Todos contra todos

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Desde que arrancásemosel silencio reinó dentro del vehículo. Fernando no escatimó en lavelocidad, cosa que le agradecí. Atrás Graciela tomaba fuerte porel cuello a Adriana, sin conocerla. Estaba asustada. Vanda por suparte, miraba en todas las direcciones.

–Fernando ¿Cuántoscarros viste a tu llegada? –Le preguntó estirando el cuello fuerade la ventana viendo a lo lejos la entrada donde el enorme árbolrecibió el impacto.

–Sólo el de Maríade Lourdes.

–Hay otro muy cercadesde aquí puedo verlo.

Saqué la cabeza por miventanilla y vi el auto.

–Quizás fue alguienque quiso auxiliarlos. –Comentó Adriana, su tono era de granpreocupación.

–No, ese es el carrodonde José se llevó a Yvonne. ¡Para Fernando!

Se detuvo de golpe ybajé, ellos me siguieron.

–¡Yvonne! –Aún noestábamos pegados al árbol, sólo lo veíamos a lo lejos, y si, lasluces seguían encendidas y muy cerca el otro vehículo. Yvonneestaba cerca y tal vez acechada.

–¡Yvonne! –GritóFernando fuertemente con las manos alrededor de su boca y endirección a los naranjales.

–Debemos separarnos,esto no me da confianza. Yvonne no debe estar bien. –dijo Vanda ycomenzó a alejarse a tientas en línea recta hacia donde estaban loscarros.

–Yo iré por aquíEnsuan, pienso como Vanda. Yvonne está corriendo peligro en lasmanos de José o de María. –Se acercó a la ventanilla y miró aAdriana. –Cuida a mi sobrina por favor. No bajes del carro.

Ella solamente negócon la cabeza muy, muy asustada.

Yo menos que nadieconocía este lugar. Anteriormente existió una bruma pero poco apoco se había disipado.

–¡Yvonne! –Volvía gritar pero no obtuve respuesta alguna. ¿Estaría por aquí?¿Estaría consiente? ¿Estaría bien?

Caminé con cuidadopero con prisa hacia el par de autos. Sentía miedo, era extraño,pero era miedo lo que experimentaba en ese momento, presentía quealgo malo le estaba ocurriendo a Yvonne en ese preciso instante.

El auto de mi cuñadaestaba con la trompa a la mitad hundida en el árbol, El golpe tuvoque haber sido muy fuerte, si Yvonne venía aquí ¿Dónde estabaahora? Ambas bolsas de aire se habían accionado, la puerta de atrásestaba abierta y había pisadas muy marcadas alrededor. No quisellamarla de nuevo. Me dirigí al auto de José. ¿Qué hacía aquíparado? ¿Dónde estaban? ¿Se encontraría huyendo por aquí deambos?

Me pegué a lasventanas del copiloto para buscar algún indicio dentro del auto delhombre, todo parecía normal. Las luces de adentro estabanencendidas, como si salió a prisa, así que cuando eché atrás lacabeza, reflejado en el vidrio vi su imagen a prisa detrás de mí.No tuve tiempo de quitarme, así que me tomó por la camisa y tratóde sacudirme o de pegarme del vidrio, no sé cuál de las dos cosas.La verdad no pudo. Al sacudirme logré voltearme y tomé sus manosdoblándolas hacia abajo y pegándolo a él de mi cuerpo.

–¿Dónde está mimujer? –Le exigí la respuesta viéndolo imposibilitado de hablarpor el terrible dolor que le proporcionaba mi apretón, sin embargo,no aflojé, más bien lo apreté aún más hasta verlo doblar laspiernas. –¡Dime que hiciste con mi mujer!

Era un ñoño. No podíahablar, retorcía la cara y los ojos, haciendo un terrible sonido.Aflojé entonces las manos y lo tomé por el cuello.

–¿Qué hiciste conmi mujer? –Volví a repetir la pregunta, esta vez con menos existo,el apretón en la garganta le negó el aire y menos podía hablar. Losolté y se desplomó. –Habla ahora.

Más allá de BetelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora