Oro de los tontos

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No sabían cómo juzgar correctamente la altura de las montañas que vieron durante todo el día, pero intuían que todavía no llegaban a su destino. El desierto que repudiaban con todo su corazón dio paso a tierras más fértiles, el paisaje cambiaba paulatinamente en una transición espectacular de luces y vegetación. Sobre la acolchonada nube tocaban el cielo azul, la fresca brisa los llenaba de energía y todo era parte de un sueño.

Su mañana conflictiva les resulto ajena, estaban muy emocionados por viajar hacia quien sabe dónde para encontrarse con quien sabe quién. Sonreían a plenitud, felices al permanecer juntos entre tantos conflictos, juraron enfrentarse con valentía a lo que sea, manteniéndose leales a sí mismos y con la firme intención de vivir en libertad.

Llamo su atención una inmensa pila de rocas por emanar cantidades monstruosas de energía mágica, dirigieron con precaución la nube a un punto bajo en la falda de la montaña y allí se instalaron. Su último vistazo del día fue inigualable, un brillo morado agradable y acogedor sobre la dura piedra gris, se hicieron bolita y durmieron tranquilamente.

Una delgada mano los removió con suavidad, se reincorporaron con lentitud, gimoteando adorablemente, sus ojitos adormilados brillaron al reconocer a la diosa frente a ellos que tenía una expresión conmovida, saludaron con animo.

-¿Qué hacen aquí pequeños?, ¿Dónde están sus padres?

-No tenemos a donde ir, papá nos echó y nos han amenazado para no volver-respondieron con honestidad al mismo tiempo, entristecidos y sus pupilas inundadas

-Eso no puede ser,-la preciosa dama hablo con incredulidad y junto las palmas de sus manos cerca de su corazón-, pero no teman-al verlos tan solos e indefensos decidió ayudarlos, extendió una mano a cada uno y ellos la tomaron con confianza, sonriendo en su interior

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Afrodita, la más hermosa, cabellos brillantes de color negro y en su delicada nuca rosados, preciosos ojos azules, labios suaves  y cuerpo divinamente escultural, ataviada con magníficos vestidos púrpuras y envidiable joyería elaborada por su hábil y gentil esposo. Con una aterciopelada voz que los llamaba amorosamente "hijos míos". 

Los Donuts fueron presentados por ella con el pecho lleno de orgullo a todos los dioses quienes miraron atónitos, sus caras bonitas daban la impresión de verdaderamente ser suyos, ninguno quiso vetarlos y tuvieron la confianza para relacionarse con ellos. Así les abrieron las puertas del Olimpo. 

Fueron instalados en ricas habitaciones por su "mami", siempre esplendida, recibían todos los honores y sus deseos eran cumplidos, gozaban de cosas inimaginables para otros semidioses o humanos. Recibieron muchos regalos del arrogante y conflictivo Ares, cada favor celestial bastaba para que lo dejaran a solas con Afrodita. Pero ellos nunca consideraron sus dones de tanto valor y en esos ratos libres acudían al taller de Hefesto.

No tenia comparación, su fea apariencia era fácilmente ignorada al contemplar su maestría, la genialidad con que trabajaba los metales y demás elementos los tenia hipnotizados. Tuvieron que pasar una sencilla prueba para volverse dignos de confianza y fue limpiar con sus pequeñas manos reales la frente sudorosa de los cíclopes; nunca expresaron desagrado, divirtiéndose con las criaturas y el dios en la forja sagrada.

-Aléjense, les contagiaran la fealdad-decía insensiblemente su segunda madre, pero ellos juzgaban que la estupidez era más peligrosa

Cada cosa que forjaba era una autentica obra de arte, admiraban todos sus trabajos, eran muy finos y detallados. Al acompañarlo diariamente, verlo trabajar y prestarle ayuda merecieron armaduras impenetrables, una maravilla de espada, cadenas irrompibles e infinidad de cosas más. Su "papi" era un ídolo a seguir, lo querían mucho.

La epopeya de los DonutsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora