Prólogo.

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Soy Ginebra Bianchi, huérfana de padres, no tengo familia no hay primos, hermanos, tíos o abuelos cariñosos.

Desde que era bebé llegue aquí, a este lugar que a sido mi hogar hasta el día de hoy. Déjenme contarles tantito de mi fatídica vida.
La madre superiora me contó que una tarde de invierno alguien llamaba a las puertas del convento con tanta insistencia, la madre junto a Carlos el portero y velador de este lugar, fueron atender el llamado que se hacía en la puerta con tanta insistencia.

 Al abrir las puertas solo me encontraba yo, pequeña e indefensa, dentro de un canasto viejo con algunas mantitas, a pesar del frío extremo que hacia en Milán, Italia. Encima mío se encontraban dos cartas, la madre superiora sin pensar me tomó de inmediato en brazos y me llevó dentro. 

Junto a Carlos, se dirigió a la cocina, me alimentó con leche caliente y me abrigo aún más, desde esa noche fui una niña más en el orfanato del convento. Me cuenta que todas las hermanas se encontraban maravilladas con el azul claro de mis ojos, piel blanca, y que era muy regordeta.

Me contó que ella jamás juzgó a mi progenitora, ya que en la carta número uno explicaba que era muy joven para hacerse cargo de mí. Ya que mi supuesto padre al enterarse de que yo venía en camino la abandonó así sin más, y ella no tuvo los recursos para hacerse cargo de mi. 

La segunda hoja era mi acta de nacimiento con nombre y apellido, seguro era el de mi madre, no me explico por que tanta maldad en él. Fue cruel, ya imagino a mi madre como se a de ver sentido sola y desamparada. No siento ningún tipo de rabia ya que la madre superiora un día me dijo que no guardara rencor dentro de mi corazón, porque envenena el alma y la mente, convierte a la gente miserable e infeliz.

Así pasaron los años comencé a crecer ellas me dieron educación, me enseñaron valores terminé todos los niveles educativos, siempre de la mano de Dios. Logré llegar a la universidad y me gradué con honores de enfermera especializada. Hasta que llegó el día en el cual me decidí convertirme en monja. De entregarme totalmente a la religión, a Dios en cuerpo y alma, tuve la oportunidad de salir de aquí al cumplir la mayoría de edad, de salir a vivir  mi vida como cualquier persona normal,  pero realmente es algo que no me llamó la atención. Tal vez era miedo dejar a mi familia, a la única familia que tuve desde pequeña, sentía miedo que con el paso del tiempo, llegue a encontrar un hombre malvado como mi progenitor.

Ahora me dedico sólo al trabajo en una clínica privada que se encuentra al centro de la ciudad de Milán, Italia. No fui la única pequeña que vivía en el convento muchas hermanas que han crecido junto a mi tienen la misma profesión que yo, sólo que laboran en diferentes hospitales. Algunas se titularon de maestras y salieron del convento. 

El tiempo fuera del trabajo ayudo a las hermanas a cuidar a los niños que viven aquí, tengo a mi amiga llamada Gianina, es genial. Ella llegó al orfanato al quedar huérfana, asesinaron a sus padres, no hubo familiar que se quisiera hacer cargo de ella y es como termino aquí.

Somos de la misma edad, solo tenemos veinticuatro añitos, era tímida, temerosa por el trauma que vivió al mirar morir a sus padres en manos de personas malas.  El día que llegó a este lugar poco a poco comencé por preguntar su nombre hasta que logré que me tomara confianza, desde entonces hasta el sol de hoy somos las mejores amigas y confidentes. Inseparables. Cómplices de travesuras que hicimos hacia las hermanas, todo iba de maravilla, logré todo lo que me propuse hasta que llegó él...

 Cómplices de travesuras que hicimos hacia las hermanas, todo iba de maravilla, logré todo lo que me propuse hasta que llegó él

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