Capítulo 20

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Las luces multicolor de los angostos edificios de Hongdae acompañaban el tumulto y los sonidos de la vida nocturna citadina. En la calle, los puestos de comida callejera se hallaban apostados a los lados de las aceras, inundando el aire con aromáticos olores y disfrazando apenas el tabaco y la fragancia a alcohol que despedían los bares. A donde se desviase la mirada, la excitación de una población joven se cernía inexorable sobre los oficinistas y los empresarios que salían a tomar y a cantar en los karaokes.

Ese era el escenario al que se enfrentaba todo aquel que se adentrara en Hongdae. Y no más allá de la avenida principal, una gigantesca fila de personas doblaba la esquina y rodeaba la manzana casi en su totalidad. Las mujeres jóvenes con sus vestidos brillantes y ceñidos al cuerpo en colores discretos pero escogidos por sus usuarias por sus atributos seductores. Los hombres en trajes casuales, frescos, peinados hacia atrás en un intento por darle formalidad a sus conjuntos desabotonados del pecho. A pesar de que ambos bandos intercambiaban miradas discretas, no se aproximaban los unos a los otros. Desprotegidos a la luz de la iluminación pública, estaban ansiosos por verse bajo el humo y las sombras distorsionadas del club para actuar sobre sus intenciones de coqueteo y cortejo.  En la parte delantera de la fila, la puerta cerrada, junto a ella, dos hombres fornidos custodiándola, y de vez en cuando escogiendo con el dedo a las personas que serían las siguientes en pasar. Esa era la norma en el club. No cualquiera podía ser admitido dentro. Una estricta normativa de etiqueta e imagen debía de ser seguida, y aunque todos los asistentes que formaban la hilera se esforzaban siempre con cumplir las expectativas del club, en ocasiones la madre naturaleza no les había proveído con las características que los custodios buscaban incansablemente. Política estricta de no omegas en época de celo. Prioridad a los alfas y betas. 

El argento auto de Sangwoo se estacionó apenas una cuadra más allá del club. Ji Eun caminaba sujeta a su brazo, dirigiéndose directamente hacia la entrada con una sonrisa confianzuda en sus labios.

-- Qué tal -- Dijo ella, usando un tono seductor, femenino y elegante, mientras se dirigía a uno de los custodios. Los demás hombres en la fila la miraban boquiabiertos y las mujeres, a Sangwoo. Eran un verdadero par.

El hombre los examinó de pies a cabeza, pero la primera impresión que habían dado era justo lo que buscaban para su club. Dos alfas de indudable atractivo y cualidades. Seguridad desbordante. La sonrisa en los rostros de ambos habló por sí misma y no faltó palabra más. El hombre abrió la puerta. El humo y el ruido del interior escaparon por unos momentos. Más allá sólo se veían luces parpadeantes. 

-- Bienvenidos -- Replicó el otro custodio, ofreciéndole a ella un antifaz con detalles bordados, y a él una máscara con rasgos duros. Una exclamación colectiva sonó en el resto de la fila mientras ambos, complacidos, entraban al lugar. Los dos hombres cerraron la puerta haciendo caso omiso a las quejas de los demás  que habían estado esperando tal vez horas. Un recordatorio constante de la cruda realidad social que se vivía en sus ciudades. En su país. La imagen lo era todo. 

Abriéndose paso por entre la gente, sus pieles ahora se tornaban de los colores en los que las luces del techo teñían el club. Música electrónica hacía que el suelo y las paredes retumbaran cada vez que las percusiones hechas con sintetizador lo causaban. Ji Eun se colocó la máscara, para voltear y darse cuenta que Sangwoo se había adelantado en eso, sonrió. Le agradaba que su antifaz dejase al descubierto su boca.

Lentamente y al ritmo de la música, Ji Eun arrastró a Sangwoo a la pista. Moviendo su cintura y los hombros con sus manos atadas a las de él, cuya expresión era un misterio debajo de aquella máscara que cubría la totalidad de su rostro. Pero saber que él la estaba mirando le bastaba. Con absoluta confianza se acercaba a su cuerpo, lo tocaba, sonreía y deslizaba sus dedos por su cabello. Sabía que los demás hombres la comenzaban a mirar. La apretada pista la hacía sentir en ocasiones los embriagados alientos a alcohol que despedían en su dirección, mientras las mujeres poco se enteraban de que la atención de sus novios y amigos se hallaba en un sólo lugar. Y si la humildad jamás había sido su fuerte, ahora lo era mucho menos. 

KILLING STALKING OMEGAVERSE FICTIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora