Dueños del punto ciego

179 6 8
                                    

-Yo soy Zulgamesh, príncipe de Uruk e Inglaterra-proclamo, de pie frente al elevado trono del rey Minos-He llegado a su isla en busca de respuestas

Viajo sobre su carruaje por 10 días y sus noches con el séquito de guardias detrás de él en todo momento. Al llegar a las puertas de la magnífica ciudad de Micenas, hombres le informaron que adentró había un caos político y no era seguro recibirlo allí. Lo enviaron a un reino repartido en 100 islas donde sería más cómodo atender a las preguntas que guiaban su misión. 

Extrañamente, no tuvo que anunciar quien era ni el motivo de visita, los guardianes de palacio lo dejaron entrar al contemplar su rostro. Ocurrió algo similar con la servidumbre, lo llevaron inmediatamente hasta el rey de Creta, emperador de Knossos y señor de los mares entre Grecia y Egipto. Su viejo rostro fue desfigurado por la cólera, permaneció adusto, observándolo detenidamente, hasta que sus palabras irrumpieron el silencio.

-No eres bienvenido-el joven príncipe dio un respingo-No ocultare mi desagrado por tu sucia estirpe

-Perdone mi señor, no entiendo de que habla

-Seguro que no-hizo un ligero ademan y sus soldados tomaron por los hombros a Zulgamesh quién se removió bruscamente y lo inmovilizaron usando más fuerza-Lleven a este miserable traidor a su celda

La expresión afectó aún más los pensamientos del muchacho, inquietado por tal acusación busco una forma de expresar la injusticia y gravedad de aquellos actos, se quejó a gritos, oponiéndose a marchar por la salida y buscando desesperadamente su salvación. 

-Deja de quejarte, Gilbert-le espetó su majestad con molestia y radiante satisfacción en los labios

Se congeló del terror, definitivamente no entendía lo que estaba pasando.

5475

A veces Dédalo deseaba no haber sobrevivido. Un prisionero común pensaría mil formas de morir, pero él no, Minos lo necesitaba para construir más edificios y máquinas de guerra. Intentó provocar su furia, pero fue inútil, sufría  anhelando su fin y pasaba los días sentado en su taller mirando al vacío.

Mientras trabajaba en los proyectos forzados, pegando cosas o afilando una herramienta, irremediablemente brotaba el llanto. Sólo unos niños rubios lo conmovían, cuando lo visitaban en su trabajo, era el único momento en que esbozaba una sonrisa. 

Eran los pequeños acompañantes de la princesa Ariadna, una joven castaña de hermosos ojos miel, de grandes afectos y bondadosa. La conocieron en la playa mientras ella se aseaba con las doncellas a su servicio. Llegaron corriendo y con brillantes lágrimas en sus ojos, dijeron que unos bandidos querían volverlos esclavos, lograron escapar y ahora le imploraban su protección. La bellísima joven decidió conservarlos entre su séquito personal. Y desde entonces vivieron en el espléndido palacio real.

Ganaron con esfuerzo y lentitud la simpatía del rey, contado verdades a medias sobre su origen y el Olimpo glorioso donde fueron educados hasta que los dioses se aburrieron de ellos. Algún tiempo después supieron de un encarcelado muy famoso por su habilidad e ingenio para construir maravillas a la altura de los mismos dioses. Se acercaron a él con hambre de conocimiento, querían saber de que eran capaz para merecer tantos elogios. Descubrieron en Dédalo un hombre fantástico, lleno de ideas e iniciativa, atormentado en los últimos años por su genialidad.

-Yo tuve un pequeño-les confesó mirando fijamente al cielo-Pero murió y no pude salvarlo-la profunda tristeza daba paso a un intenso rencor-¡ÉL mato a mi hijo y los dioses lo permitieron con su maldito océano!

La epopeya de los DonutsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora