Mi padre me ha facilitado un poco el trabajo y decidió llegar un poco más tarde a su empleo solo para llevarme al instituto. Fue muy considerado, ya que cargar yo sola con una maqueta que pesaba unos cuantos kilitos, era extenuante, resaltando también que mis brazos eran igual a unas patas de pollo.
Ahora, con una caja nueva de lápices, un cuaderno de dibujo en blanco desando que le tracen finas líneas y mi casa de los sueños en las manos, me dirijo hacia la entrada del instituto. Hoy lastimosamente también tendré que asistir a mi castigo pero por lo menos tendré la distracción de mis hermosos lápices amarillos. Bueno, primero tengo que pedirles a los Dioses que la vieja Montgomery esté de buen humor y permita que tengamos algo que hacer en nuestro castigo.
La definición de castigo de Montgomery era hacer nada. Si, hacer nada. ¿Pero qué jodidos le pasa en la cabeza? La idea es que se haga algo. No me quejo por no hacer nada, pero cuando ya llevas unos cuantos días en el salón de castigo de Montgomery, con un molesto Connor a tu lado lanzándote bolitas de papel en la cabeza y estar solo mirando hacia el techo, es lo más aburrido del mundo. Preferiría mil veces limpiar el salón del señor Lucifer—uno de los más desordenados del instituto—, a seguir así.
Con mucha dificultad, trato de pasar por la entrada del salón de dibujo técnico, pero para mí mala suerte, la mochila se cae de mi hombro haciendo que todos mis cuadernos y materiales queden repartidos en el suelo. Aprieto los dientes por la molestia y flexiono mis rodillas tratando de agacharme, haciendo un lastimoso equilibrio con mi maqueta sobre mis muslos. Recojo como puedo algunas cosas pero una voz interrumpe mi labor.
— ¿Necesitas ayuda, señora lápiz?
—Sí, Connor. Por favor—respondo en voz baja y con la cabeza gacha. No tengo que mirarlo para saber que es Connor.
Primero, por su voz.
Y segundo, porque más nadie en este plantel—y en la vida—, me llama señora lápiz.
Me levanto lentamente, aún con mi maqueta en manos mientras que Connor recoge mis cosas desparramadas en el suelo, luego procede a guardar mis materiales en el bolso exceptuando una cosa.
Mi. Puta. Caja. De. Lápices.
El muy idiota me lanza una sonrisita.
—Daisy...
—No... lo digas
— ¿Me regalas un lápiz?—pregunta con una mirada desafiante.
— ¿Te digo algo, Connor?—Por un momento me quedo sin palabras y mi lengua se enreda un poco, así que dejó salir una estupidez en vez de una grosería—. ¡Púdrete!
— ¿Es así como tratas al tipo que recogió tus cosas?—Lo miro feo y luego suspiro.
—Solo... toma uno—digo rindiéndome. Al instante se me ocurre una idea—. ¿Connor?
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Régalame un lápiz: Versión extendida.
Romance¿La típica historia de amor en donde el chico choca con la chica accidentalmente, se miran fijamente a los ojos y es amor a primera vista? Primero, no chocamos. Segundo, trato de no mirarlo. Y tercero, no creo que haya sido amor a primera vista. Él...