a Graciela y entrenar a mamá para que respondiera nuestros correos o video llamadas, también entrenamos a Leo y a Liborio y me reuní con trece de mis trabajadores más confiables para dejarlos a cargo durante mi ausencia, nada se detendría, mamá estaría al pendiente y ellos serían responsables, como siempre.

Dejar Betel no era fácil, para nada. Ya tenía cinco años sin salir de ahí y me complacía, respirar ese aire para mí lo era todo y gozar de la presencia de Yvonne, nuestra familia, Graciela, todo era perfecto y mío. No sé qué significaba para ella regresar, no sé lo pregunté, si era en primer lugar por su padre pero había algo más, algo que no me decía y que a pesar de estar un tanto distantes ella si iba en su busca.

Esa noche del compromiso de Jasper, pude verlo, a mi mujer le hacía falta un noviazgo, pero en vez de eso estábamos aquí, a punto de tomar un vuelo allá, a lo que ella llamaba "casa".

Cuando salí del baño el sábado en la tarde no pudo ocultar su asombro y decepción. Yo apenas llevaba una toalla por la cintura cuando venía de la sala untando una crema en sus manos.

-¡Oh, te has afeitado! –Vino hasta mí y tomó mi rostro, sus manos estaban perfumadas, vainilla creo, eran suaves, sus ojos castaños me miraron acuosos-le faltaba poco para que llegara al largo que me gusta-ahora me tocaba con el dorso.

-No encontré bien llegar frete a tus padres con esa barba.

-A ellos no iba a importarle-Se detuvo y me sonrió cálida, como si tratara de hacer las paces, por los días llenos de tensión que seguramente yo provocaba-a mi padre y a mi hermano no les crece ni un pelo en la cara.

-Con más razón-Tomé sus manos y las besé, las dos, después fui al gavetero por mi ropa de casa-¿Graciela?

-Tu madre me ha pedido que la deje dormir allá hoy, estaba...llorando.

Eso quería decir, que estábamos solos.

-¡Ah, mamá es una exagerada!

Sentía como me seguía con la mirada pero lo mejor era evitarla, el viaje me tenía incómodo, tenso.

-Yo la entiendo y le agradezco el gesto que tiene de extrañarnos, no sabes lo diferente que se sintió cuando yo venía aquí.

-Por lo que me cuentas puedo imaginarlo-Me vestí rápido frente a ella, frente a sus ojos que no encaraba pero que sí sabía no dejaban de mirarme-¿estas preparada para que tipo de recibimiento? –Dejó de observarme-sí sé que hablas con tu padre y hermano pero tu hermana no se muestra muy afectiva y llevaras a una nena allá.

Más allá de BetelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora