Capítulo 40 FINAL

184 38 26
                                    

Y en el telar del universo el hilo dorado,
Se tuerce, teje, se encuentra enredado.
Esperando un final, un desenlace intrincado
En el cuento del dios que sufría enamorado...

Dafne y el lobo.
Cuento popular ladivo.

Si estuviera en el bosque de los susurros ahora mismo vería la hojarasca arder en tonos de oro. Sin embargo, en las calles de la capital tan sombrías y solitarias, mi carrera en busca de Grimmes debe parecer más desesperada. La fruta perfumada pesa en el bolso, más como un mal augurio que como una promesa cumplida.

Arrashai.

El cambio que sucede cuando acaba. Maldito Illeas por no decir de forma clara que lo único que tenía que hacer era morir para acabar con Clarisa. Si mi final llega, la reina negra morirá conmigo y, por los dioses, lo único que me falta ultimar antes de dar un mordisco es mi testamento. Ladivia necesita a una banda de ladrones para sobrevivir, un príncipe que vele por ella como me hubiera gustado hacer y, sobre todo, la bendición de otro dios menos dado a las tragedias.

No me molesto en fingir tranquilidad con las pocas personas que se estancan en las calles antes de ir a casa, las garras de mi madre son grandes, pronto ella sabrá que falto así que, cuando el templo de largas y esbeltas columnas de la Aurora logra verse junto con la figura solitaria y estricta que me espera suspiro con alivio. Corro por la plaza y subo a tropezones los peldaños antes de que él pueda jalarme y abrazarme al fin.

—Dioses, Amia —murmura en mi oído—. ¿Debemos comenzar a correr o hay tiempo?

Sonrío contra su pecho disfrutando de nuestra despedida, Aiden tiene ese detector de crisis instalado en la sangre, por lo forma en queme sostiene como queriendo que no me rompa en pedazos ya debe intuir que esto es nuestro acto final.

—Lo logré. Tengo la respuesta.

Grimmes rompe nuestro abrazo y me toma por los hombros.

—¿Qué es exactamente?

En sus ojos azules se dibuja la preocupación, el desengaño de saberse títere en los juegos de sus tíos divinos. Es justo por eso que se que Aiden es el elegido para continuar y emprender la labor. La Orden dio pan a los pobres a los que mi madre se los quitaba, asilo y medicinas o los desahuciados, ellos saben velar por nuestro reino. No quiero ser egoísta, no voy a hacerlo. Me tragaré ese trozo de manzana cueste lo que cueste.

—Arrashai —explico—. Clarisa no fue un malthais hasta que nací, soy el principio, también el fin. Unidas hasta en la muerte.

Mi voz sale desbocada, alterada por la carrera desde el Palacio y el momentáneo dolor de huesos. Salté desde la torre e incluso inmortal mi trasero necesita un descanso.

—¿Estás segura? —cuestiona ansioso un segundo antes de que se dé cuenta de la manzana—. Creo que deberías pensarlo mejor.

—Estoy segura, Grimmes. Funcionará.

Él quiere añadir algo más, pero un grito desgarrado me eriza los brazos y hace que un pedazo de mi alma se meta más adentro de mi ser.

Cuando él Extraño confesó que los Malthais eran cascarones de su propia mortalidad no imaginaba a qué hacía referencia. Ahora lo veo, todo tripas y huesos, músculos expuestos y piel destrozada. Clarisa sabe hacerme retroceder, tener miedo de mi sombra, pero jamás, en los dieciocho años que viví a su lado, experimenté el tipo de odio que se adivina en sus ojos negros, carboncillos al completo.

—¡Quita tus manos de mi hija!

El mundo muere a nuestro alrededor, los pocos comerciantes se dan cuenta del espectáculo y posan sus oídos y miradas en la escena apenas sin respirar. La apariencia de mi madre no es para menos, desde el cuero cabelludo hasta la sien la porcelana de su piel se ha roto, ahora el bello rostro no es más que un amasijo de sangre y carne maltrecha. Ella también saltó solo que, como el señor de los muertos sugirió, los Malthais no tienen alma. Esa sangre cuajada es toda el alma que experimentará alguna vez.

Un cuento amargo |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora