Antes

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Al Navegante le pedimos por lluvia,

Al Productor, para que me haga fuerte.

A la Aurora le rogamos su constancia,

Y al dios Extraño le suplico la muerte.

Conocimiento: la historia no contada de los dioses.

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Tiempo atrás una hermosa niña se extravió en el bosque negro, el lugar sagrado del dios de la muerte. El bosque era hermoso y, aunque en el aire se adivinaba su origen divino, los pájaros no se posaban sobre las ramas de sus árboles y las flores no crecían en el suelo. Según las crónicas de la Creación, todo lo que entraba en él moría, por lo que no se extrañó cuando la niña no volvió a casa.

Era hija de campesinos por lo que nadie lloró mucho su pérdida exceptuando a sus padres, y así, el tiempo pasó, desvaneciendo su nombre hasta que nadie la recordó.

Pero una noche de tormenta y relámpagos que hicieron la aldea arder, la niña emergió de las entrañas negras del bosque pareciendo más un cadáver que un ser humano. Muchos creyeron en la calidad inequívoca del milagro pensando que el dios Extraño se había compadecido de esa alma joven. Otros pocos más experimentados en asuntos de dioses, calificaron su retorno como una maldición: ella había regresado de la tumba eterna, a fin de cuentas, nada vuelve de debajo de la tierra sin estar un poco corrompido.

Dijeron que había quedado ciega a causa de las bayas venenosas y muda a consecuencia de lo que había visto. Sin poder ver ni hablar, el tiempo pasó haciéndola mucho más hermosa que cualquier chica del condado. Sus suaves cabellos rojos, su piel de porcelana clara, los pómulos bien marcados, la fina cintura y las generosas caderas, los labios llenos y rojos, los ojos grandes y verdes. No había nada en ella que no resultara atractivo a la vista. Sin embargo, la forma feroz en que sacrificaba animales para la cena o su extraña afición a la sangre, hacía que quien la conociera sintiera un nudo en el estómago.

No fue ciega o muda por siempre. Al cabo de los años, poco a poco fue recuperando los sentidos, aunque era como si no sucediera. Si veía algo, no lo contaba ni fijaba la vista y únicamente decía frases cortas, como si sus palabras fueran inmerecidas para quien la escuchara. Era altiva y manipuladora además de usar la fama de discapacitada para sacar provecho. Nada quedaba de la niña que ingresó al bosque del dios Extraño, tal y como había descubierto su madre.

El dios les había regresado algo más, algo dañino y peligroso.

Algo cruel.

Aun así, cuando la corte atravesó el pueblo y el rey la vio, nadie osó decirle que esa muchacha que había despertado su pasión envenenaba el aire con su presencia.

Llegó como concubina al palacio, siendo una de las muchas amantes del rey y aunque fue una de tantas, fue la única que se proclamó reina una vez que la anterior muriera embarazada y en extrañas circunstancias.

También fue la única que le dio hijos, pero tampoco vivieron por mucho, levantando las sospechas de todos incluyendo a su marido. Cada día se hacía más visible esa maldad visceral que por mucho tiempo logró disfrazar juntos con esos extraños episodios que muchas veces calificaron de locura.

Incluso el rey comenzó a sospechar de ella y sus costumbres.

Se encerraba en sus habitaciones hablando sola a todas horas asustando a sus criadas y a las damas de la Corte. Un hecho que preocupaba al rey y sobreexcitaba al palacio. Mucho se dijo sobre qué hacer que ella, llevaba al cuarto hijo del soberano en el vientre y preocupaba a la realeza que, al alejarla del palacio, cometiera un acto en contra del bebé o de ella misma.

Se decidió pues, que una vez diera a luz, sería enviada a una de las más lejanas propiedades del rey, condenada al exilio, y que, a su vez, su majestad presenciara el parto para evitar cualquier daño a la criatura. Puestos de acuerdo, se decidió conservar en secreto aquella información sin sospechar que todo lo que sucedía en palacio era sabido por la reina.

Una noche oscura y llena de viento la reina manifestó dolores de parto. Rápidamente se llamó a la partera y al rey a sus habitaciones, la labor fue complicada y dolorosa, y por un momento, el rey al ver el dolor de su esposa, se compadeció de ella y sintió vergüenza por su traición. Esa mujer tendida sobre la sangre era la esposa a la que amaba más que a nada en el mundo, ¿Cómo podía ella ser culpable de aquello de lo que se le acusaba?

Una hermosa niña nació al fin, tan parecida a su padre como a su madre y con un destino tan trágico como esperado.

—Se llamará Mhira, como mi madre —dijo el rey mientras cedía la bebé a su esposa.

—No, su nombre en Amia —respondió ella recibiendo a su hija en brazos.

—¿Amia? —exclamó alterado—. ¿Qué tipo de nombre es ese?

La reina no se imputó mientras veía con cuidado el rostro de la niña.

—Significa "amarga" en la lengua antigua y ese será su nombre.

—¿Y por qué quieres llamarla así?

La reina alzó los ojos y su esposo se quedó helado cuando los vio: parecían carbones encendidos y no tenían nada de humano en ellos.

—Su nombre será Amia porque nació la noche en que falleció su padre.

Aunque el rey estaba impresionado, él ya conocía lo que significaban aquellos ojos negros.

—Los dioses están con los Stares, esposa.

La reina sonrió.

Nadie sabe lo que pasó a ciencia cierta esa noche, pero por la mañana, los nobles ladivos junto con su rey estaban muertos y la reina tenía una hija con labios rojos como la sangre y los cabellos negros como la noche. 

Un cuento amargo |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora