Verdades a medias

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Nadie podía creerlo,  salió por una esposa y repentinamente volvía con un par de herederos. Al principio se creía que los príncipes eran un mito, la gente se mantenía curiosa al respecto porque aunque Gilgamesh deseara proclamarse campeón sobre Ishtar, no quería arriesgarse a que otro dios maldijera a sus hijos. Los mestizos se encargaron de difundir que él y sus vástagos estaban destinados a llenarse de gloria al burlar a los dioses, afirmando que ambos niños tenían el favoritismo de Ereshkigal y cualidades para volverse leyendas.

Muchos sabios le aconsejaron no separar a los príncipes, solo así estaban completamente a salvo de amenazas divinas. Profetizaban que en su futuro habría cosas deslumbrantes, victoria, fama y fortuna. Le advirtieron que cuidara personalmente su educación, al crecer, los dioses querrian tentarlos hasta nublar su juicio. Si tenian firmeza de caracter, podrian tomar su poder sin oposicion. Su destino estaba unido, compartirian la misma suerte por siempre.

...

Gilbert era su predilecto, tenía los bellos ojos de su madre y parecía animoso a cualquier cosa que tuviera en frente, estirándose para alcanzar lo que había llamado su atención. Cómodo cuando lo cargaba y resistía con una boba sonrisa las miradas intensas que le dedicaba. Levinanika era más regia, dormía casi todo el día y su apetito era feroz, permanecia atenta a las personas a su alrededor, si le mimaban, ella sonreia. No soportaba que la ignoraran y era capaz de emitir estruendosos llantos que solo Enkidu y Arturia podían apaciguar. 

La pequeña bestia estaba encantada en Uruk, se volvía a rodear de bellas concubinas y disfrutaba festejos en su honor de héroe, manteniendo su posición en la corte, como el consejero de verdadera confianza. Interesado en la crianza de los niños, ayudaba a determinarles lo mejor. 

El suavizaba la relación con su mujer. Poniendo a los bebés como vínculo de acercamiento, asegurando que necesitarían de figuras paternales unidas. Arturia comenzó a involucrarse en la política exigiendo informes a los ministros. Su actitud desafiante le agradaba aunque podía pasar por su autoridad con cierto límite. Jamás permitiría que ella reformara el gobierno que había mantenido.

Su gente comenzaba a sentirse expectante, muchos decían que era justa y bondadosa. La curiosa servidumbre le saludaba con emoción, sin olvidar el respeto que merecía, agradeciendo que no fuera una dama inmersa en sí misma, estaba dispuesta a socorrerlos en las necesidades que los aquejaban y velaría por su seguridad. El pueblo inmediatamente la quiso, mientras que los nobles y sacerdotes la veían como si fuera una intrusa.

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Uruk era deslumbrante y misterioso. La arena se extendía como si fuera oro pulverizado, el imponente desierto estaba a lo lejos, el río Eufrates mantenían con vida la zona donde se encontraba. Una ciudad con vista majestuosa, se observaban todos los templos y casas de altos personajes y ciudadanos comunes, protegidos por imponentes murallas.

El palacio real dejaba en ridículo cualquier castillo europeo, hecho de piedra caliza y con elementos decorativos en metales preciosos, joyas, telas, maderas exóticas, enormes murales en vivos colores e impregnado de dulce aroma a incienso, una colosal edificación donde se perdería si sus doncellas no le acompañarán. Aunque no era sencillo desorientarla.

Su clima caluroso por las tardes y helado durante las noches. No le complacía, acostumbrada a algo más húmedo y frío, rodeado de vegetación boscosa. Recordaba poco de la noche en que llegó, se desperto por el gélido ambiente y tuvo que enfrentarlo rodeándose en los brazos de su esposo. Al amanecer estaba impaciente, no sabía dónde estaban sus niños y las mozas le informaron con puntualidad todos los detalles referentes a su estado.

Todo llevaban prendas vaporosas que apenas cubrían su desnudez y fue una de las cosas más escandalosas por las que tuvo que pasar, además de usar la ostentosa e innecesaria joyería. Supo que su deber como gran esposa real consistía en acompañar al rey en las audiencias públicas y proveer un heredero. Cosa que ya había logrado y la noticia apenas se estaba difundiendo. 

Le presentaron a las nodrizas de sus hijos y entre ellas estaba Panya, madre de una hija bastarda de Gilgamesh. Ante esta revelación se sintió indignada, ¿Por que sus maridos tenían niños ilegítimos antes de desposarla? La mujer había sido designada para cuidar de Levinanika, Gilbert sería atendido por una joven, llamada Talasi. Insegura sobre esa decisión, solicitó conocer su historia antes de confiarle a la princesa.

Nacida en una familia humilde al servicio en palacio desde el antiguo rey Lugalbanda. Cuando tenia 13 años, fue llevada a la cama de su majestad y se casó poco después con su prometido, un mozo que trabajaba en los establos reales. Pasó el tiempo conveniente y les nació su primer hijo, una preciosa niña con la cabellera oscura, pero de ojos carmín y tez blanca. 

Su marido, avergonzado al tener que mantener a una hija ilegítima del rey, declaro que no tendría ningún afecto ni la menor consideración para ella, manteniéndola desde que aprendió a caminar como una esclava. Después logró alumbrar varones que contentaron al esposo y humillaban a la "orgullosa princesa". 

Orian se convirtió en la muchacha más tierna y bondadosa que pudo haber en Uruk, muy querida y apreciada por extraños, enfermos e incluso animales antes que en su propia casa. No conoció a su verdadero padre más que a la distancia, sin dejar que ese origen indigno le molestara. Ayudaba y obedecía al mozo, a sus hermanos y a su querida madre, siempre manteniendo su espíritu fuerte ante las burlas y golpes. 

Cuando estuvo en edad de contraer matrimonio, fue ofrecida al peor postor. Panya lloró amargamente, pidiendo a los dioses que libraran a su hija de ese infeliz destino, Orian le consolaba diciendo que estaría bien, mostrando como siempre su mejor sonrisa. Ese mismo día sus hermanos le propinaron varios golpes en el cuerpo como despedida y se quejó durante toda la noche de dolores en el abdomen, que no cesaban por más remedios que le dieran.

A la mañana siguiente, pidió a su hijo mayor que revisar a Orian. El joven regreso pálido, sus extremidades temblaban y permaneció mudo de asombro. Intentó acudir, pero fue detenida por su esposo quien ya se había adelantado a investigar. Aun así pudo verla. 

Tirada en el suelo, rodeada por un charco de sangre en donde se reunían muchísimas moscas y doblada en una descomunal posición. De su boca salían gusanos, las cuencas de sus ojos habían sido ocupadas por alacranes y de su abdomen hasta las piernas se enroscaban serpientes que engullían los órganos expuestos.  

El rey mandó llamar a su hija desde el palacio, supo lo ocurrido y ordenó que se llevaran el cuerpo desfigurado de Orian para colococarlo en una cripta real. No fue la única, había otras dos jóvenes que murieron en las mismas circunstancias y el reino lamentaba sus pérdidas con infinita tristeza. 

Visitaba su tumba todos los días. Orian lo era todo para ella, la luz de sus ojos, una buena muchacha que no merecía ese final. Los dioses y Gilgamesh se la habían arrebatado, atormentada con esos recuerdos a pesar de los años. Por eso, el puesto de nodriza de la princesa fue como un rayo de esperanza. 

Si tuviera a Levinanika entre sus brazos y lograra contemplar el color de su mirada, le devolvería un poco de felicidad, como si su hija fallecida aun estuviera con ella. Le rogó permanecer en su servicio, también cuidaría del príncipe con total cariño. Solo quería tener esa ilusión, el cálido recuerdo de su hija, un rostro angelical en lugar de sus violentas pesadillas. 

Arturia accedió conmovida. Pero le intrigó aquel sepulcro con los hijos de Gilgamesh. Enkidu solo hablo de la tragedia con las primeras esposas reales, nunca mencionó a los bastardos. Ordenó a Panya llevarla hasta el lugar del descanso de Orian.

La piedra tenía grabados 7 nombres, todos murieron en fechas consecutivas, encabezan la lista varones, del mayor al menor, luego estaban las doncellas y eso no fue todo. Había una edificación más grande detrás. En ella estaban las jóvenes reinas consortes: Bai-Ico y Virizha.

No murieron exactamente en su primer parto.

La epopeya de los DonutsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora