Estrella de la tarde

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Estaban ansiosos, llenos de nervios y angustia al pensar en lo dicho por Nero "Los cristianos son asesinos". Miraban constantemente hacia el horizonte, dudando sobre irse de Roma y dejar sola a la emperatriz con el frágil amor de su pueblo.

Todo lo que querían y eran estaba allí, poseían riqueza, fama, prestigio, dignidad y poder. Eran dueños de una enorme residencia en el Palatinado, construida con mármol, impregnada de incienso a la que llamaban "Hogar", donde organizaban suntuosas celebraciones que duraban días. 

Cada una de sus hazañas estaba grabadas en piedra y su historia era transmitida por la boca de todos, era un sueño hecho realidad. Aún así, no podían vivir felices ignorando los problemas en otro reino. Cuando nadie lo esperaba, se dirigieron a España llevando como presente y única compensación por toda la soledad de ese tiempo, su presencia a Quetzalcoatl. 

...

Aparecieron al anochecer en el castillo de Felipe II como "Embajadores de Macedonia", pues no tenían otro pretexto para ir sin invitación. De cualquier modo sus habitaciones estaban ocupadas y no estaban de humor para pelear comodidades con un rey desquiciado.

Le habían avisado por carta a Quetzalcoatl que estarían de vuelta y ella anduvo esperándolos por los alrededores, hasta qué el cansancio la hizo volver a su cama. Sabía que sus horas estaban contadas y no se engañaba al respecto. Nadie dudaba que la sombra de la muerte estaba tras ella y previnieron a los Donuts de su estado con voz ahogada.

Se abrazaron al verse y sin saber porque, comenzaron a llorar en silencio. Todo era cierto, habían fallado en ayudarla como prometieron hace años y sus acciones la habían herido mortalmente. Querían pedirle perdón, se alejaron de ella por la ciega ambición que los dominaba y estaban arrepentidos.

Maldijeron el momento en que la presentaron a Carlos y conquistaron el Nuevo Mundo con su ayuda. Levinanika deseaba anularlo todo para expresarle  a su maestra cuán importante era para ella. Gilbert no esperaba arreglar algo con sus lágrimas, escuchar la respiración silbante de la diosa era suficiente castigo.

-¿Dónde estuvieron, Donuts?-hablo débilmente, admirando la juventud y belleza de sus pupilos

-En todas partes-mintió el menor

Estuvieron hablando un largo rato de mil cosas. La vida en Roma y Egipto, asuntos de política, el miedo a la guerra civil, las personas que habían muerto, los que se habían marchado de la corte española y las caras nuevas. Inmersos en el aspecto acabado de la mujer, no se podían explicar como un dios sin adoración en cuestión de pocos años era tan débil.

-Pueden dormir aquí-dijo tras recuperarse de un ataque de tos con sangre dorada

-No... gracias...-Gilbert se sentía agradecido, pero brindarles un espacio significaba incomodidad y no quería molestarla de ningún modo

-Quédense hoy, mañana buscaremos un lugar para ustedes

-¿Y tu, maestra?-expreso con timidez la princesa-Estas cansada y necesitas dormir bien para recuperarte 

Una mirada conmovida de Quetzalcoatl detuvo sus palabras y no hubo más que discutir, Gilbert y Levinanika notaron que la diosa tiritaba toda la noche hasta el amanecer. Cuando despertaron, vieron a la luz del sol, lo pálida y cerca de la muerte que estaba.

Por la tarde, después de un ataque largo y violento de tos, Quetzalcoatl ya no pudo reincorporarse, le faltaba el aire y permaneció inconsciente en su cama, con espasmos y convulsiones. Durante la noche, cepillaron su cabello y arreglaron su demacrado rostro verdoso con polvos de maquillaje.

La epopeya de los DonutsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora