Un cuento amargo |COMPLETA|

Capítulo 37

Siete días y noches se ocultó la estrella,
Diosa, amable, siempre doncella.
Lloró amarga por el amor perdido,
Queriendo nunca haberlo conocido...

Conocimiento: la historia no contada de los dioses.

Algo en mí cruje, roto en cientos de formas. Es una sombra silenciosa en la pared esperando algo interesante para informar a su señor, es un pájaro posado en la ventana con una curiosidad impropia de un animal tan pequeño, es la nieve tratando de colarse por la ventana queriendo jugar con su nueva hija mientras el viento y el rocío rompen furiosos contra la dura piedra de la torre. Divinidad. En todas formas presentes los dioses están atentos al desenlace.

A estas horas el bosque de los susurros comienza a arder contando la vieja historia de dos amantes separados, esa que el dios afirma es solo una bella fábula para hablar de su princesa, la hojarasca de los árboles rojos y negros lista para volverse el hermoso recuerdo, una despedida al día para los lugareños mientras para mí, hija maldita por todos los dioses con nombre, la joven ladiva que comienza a comprender la complicada historia de su patria sé que es solamente una advertencia, una amenaza velada de un dios más fuerte sobre su joven hermana.

Aléjate. No tienes poder aquí.

Lo que queda de Aurora Stares en el bosque de los susurros dijo que su ira es hermosa. Eso es lo que dice el fulgor dorado: una amenaza velada. Me he pasado toda la tarde echada sobre la cama, en el hoyo de sábanas sucias que hice para protegerme de la brisa helada pensando en el calor de Salidre y su lago de florecillas azules. La leyenda del primer jinete de hueso que olvidó su vida y a su amada es una metáfora como todo en lo referente al Extraño. ¿Por qué la gente cree que el primer jinete fue un ser humano? El que dio el primer toque mortal fue el dios, él fue el primero, la amada atormentada fue su hermana que imploraba perdón mientras trataba de recordar cuál era su verdadera esencia.

Élieres, señor de la semilla y la fertilidad, el dios vivo y justo al que sus padres adoraron. Aurora, señora de la eternidad, ángel del cielo, la niña atormentada por un corazón roto. Hermanos discutiendo desde el día de muerte en adelante hasta volverse distantes, casi enemigos dispuestos a todo por probar un punto. ¿Qué quieren probar conmigo, grandes dioses? ¿Cuál es mi papel en este elaborado teatro?

Quien conoce su pasado puede predecir su futuro. 

El libro del Conocimiento juega con sus propias interpretaciones, sin embargo, muchas veces es más claro. ¿Qué pasó con Aurora Stares en ese bosque? Su madre le arrancó el corazón. Momento, no fue su madre sino su madrastra. ¿Es eso Sania para mí o Clarisa está actuando ese papel? ¿Acaso la obligan a odiarme, son los hilos tan potentes para que una madre olvide el dolor de su hija? 

Me está doliendo pensar. 

Los pasos firmes en la escalera de la torre me advierten justo antes de sentir el aire frío en la nuca. No salgo de mi madriguera rogando que sea una criada y no cualquiera de ellas. Sé que no tengo tanta suerte. Escucho el sonido de la puerta abrirse y alguien comenzando a sacudir el polvo de mi ausencia en silencio porque madre le ha cortado la lengua. 

Un minuto es todo lo que resisto antes de darme por vencida y asomar la cabeza. 

Clarisa me observa atenta casi sonriente al verme entre las sábanas. Dioses, su rostro, demacrado, ojeroso, roto. ¿A dónde se fue su belleza? 

—Haré frío hoy, levántate para que cambien las sábanas y ordenen —lo dice con su voz de miel.

Me acurruco entre las sábanas polvorientas y me quito de la cama. Su criada se mueve sin verme limpiando por aquí y por allá mientras madre espera a que termine para hablarme. La mujer limpia a conciencia, cuando termina, en mi cama hay sábanas frescas y edredones esponjosos de plumas para el frío, cosa que me quitará el frío de manera efectiva, como nunca antes había sucedido. Observo atónita mientras la doncella hace una reverencia y se aleja con rapidez.